marzo 26, 2007

La historia es mal ejemplo para el presente.


Imag: Julio Cesar Unión Europea H. Chávez S. Bolivar N. Kirchner Mercosur L.I. Da Silva

La historia es entretenida, pero debemos tener cuidado a la hora de utilizarla para un proyecto a futuro. La historia es peligrosa y plagada de errores. Desde la de Roma, donde ni siquiera sabemos quien fue el verdadero impulsor del asesinato de Julio Cesar, pasando por la conquista de América hasta llegar a la “guerra del golfo” los relatores e investigadores se han sujetado de elementos y soportes no del todo fehacientes para contarnos la “verdad” de lo sucedido.

Pero que esté bien o mal contada no es un problema en sí, lo peligroso es cuando algún personaje de la actualidad busca emular a otro “histórico” a la hora de encarar sus estrategias de gobierno.

Hace dos mil años, Julio César, dominador de grandes territorios en el mundo occidental conocido ideó la posibilidad de darles representatividad en el senado romano a los nativos de los territorios conquistados y de esa forma, procurarles un respiro a sus tropas de opresión y control en sus territorios. Sin duda fue el primer gran burócrata de la historia, pero lo mataron antes de terminar su trabajo.

Dos milenios después, la Unión Europea hace algo parecido, donde los principales cuatro países del bloque le brindan acceso a otros veintitantos para asegurar la continuidad de la paz en el viejo continente. No es criticable, incluso no caben dudas que los países más pequeños y atrasados ven mejoradas sus posibilidades de crecimiento sin poner en riesgo sus supuestas autonomías.

En Sudamérica, ni Argentina ni Brasil tienen la capacidad diplomática para hacerle creer a los otros miembros del MERCOSUR que son realmente importantes para el bloque.

Chávez desde Venezuela tiene otra idea de unificación latinoamericana, pero, a pesar de querer emular a Simón Bolívar o al mismo Julio César, carece de un pasado de logros para afianzar su poderío. Porque Bolívar recorrió Sudamérica a Caballo antes de ser poderoso, César pasó décadas conquistando y sometiendo pueblos en África y Europa antes de reclamar el poder absoluto y el presidente venezolano solo tiene un pasado de soldado y ni siquiera una gran preparación intelectual. Así y todo, en un continente pobre y desplazado la ideas cargadas de falacias sobre igualdad y justicia social prenden con facilidad.

En Argentina, el presidente utiliza la historia cercana para brindar una imagen de justiciero y asegurarse el cariño de muchos, pero supongo que esa estrategia no puede durar para siempre. Para mantenerse encumbrado va a tener que cambiar la forma de hacer política, que sigue igual de sucia que hace diez, treinta o cincuenta años. Claro que ese cambio drástico trae consigo una cantidad de peligros (la historia nos muestra la cantidad que han caído en el intento) pero cuando se lo escucha en sus discursos fervorosos todo hace suponer que tiene la fuerza necesaria, ¿o son solo palabras que se llevará el viento? Es triste, pero parecen ser eso.

Por todo esto considero que si lo que se pretende es “Hacer Historia” no está mal leer a los antiguos, pero es imprescindible la innovación profunda y pensada para que el objetivo se vea cumplido.

Por ahora vamos mal.

Cruz J. Saubidet®


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marzo 21, 2007

Mi primer día de clases. Creo que es un recuerdo.

Luego de casi 30 años, volvió a mi memoria de forma intempestiva el recuerdo de mi primer día de alumno. Por esos años vivía en el medio del campo, sin televisión, teléfono ni buenos caminos para ir de un lugar a otro. El recuerdo está descargado de sentimientos intensos, solo son una escueta serie de imágenes que volvieron después de mucho tiempo.

Ya hacía calor, eran casi las 7 de la mañana de algún día de marzo de 1979. De la escuela nos separaban 12 Km, que Don Rodríguez el chatero recorría todos los días de clase cargado de alumnos.

