Sin embargo, señora “no se que mierda es usted pero pareciera tener poder” sus apreciaciones me suenan un poco incongruentes. Y no se trata de una reacción subjetiva a sus palabras, estoy seguro de que cualquier persona con no mucho, un poco de cabeza nada más, coincidiría conmigo tildándola de ignorante, o peor aún de infantil.
Sucede, señora mía, que el mundo es injusto y las necesidades desgraciadamente me han hecho depender de un sello que sólo usted es capaz de posar sobre este documento y, en este momento de mi vida es de suma importancia que figure en él.
Como me ha repetido, su dependencia tal como osa llamarla a pesar que la supongo más mía que suya dado que yo la utilizo, viene cumpliendo una intachable trayectoria bajo su mando y está raqueada entre las más eficientes del ministerio. También me asegura, casi con lágrimas en los ojos, que en sus veinte años de trayectoria pública jamás de los jamases ha aceptado una gratificación voluntaria de cliente alguno, ¿se refiere a coima quizás? Me pregunto las razones que la han llevado a tocar ese tema, yo no pregunté ni estaba interesado en sus ingresos extras. Claro que posiblemente me está ahorrando el mal trago de ser rechazado ante mi oferta.
Su ignorancia y mi necesidad forman una dicotomía infranqueable de conveniencias.
Usted asegura que falta un papel que yo aseguro haber dejado en mi visita anterior, es su palabra contra la mía y la discusión vacía. Usted sabe que no podré conseguir con celeridad el papel que solicita y veo un brillo orgásmico en sus ojos al negarme su aprobación.
¿Qué queda por hacer? ¿Qué me queda por hacer? Necesito el sello y ya estoy seguro que no lo apretará contra mi hoja por las buenas. Pienso, pienso en todas sus palabras y lo descubro, entonces me acerco a su oreja y le espeto: “Contra mi voluntad, señora “no se que mierda es usted pero pareciera tener poder” me veo en la obligación de ofrecerle una gratificación no-intencional para que presione su sello embadurnado en tinta sobre mis papeles”
Ella sonrió, mientras el sello volaba desde la almohadilla hacia mis papeles, yo pensaba: la vida es una mierda.
Cruz J. Saubidet®
Blog de un escéptico servidor. "Creo que el kiwi no es una fruta" "Capaz si llegaron es porque transaron y si se mantuvieron es porque a muchos cag*ron." "Creo que Argentina ya no es lo que era, pero a mí me alcanza" "Me gusta más criticar que ser criticado, pero me controlo" "Está mal, pero para ponderar, me quedo callado"
octubre 27, 2009
septiembre 10, 2009
La culpa no es de Maradona; es de los K
Yo no me olvido de algunas cosas, pero como la frase “ya te lo dije” es de mal gusto y educación, no voy a vanagloriarme de mi capacidad futurística.
Maradona les cuesta a los argentinos 600 millones de dólares por año y a eso, hay que sumarle su salario y el de sus acompañantes.
Yo no estoy loco. Julio Grondona, presidente de la AFA, aceptó la designación de su personaje menos querido a cambio del “arreglo” que transformó al estado como proveedor de la transmisión del fútbol por TV abierta.
El gobierno necesitaba al “Diego de la gente” en un primer plano mediático, necesitaba desviar la atención hacia un personaje harto popular, y entonces negoció la dirección técnica de la selección Nacional para Maradona y, por un tiempo, se sacó algunas cámaras y micrófonos de encima.
Si bien Maradona fue el mejor jugador argentino de la historia, su background como DT deja bastante que desear. Supuestamente Bilardo supliría esas falencias, pero ya es sabido que con los caprichos “del Diego” no se puede hacer mucho.
Así estamos ahora, con el agua al cuello y grandes posibilidades de perdernos el mundial de Sudáfrica.
No es culpa de Maradona, ¿Quién rechazaría el trabajo que siempre deseó? La culpa es de la política inmadura de la Argentina, donde el fútbol sigue siendo un arma demasiado poderosa.
Ahora hay que esperar, pedirle por favor a Bilardo que se ponga las pilas y rogar por un gesto de humildad maradoneano.
Y si no clasificamos, supongo que nada importará, Maradona seguirá siendo amado por el pueblo, que como ya sabemos perdona todo, desde a sus políticos ladrones y mentirosos hasta sus deportistas que juegan un mundial dopados.
Yo no me olvido de nada, y el fútbol me importa cada vez menos.
Queselevacer.