Todo lo que sabía de la escuela provenía de mis hermanas que iban a 2º y 3º grado. Fue una lástima que ese primer día de clases no me acompañaran pues se habían quedado en Buenos Aires con mi abuela.

Así fue que con mi guardapolvo blanco, mí portafolios y mis expectativas, subí al carro de Don Rodríguez, tirado por dos caballos tordillos, con el único objetivo de empezar primer grado.

El viaje fue largo, más de una hora y en cada parada subían caras nuevas. Yo me quedé inmóvil en un rincón del carro hasta que por fin llegamos.

Al bajar, ya muchos chicos estaban en la fila por lo que la maestra nos fue acomodando uno por uno según la altura y quedé entre los primeros.

Luego de recitar un verso que con el tiempo me aprendí, la bandera ganó la punta del mástil. Después, la señora Morena (no aceptaba que le dijéramos señorita) llevó a los alumnos de primero, segundo y tercer grado a un salón y mandó al resto de los grados al otro.

En primero éramos siete chicos, contando a “La Pocha” que había empezado la escuela con mi hermana mayor, siguió con la segunda y gracias a su obstinación con primer grado, con su metro cincuenta de altura se transformó en compañera del tercer Saubidet.

Mi memoria no logró retener todo lo que pasó ese día en clase, solo un dictado para los alumnos de segundo y tercero que yo me ofrecí a hacer pues ya sabía escribir un poco. Por alguna razón que no comprendo todo lo que dijo la maestra lo transcribí sin separaciones inter-palabras y fue una gran herida en mi autoestima cuando Morena me devolvió el cuaderno y en mi supuesta obra de arte escrita en lápiz negro, una multitud de rayas rojas le propinaba el primer golpe a mis conocimientos.

Después la vida siguió sus carriles y yo me transformé en esto que no ven pero al menos leen.

Cruz J. Saubidet®


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marzo 12, 2007

Ecología moderna y teorías sin sentido.

No me gusta hablar de ecología por dos motivos, sé poco acerca del tema y me aburren los manifestantes ecologistas. Sin embargo, mi súper yo, al que llamo “Merele” por razones que no vienen al caso, suele despertarse con ínfulas ecologistas y me transmite elementos estremecedores al respecto.
Al igual que muchos, yo pienso que la mayoría de las organizaciones ecologistas no cumplen un rol importante en el mundo de estos días. La razón es simple, apuntan el chorro para lugares incorrectos o bien no logran llegar a las personas con las posibilidades de realizar los cambios.
Así y todo no me parece mal separar la basura ni tirar las pilas usadas en lugares habilitados al respecto, pero, ese granito de arena se verá tapado de médanos oscuros producidos por empresarios y gobiernos faltos de decisión a futuro.
Sí pero no, diría mi yo llamado Merele, la solución a los problemas ecológicos no está en las ideas de Greenpeace, allá ellos sacando dinero a la gente para hacerla sentir que contribuye a algo, allá la gente común que considera que ser ecologista el políticamente correcto y que pagando la cuota ayudan al mundo.

Anoche al acostarme apareció Merele con un ímpetu desconocido, suele agarrarme medio dormido como para que no lo refute demasiado y, como a un loco, me insufla ideas faltas de sentido. En general no le presto atención, pero anoche me ofreció un par de elementos que si bien son faltos de lógica y pragmatismo, me parecieron menos locos que otros.
Más o menos me decía esto, debo traducirlo un poco porque a veces me habla en inglés o griego o usa lenguaje de señas, pero como somos una sola cosa logro entenderlo:

“Las grandes ciudades no deberían consumir ningún tipo de producto robado a la naturaleza y que no lleve consigo un proceso de producción, en lo posible costoso”

No está mal, justo ahora hablan de los problemas de reservas de peces, no podrían consumirse peces, ni talar bosques naturales para producir muebles o papel, ni comprar frutas o hierbas silvestres en los supermercados, ni comerciar productos de marfil ni tomar agua mineral de manantiales, ni cremas de algas, etc. Por mí no hay problema, dije, me gusta la idea porque no es extremista, si quieren pescado vayan a un pueblito portuario y si quieren agüita pura y fresca vayan y caminen por la montaña, que un poco de ejercicio no les vendrá mal.