Cruz J. Saubidet®
Maradona les cuesta a los argentinos 600 millones de dólares por año y a eso, hay que sumarle su salario y el de sus acompañantes.
Yo no estoy loco. Julio Grondona, presidente de la AFA, aceptó la designación de su personaje menos querido a cambio del “arreglo” que transformó al estado como proveedor de la transmisión del fútbol por TV abierta.
El gobierno necesitaba al “Diego de la gente” en un primer plano mediático, necesitaba desviar la atención hacia un personaje harto popular, y entonces negoció la dirección técnica de la selección Nacional para Maradona y, por un tiempo, se sacó algunas cámaras y micrófonos de encima.
Si bien Maradona fue el mejor jugador argentino de la historia, su background como DT deja bastante que desear. Supuestamente Bilardo supliría esas falencias, pero ya es sabido que con los caprichos “del Diego” no se puede hacer mucho.
Así estamos ahora, con el agua al cuello y grandes posibilidades de perdernos el mundial de Sudáfrica.
No es culpa de Maradona, ¿Quién rechazaría el trabajo que siempre deseó? La culpa es de la política inmadura de la Argentina, donde el fútbol sigue siendo un arma demasiado poderosa.
Ahora hay que esperar, pedirle por favor a Bilardo que se ponga las pilas y rogar por un gesto de humildad maradoneano.
Y si no clasificamos, supongo que nada importará, Maradona seguirá siendo amado por el pueblo, que como ya sabemos perdona todo, desde a sus políticos ladrones y mentirosos hasta sus deportistas que juegan un mundial dopados.
Yo no me olvido de nada, y el fútbol me importa cada vez menos.
Queselevacer.
Cruz J. Saubidet®
julio 11, 2009
YA SALIÓ -UNA COSA LLEVA A LA OTRA-
¨ Una Cosa lleva a la otra ¨ es una novela con variadas virtudes, pero sobre todo la de no intentar ser pretensiosa.
Saubidet desarrolla en ella una trama que bien podría no ser de ficción.
Aquí el escritor no deja escapar su espíritu periodístico, con retratos que nos resultan reales, creíbles; incluso familiares.
Personajes tales como Roberto pueden, perfectamente, representar a una buena parte de un empresariado vulgar y mezquino, cuyo único sostén de poder es el dinero. Una neo-burguesía que no sólo somete a sus empleados, sino que absorbe sus vidas al punto de intentar que se mimeticen con sus patronos, aunque sólo en sus miserables existencias.
En las antípodas, Julián o ¨ El Pichu ¨ son de esos personajes del post-menemato que pueden encontrarse en cualquier esquina, ya sea solazándose en un porro placero o ¨ poniéndole caño ¨ a su víctima de turno. Son víctimas, además de victimarios.
Cruz Saubidet revela sin rodeos el submundo de una Argentina que ha hundido sus valores elementales en la sórdida letrina de la no cultura del trabajo, del desamparo social, de la banalidad y la falta de proyectos. Y Saubidet los denuncia a través de su ficción, adopta un modo de relato casi auto-referencial, en primera persona, haciéndose cargo de la fuerza de sus palabras: Corrupción policial y política, la pauperización de los sectores más vulnerables de una sociedad que observa pasmada como su seguridad pende de un hilo, pero que a la hora de ¨ graznar ¨ una opinión, utiliza una tijera moral cortando por el segmento más delgado del cordel.
¨ Una Cosa lleva a la otra ¨ es – antes que nada – una novela creíble. Pero esto en sí mismo no es la virtud fundamental, sino que el mayor atributo que emana esa condición es que cada lector puede suspender su incredulidad gracias al hábil y cautivante relato de nuestro escritor santafecino.
Pasen y lean.
Vale la pena internarse en las páginas de ¨ Una cosa lleva a la otra ¨
Eduardo Molaro
Poeta / Escritor / Compositor / Productor artístico y amigo personal de CJS.
Buenos Aires – Abril de 2009
mayo 19, 2009
PASADO PISADO
Muchos afirman que la vida es una sucesión de errores y que la felicidad son pequeños bocaditos que nos regala la realidad para que sigamos insistiendo en eso de vivir.
Otros, más optimistas, dicen que los errores no son errores sino elecciones que de alguna forma tomaron caminos inesperados. Me gusta más esa teoría, la idea de inesperado suele ser oscura y mal vista, aunque la mitad de las cosas inesperadas que nos suceden son agradables. Quizás consideramos como inesperadas sólo las cosas desagradables y no dejamos lugar a las cosas bonitas. Sin embargo no medimos con la misma vara de inesperado chocar con el auto a recibir un llamado de alguien a quien extrañamos. Las dos situaciones presentan la misma sorpresa pero tendemos a sobrevalorar la situación desagradable por sobre la alegre.
Hace días que vengo elaborando una teoría. La conclusión es que es suficiente un solo momento feliz en la vida para considerar que todo lo hecho antes de ese momento valió la pena. Si consideramos que la vida es una cadena infinita de decisiones donde una cosa lleva a la otra, no quedan dudas de que los errores anteriores fueron los que nos llevaron al momento feliz y que si hubiésemos cambiado un sí por un no hace dos años, nada de lo que hoy sucede sería así.
También (o tampoco) podemos estar seguros de que si hubiésemos tomado otras decisiones la vida nos habría sonreído por otros lados, eso sí, quitándonos las alegrías que conseguimos por este.
Al fin y al cabo, el pasado es inalterable (al menos por ahora) y lo único que tenemos por delante es el futuro que se volverá inquebrantable al momento que lo pisoteemos.
Lo pasado, pisado dice el dicho, el problema es no permitir que ese tiempo pasado ya pisado nos llene la cabeza de culpas y rencores difíciles de superar.
Hace muchos años tuve una psicóloga muy agradable, ella me dio la clave aunque aun no he podido llevarla a la práctica en su totalidad. Ella me aseguró que si uno no se perdona los errores, no podrá avanzar. Tenía razón. Es un trabajo duro, una lucha sin cuartel contra el pasado donde muchas veces creeremos darla por perdida, pero si consideramos que esa lucha es parte de nuestro pasado, podremos perdonarnos las derrotas y seguir intentando.
La felicidad es inesperada, podemos esperar logros, ascensos, dinero, mujeres, lujos, etc. pero nunca sabremos de qué lado vendrá la alegría pura, llena de cosquillas y deseos de eternidad, ella puede aparecer por cualquier frente, el menos pensado o el más común de todos, solo debemos relajarnos y dejar que nos inunde, mañana será una reserva anímica para superar imprevistos de los malos.
Cruz J. Saubidet®
Otros, más optimistas, dicen que los errores no son errores sino elecciones que de alguna forma tomaron caminos inesperados. Me gusta más esa teoría, la idea de inesperado suele ser oscura y mal vista, aunque la mitad de las cosas inesperadas que nos suceden son agradables. Quizás consideramos como inesperadas sólo las cosas desagradables y no dejamos lugar a las cosas bonitas. Sin embargo no medimos con la misma vara de inesperado chocar con el auto a recibir un llamado de alguien a quien extrañamos. Las dos situaciones presentan la misma sorpresa pero tendemos a sobrevalorar la situación desagradable por sobre la alegre.
Hace días que vengo elaborando una teoría. La conclusión es que es suficiente un solo momento feliz en la vida para considerar que todo lo hecho antes de ese momento valió la pena. Si consideramos que la vida es una cadena infinita de decisiones donde una cosa lleva a la otra, no quedan dudas de que los errores anteriores fueron los que nos llevaron al momento feliz y que si hubiésemos cambiado un sí por un no hace dos años, nada de lo que hoy sucede sería así.
También (o tampoco) podemos estar seguros de que si hubiésemos tomado otras decisiones la vida nos habría sonreído por otros lados, eso sí, quitándonos las alegrías que conseguimos por este.
Al fin y al cabo, el pasado es inalterable (al menos por ahora) y lo único que tenemos por delante es el futuro que se volverá inquebrantable al momento que lo pisoteemos.
Lo pasado, pisado dice el dicho, el problema es no permitir que ese tiempo pasado ya pisado nos llene la cabeza de culpas y rencores difíciles de superar.
Hace muchos años tuve una psicóloga muy agradable, ella me dio la clave aunque aun no he podido llevarla a la práctica en su totalidad. Ella me aseguró que si uno no se perdona los errores, no podrá avanzar. Tenía razón. Es un trabajo duro, una lucha sin cuartel contra el pasado donde muchas veces creeremos darla por perdida, pero si consideramos que esa lucha es parte de nuestro pasado, podremos perdonarnos las derrotas y seguir intentando.
La felicidad es inesperada, podemos esperar logros, ascensos, dinero, mujeres, lujos, etc. pero nunca sabremos de qué lado vendrá la alegría pura, llena de cosquillas y deseos de eternidad, ella puede aparecer por cualquier frente, el menos pensado o el más común de todos, solo debemos relajarnos y dejar que nos inunde, mañana será una reserva anímica para superar imprevistos de los malos.
Cruz J. Saubidet®
febrero 20, 2009
Homenaje a un gaucho de veras
Restituto Norberto Vargas es uno de los personajes famosos que abundan en cada una de las regiones de cada lugar del mundo.
Así como hoy fijamos la vista en algún personaje particular (punk, dark, gato, motoquero), hace años era inevitable prestar atención y observar detenidamente a Don Vargas. Hombre gaucho, grandote, de ojos achinados y de bigote grande y tupido.
Vale aclarar que nunca nos quisimos, o quizás yo no lo quise y a él le fui indiferente, pero a la distancia, lamento no haber aprovechado un poco más su sabiduría de hombre duro y trabajador.
Poco sé de su historia, sólo me queda el sabor amargo al sentir que trabajó mucho y hoy es un jubilado más en un pueblo perdido sin mucho que hacer y con una gran tristeza que lo carcome día a día.
El hombre anduvo siempre a caballo, durante sesenta años, cada día de su vida. De joven, dicen, le gustaban la farra, el vino y las mujeres; pero con los años dejó esos vicios y se dedicó a trabajar con responsabilidad. En sus genes estaba liderar a otros, y pese a su analfabetismo fue un capataz consultado por muchos a la hora de emprender trabajos grandes. Eso sí, a la antigua, con perros y a los gritos, a lo bruto, sin una pizca de psicología aunque siempre al frente de su tropa, demostrándole a los más jóvenes que él podía hacer las cosas mejor o igual que ellos.
Su libreta de anotaciones, basada en números y dibujitos, poseía un informe preciso y detallado de todo lo que sucedía dentro de las ocho mil hectáreas que manejaba, nada se le escapaba a su visión infalible de rodeos de vacas, terneros, toros, caballos, pastos, alambrados, posibles enfermedades, sequías o inundaciones.
¡Y el respeto! No solamente sus empleados, todas las personas se detenían a cruzar algunas frases con él, desde patrones y administradores hasta el más insignificante barrendero del pueblo. Vargas siempre tenía una risa para regalarles, una risa mezclada con palabras ilegibles para muchos pero contagiosa.
De grande le picó el bicho de la soledad (o de la trascendencia) y se juntó con la hija de un peón que le dio dos hijos a los que adoraba. La alegría le duró poco, su hija mayor tenía una grave enfermedad progresiva que consumió horas de amargura, hospitales y ahorros. Así y todo, la chica salió adelante e hizo una vida medianamente normal. Su hijo creció sano y fuerte, aunque desinteresado de las tareas rurales.
Vargas se jubiló a los 67 años, estiró lo más que pudo su retiro pero debió abandonar su trabajo luego de cincuenta años en la misma estancia. Se instaló en su casa en el pueblo e hizo algunos trabajos para amigos que le inventaban ocupaciones para mantenerlo entretenido.
Hace dos años, su hija Alejandra tuvo una decaída y murió a los 22 años. Desde ahí, nada pudo levantar el ánimo de Don Vargas. Los que pasan por su casa pueden verlo cada día, sentado en el patio, con el mate en la mano y la mirada triste. Quizás espere algo, quien sabe qué.
Cruz J. Saubidet®
Así como hoy fijamos la vista en algún personaje particular (punk, dark, gato, motoquero), hace años era inevitable prestar atención y observar detenidamente a Don Vargas. Hombre gaucho, grandote, de ojos achinados y de bigote grande y tupido.
Vale aclarar que nunca nos quisimos, o quizás yo no lo quise y a él le fui indiferente, pero a la distancia, lamento no haber aprovechado un poco más su sabiduría de hombre duro y trabajador.
Poco sé de su historia, sólo me queda el sabor amargo al sentir que trabajó mucho y hoy es un jubilado más en un pueblo perdido sin mucho que hacer y con una gran tristeza que lo carcome día a día.
El hombre anduvo siempre a caballo, durante sesenta años, cada día de su vida. De joven, dicen, le gustaban la farra, el vino y las mujeres; pero con los años dejó esos vicios y se dedicó a trabajar con responsabilidad. En sus genes estaba liderar a otros, y pese a su analfabetismo fue un capataz consultado por muchos a la hora de emprender trabajos grandes. Eso sí, a la antigua, con perros y a los gritos, a lo bruto, sin una pizca de psicología aunque siempre al frente de su tropa, demostrándole a los más jóvenes que él podía hacer las cosas mejor o igual que ellos.
Su libreta de anotaciones, basada en números y dibujitos, poseía un informe preciso y detallado de todo lo que sucedía dentro de las ocho mil hectáreas que manejaba, nada se le escapaba a su visión infalible de rodeos de vacas, terneros, toros, caballos, pastos, alambrados, posibles enfermedades, sequías o inundaciones.
¡Y el respeto! No solamente sus empleados, todas las personas se detenían a cruzar algunas frases con él, desde patrones y administradores hasta el más insignificante barrendero del pueblo. Vargas siempre tenía una risa para regalarles, una risa mezclada con palabras ilegibles para muchos pero contagiosa.
De grande le picó el bicho de la soledad (o de la trascendencia) y se juntó con la hija de un peón que le dio dos hijos a los que adoraba. La alegría le duró poco, su hija mayor tenía una grave enfermedad progresiva que consumió horas de amargura, hospitales y ahorros. Así y todo, la chica salió adelante e hizo una vida medianamente normal. Su hijo creció sano y fuerte, aunque desinteresado de las tareas rurales.
Vargas se jubiló a los 67 años, estiró lo más que pudo su retiro pero debió abandonar su trabajo luego de cincuenta años en la misma estancia. Se instaló en su casa en el pueblo e hizo algunos trabajos para amigos que le inventaban ocupaciones para mantenerlo entretenido.
Hace dos años, su hija Alejandra tuvo una decaída y murió a los 22 años. Desde ahí, nada pudo levantar el ánimo de Don Vargas. Los que pasan por su casa pueden verlo cada día, sentado en el patio, con el mate en la mano y la mirada triste. Quizás espere algo, quien sabe qué.
Cruz J. Saubidet®
enero 22, 2009
La libertad frígida
Simulaba ser decente, simulaba ser comprensivo, simulaba hablar con corrección, simulaba estar enamorado.
Claro, yo lo conocía bastante bien, y eso que nunca fuimos muy amigos. Tal vez lo conocía tan bien por eso. Nos teníamos simpatía, por que negarlo, pero no existía el cariño suficiente como para perder la objetividad.
Yo lo sabía porque yo era parecido, yo simulaba muchas cosas también, aunque con el tiempo mi tolerancia flaqueaba por muchos frentes.
Alguna vez hablamos del tema y nos reímos entre ginebras y cervezas. Llegamos al punto de simular nuestra felicidad, tanto, que estuve a punto de convencerme que era así. Después, lógicamente los ciclos lo tiran abajo a uno. A él no, su felicidad simulada se prolongó a través de los años y creo que continúa.
Claro que yo sé que simula, no una amargura porque no es un tipo amargo, simula una conformidad para con su falta de libertad.
“Como si la libertad sirviera para algo”, me dijo un día antes de casarse. “La libertad es una ausencia total de paredes donde sujetarse, es algo un poco adolescente, algo que soñamos pero que no seremos capaces de homologar con nuestro equilibrio interior. Yo necesito, después de mucho tiempo, algo que me marque un camino delimitado. No sé si lo soportaré mucho, pero si no lo pruebo es posible que me esté perdiendo de algo”
Era extraño verlo en un ambiente tan rígido, tan tranquilo. Debo admitir que me chocaba. Pero él se movía como pez en el agua, trabajaba, ganaba plata, tenía hijos, dormía en horarios lógicos, visitaba personas y personas lo visitaban, hacía deporte y hasta creo que jugaba al golf.
Pasaron años y él seguía con cara de conforme.
Yo, en cambio, seguí con mi libertad y me fui hundiendo en la amargura.
Porque las posibilidades de felicidad no existían en mi mente, simulaba estar bien y también simulaba estar mal porque no es bueno que la gente piense que uno no tiene preocupaciones.
Un día empecé a preocuparme, algo no estaba bien en mí, mi libertad había dejado de servirme para sentirme libre.
Entonces lo fui a visitar y conversamos de la mano de un buen vino. No llegué a ninguna conclusión.
¿Qué es la libertad? Es posible que se trate de algo distinguible entre muchas sensaciones, quizás sea algo que deseamos tanto que no nos enteramos cuando la tenemos, ¿y cuando la perdemos? Acaso no se trate de algo que se pierda sino de una sensación que sólo se encuentra.
La libertad es la ostentación del egoísmo, es nuestra y no puede compartirse. La libertad no significa felicidad. La libertad genera muchos sentimientos, pero la felicidad no tiene mucho que ver con ella.
La libertad es un arma para dominar a los oprimidos, algo así como un paraíso en la Tierra, del cual nadie vuelve a contarnos su experiencia.
Sin embargo, conceptos diferentes de libertad hay por cientos. El preso que sale de la cárcel obtiene su libertad, claro que esa libertad será pequeña comparada con la que los hombres necesitan. Igual está bien y debe sentirse profundamente como algo maravilloso, hasta que deja de ser suficiente.
La libertad podría mutar a un “agradecimiento por haber abandonado una situación incómoda” y no estaría mal, aunque la nostalgia suele ser un poco hijoeputa y hasta hacernos añorar calvarios pasados. Porque la memoria es selectiva y no hay nada mas olvidadizo que ella. Si no, que me lo digan los divorciados que vuelven a casarse o las parturientas sufrientes.
La libertad esclaviza un poco, nos obliga a ser libres siempre y a rechazar posibles situaciones quizás agradables, creo que mi amigo no está tan equivocado.
Me parece que la libertad es un concepto demasiado grande, creo que por el momento una gran pasión a la que seguir tendrá efectos muy superiores. Yo sigo buscando.
Cruz J. Saubidet®
Claro, yo lo conocía bastante bien, y eso que nunca fuimos muy amigos. Tal vez lo conocía tan bien por eso. Nos teníamos simpatía, por que negarlo, pero no existía el cariño suficiente como para perder la objetividad.
Yo lo sabía porque yo era parecido, yo simulaba muchas cosas también, aunque con el tiempo mi tolerancia flaqueaba por muchos frentes.
Alguna vez hablamos del tema y nos reímos entre ginebras y cervezas. Llegamos al punto de simular nuestra felicidad, tanto, que estuve a punto de convencerme que era así. Después, lógicamente los ciclos lo tiran abajo a uno. A él no, su felicidad simulada se prolongó a través de los años y creo que continúa.
Claro que yo sé que simula, no una amargura porque no es un tipo amargo, simula una conformidad para con su falta de libertad.
“Como si la libertad sirviera para algo”, me dijo un día antes de casarse. “La libertad es una ausencia total de paredes donde sujetarse, es algo un poco adolescente, algo que soñamos pero que no seremos capaces de homologar con nuestro equilibrio interior. Yo necesito, después de mucho tiempo, algo que me marque un camino delimitado. No sé si lo soportaré mucho, pero si no lo pruebo es posible que me esté perdiendo de algo”
Era extraño verlo en un ambiente tan rígido, tan tranquilo. Debo admitir que me chocaba. Pero él se movía como pez en el agua, trabajaba, ganaba plata, tenía hijos, dormía en horarios lógicos, visitaba personas y personas lo visitaban, hacía deporte y hasta creo que jugaba al golf.
Pasaron años y él seguía con cara de conforme.
Yo, en cambio, seguí con mi libertad y me fui hundiendo en la amargura.
Porque las posibilidades de felicidad no existían en mi mente, simulaba estar bien y también simulaba estar mal porque no es bueno que la gente piense que uno no tiene preocupaciones.
Un día empecé a preocuparme, algo no estaba bien en mí, mi libertad había dejado de servirme para sentirme libre.
Entonces lo fui a visitar y conversamos de la mano de un buen vino. No llegué a ninguna conclusión.
¿Qué es la libertad? Es posible que se trate de algo distinguible entre muchas sensaciones, quizás sea algo que deseamos tanto que no nos enteramos cuando la tenemos, ¿y cuando la perdemos? Acaso no se trate de algo que se pierda sino de una sensación que sólo se encuentra.
La libertad es la ostentación del egoísmo, es nuestra y no puede compartirse. La libertad no significa felicidad. La libertad genera muchos sentimientos, pero la felicidad no tiene mucho que ver con ella.
La libertad es un arma para dominar a los oprimidos, algo así como un paraíso en la Tierra, del cual nadie vuelve a contarnos su experiencia.
Sin embargo, conceptos diferentes de libertad hay por cientos. El preso que sale de la cárcel obtiene su libertad, claro que esa libertad será pequeña comparada con la que los hombres necesitan. Igual está bien y debe sentirse profundamente como algo maravilloso, hasta que deja de ser suficiente.
La libertad podría mutar a un “agradecimiento por haber abandonado una situación incómoda” y no estaría mal, aunque la nostalgia suele ser un poco hijoeputa y hasta hacernos añorar calvarios pasados. Porque la memoria es selectiva y no hay nada mas olvidadizo que ella. Si no, que me lo digan los divorciados que vuelven a casarse o las parturientas sufrientes.
La libertad esclaviza un poco, nos obliga a ser libres siempre y a rechazar posibles situaciones quizás agradables, creo que mi amigo no está tan equivocado.
Me parece que la libertad es un concepto demasiado grande, creo que por el momento una gran pasión a la que seguir tendrá efectos muy superiores. Yo sigo buscando.
Cruz J. Saubidet®
enero 15, 2009
¿Quién es el transgresor?
¡Se ponía colorete que daba miedo! ¡Y del antiguo!, porque si algo podemos ponderar de la cosmética, es su evolución en materia de coloretes y tinturas. Las señoras de antaño imprimían en sus mejillas colores irreales que, no entiendo por qué, no las colocaban en un punto inferior de la evolución humana.
El hombre vuelve al pasado y las modas que parecen modernas son solo una retrospectiva de anteriores, quizás más antiguas de lo que podamos imaginar.
Cuando el arete en la oreja masculina dejó de parecer transgresor (aunque la historia antigua nos muestra que no se trata de algo moderno) los hombres comenzaron a cercenar otras partes de su cuerpo; así fue como nariz, ceja, lengua, ombligo, labio, pezón y hasta glande comenzaron a lucir adornos externos. ¡Nada de moderno! Tribus antiguas nos impresionaron con tales costumbres en revistas científicas.
¡Y los tatuajes! ¿Quién hoy en día no luce algún dibujo perenne sobre su piel? Claro que tampoco es algo moderno, quizás la carga significativa sea menor ahora, pero no difiere mucho de las culturas ancestrales.
Las egipcias pintaban sus rostros con esmero, las chicas y señoras de hoy en día también, ya sin temor al negro extendido sobre los ojos.
Agradezco que el colorete ya no exista en la forma de los ochentas, lo más cercano que queda es Pucca, pero es un dibujo animado.
Me pregunto si la transgresión tiene autenticidad y no encuentro muchas respuestas. Tal vez se trate de ciclos históricos y nada más. Luego de algunos años, las sociedades se abren y transforman años de represión cultural en transgresión. Pero esa transgresión no suele diferir de otra anterior.
Es posible que la transgresión pura venga del lado de la investigación. Sólo alguien que inventa algo totalmente novedoso y con eso rompe verdaderamente conceptos establecidos, puede llamarse un verdadero transgresor, sin importar que se vista como el más regular de los mortales.
El resto de nosotros,(que se viste distinto a la media, que usa aros, tatuajes, piercings o hasta que escribe pavadas queriendo ser “diferente”), solamente formamos parte de un ciclo histórico repetido que quedará en la nada luego de unos años. El transgresor es aquel que con su huella cambia el mundo, el resto es moda.
La transgresión es inteligencia usada en función de romper parámetros establecidos, aunque me gusta más el concepto de parámetros inexplorados.
Así las cosas, mientras no se me ocurra nada interesante, seguiré siendo uno más del montón, es triste, pero peor es el colorete.
Cruz J. Saubidet®
El hombre vuelve al pasado y las modas que parecen modernas son solo una retrospectiva de anteriores, quizás más antiguas de lo que podamos imaginar.
Cuando el arete en la oreja masculina dejó de parecer transgresor (aunque la historia antigua nos muestra que no se trata de algo moderno) los hombres comenzaron a cercenar otras partes de su cuerpo; así fue como nariz, ceja, lengua, ombligo, labio, pezón y hasta glande comenzaron a lucir adornos externos. ¡Nada de moderno! Tribus antiguas nos impresionaron con tales costumbres en revistas científicas.
¡Y los tatuajes! ¿Quién hoy en día no luce algún dibujo perenne sobre su piel? Claro que tampoco es algo moderno, quizás la carga significativa sea menor ahora, pero no difiere mucho de las culturas ancestrales.
Las egipcias pintaban sus rostros con esmero, las chicas y señoras de hoy en día también, ya sin temor al negro extendido sobre los ojos.
Agradezco que el colorete ya no exista en la forma de los ochentas, lo más cercano que queda es Pucca, pero es un dibujo animado.
Me pregunto si la transgresión tiene autenticidad y no encuentro muchas respuestas. Tal vez se trate de ciclos históricos y nada más. Luego de algunos años, las sociedades se abren y transforman años de represión cultural en transgresión. Pero esa transgresión no suele diferir de otra anterior.
Es posible que la transgresión pura venga del lado de la investigación. Sólo alguien que inventa algo totalmente novedoso y con eso rompe verdaderamente conceptos establecidos, puede llamarse un verdadero transgresor, sin importar que se vista como el más regular de los mortales.
El resto de nosotros,(que se viste distinto a la media, que usa aros, tatuajes, piercings o hasta que escribe pavadas queriendo ser “diferente”), solamente formamos parte de un ciclo histórico repetido que quedará en la nada luego de unos años. El transgresor es aquel que con su huella cambia el mundo, el resto es moda.
La transgresión es inteligencia usada en función de romper parámetros establecidos, aunque me gusta más el concepto de parámetros inexplorados.
Así las cosas, mientras no se me ocurra nada interesante, seguiré siendo uno más del montón, es triste, pero peor es el colorete.
Cruz J. Saubidet®
enero 09, 2009
Siempre se deja alguna marca, muchas veces sin quererlo marcamos a la gente que nos rodea y nos quiere o no. La trascendencia puede ser buena o mala, cincuenta y cincuenta, nada nos asegura que nos recuerden por las cosas buenas o como reverendos hijos de puta, y nadie puede confirmarnos que nos moleste una o la otra.
enero 05, 2009
Cara o Cruz, doble o nada
La otra cara de la moneda suele ser siempre mejor que la que nos ha tocado en suerte, ya lo decía Mr. Murphy en sus mandamientos que traspasaron el siglo XX y se adentraron en el nuevo con una certeza incontrolable.
Si sale cara, de seguros estábamos necesitando el numerito del importe o viceversa. Los grandes países trataron de acorralar el problema quitándole el número a la moneda, pero la cara sigue siendo la cara y del otro lado, lo que hubiere, va a significar lo contrario. ¡No señores! La suerte no va a cambiar por más que cambien los determinadores, la suerte va a cambiar cuando decidan de una vez por todas a hacer lo que hace falta para que dejen de importar las caras de la moneda.
Lo cierto es que la moneda en sí poco nos importa, nuestra suerte es un elemento al que cada vez colocamos menos esperanza, aunque sabemos que alguna vez nos puede tocar algo que valga la pena. Mientras tanto, nuestra lucha es robarle oportunidades al destino, muchas veces de forma violenta y otras recogiendo los pequeños despojos que la abundancia va dejando a nuestro paso.
También es un problema determinar si aquello que nos parece un regalo de la diosa fortuna lo es efectivamente. Muchas veces, aquellos que vislumbramos como seres afortunados no lo son tanto y, la billetera abultada, la preciosa mujer que los acompaña o la casa fantástica no tienen el poder suficiente para hacerlos felices. Pero, ¿Quién sabe? Al fin de cuentas, ni todos los viejos son sabios, ni todas las monjas vírgenes, ni todos los pobres buenos.
Never enough. Never will be...
Cruz J. Saubidet®
Si sale cara, de seguros estábamos necesitando el numerito del importe o viceversa. Los grandes países trataron de acorralar el problema quitándole el número a la moneda, pero la cara sigue siendo la cara y del otro lado, lo que hubiere, va a significar lo contrario. ¡No señores! La suerte no va a cambiar por más que cambien los determinadores, la suerte va a cambiar cuando decidan de una vez por todas a hacer lo que hace falta para que dejen de importar las caras de la moneda.
Lo cierto es que la moneda en sí poco nos importa, nuestra suerte es un elemento al que cada vez colocamos menos esperanza, aunque sabemos que alguna vez nos puede tocar algo que valga la pena. Mientras tanto, nuestra lucha es robarle oportunidades al destino, muchas veces de forma violenta y otras recogiendo los pequeños despojos que la abundancia va dejando a nuestro paso.
También es un problema determinar si aquello que nos parece un regalo de la diosa fortuna lo es efectivamente. Muchas veces, aquellos que vislumbramos como seres afortunados no lo son tanto y, la billetera abultada, la preciosa mujer que los acompaña o la casa fantástica no tienen el poder suficiente para hacerlos felices. Pero, ¿Quién sabe? Al fin de cuentas, ni todos los viejos son sabios, ni todas las monjas vírgenes, ni todos los pobres buenos.
Never enough. Never will be...
Cruz J. Saubidet®
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