La segunda idea era un poco más excéntrica, no por eso menos interesante:

“El petróleo es el combustible de la tierra” Hasta ahí bien, no sonaba muy loco, el petróleo es el combustible que mueve casi todo lo que gira en esta tierra, pero no, Merele no suele ser simple:

“El petróleo es el elemento que hace mover al planeta Tierra, es el combustible que permite a muestro mundo no solo girar sobre su eje sino también mantener fríos los cascos polares y calientes los trópicos, el sol ayuda, desde ya, pero es el petróleo el que circula por entre las capas teutónicas y permite que el planeta funciones de forma correcta. El calentamiento de los glaciares se debe a la falta de combustible del planeta, la chatura de los polos es la causante de que se haya vaciado primero esa parte, pero en los próximos cuarenta o cincuenta años se sentirá en otras latitudes y los efectos serán desastrosos. Cuando quede muy poco, notaremos que los días comenzarán a durar 25, 26, 27, 30 horas, la velocidad decrecerá hasta que el mundo deje de girar y en ese momento tendrán iguales problemas los que queden de un lado u otro de la luz del sol”

Le pregunté que tipo de asidero científico tenía la teoría, pero ya se había ido, dejándome la sensación amarga de que su teoría era carente de toda validez. Pero hoy me desperté con la idea fresca aún y decidí escribirla al menos para que quede asentado, si llegara a pasar algo de eso, que Merele y yo les avisamos con tiempo.

Cruz J. Saubidet®

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marzo 05, 2007

FÁCIL es mentir, después se complica.

Es difícil darse cuenta el momento justo en el que se cometerá un error.

Es difícil reconocer que se ha cometido.

Es difícil catalogarlo como tal.

Es difícil sentirse culpable del mismo.

Es difícil pedir perdón ni convencerse de que lo acontecido es culpa de uno.

Es difícil entender por que razón las cosas son como son.

Es difícil mantenerse entero en estos días que corren.

Es difícil entender por que razón los demás actúan de una u otra manera.

Es difícil mantener las relaciones basadas en las reacciones.

Es difícil encontrar pasiones que cubran los agujeros del alma.

Es difícil reconocer las intenciones sin involucrarse realmente.

Es difícil hacer bien las cosas.

Es difícil explotar verdaderamente las propias cualidades.

Es difícil no sentirse un poco harto de esperar resultados.

Dijo el poeta mientras cebaba el primer mate del día:

¡Claro!, FÁCIL, FÁCIL, es la “tabla del 1” a partir de ahí las cosas se van complicando. Pero déle palante nomás que a veces algo sale bien y la cara de sorpresa nos dura varios días. ¿O que pensaba que era la felicidad?

¡QUESELEVACER!

Cruz J. Saubidet®



marzo 01, 2007

Blanco y negro.

La polvareda dejaba ciego a quien se atreviera a caminar por las calles en las siestas cálidas y vacías.La Tordilla se llamaba el caserío, los lugareños le decían pueblo, pero los considero demasiado generosos, se trataba a mi entender de un conjunto de construcciones que se emplazaban al margen de una vía casi muerta.

Una escuela, una iglesia con cura los domingos sin lluvia, carnicería, comisaría, club, diez casas y el boliche de Peccorari, que hacía a la vez de almacén y tienda.
Peccorari era un señor grandote y de cara siempre colorada, malhumorado natural y muy mal comerciante. A pesar de ello, su boliche contaba con la presencia de la crema y nata del paraje, sordos ellos a los malos tratos del dueño y ávidos de una bebida con alta graduación alcohólica. Además de bolichero, desde el 83 hasta el 2000, Peccorari ejerció el cargo de Jefe comuna o intendente de la zona, cargo que le valió calificativos de nepotista y atorrante. Lo criticaban pero luego lo votaban, la mayoría de las veces por ser lista única y otras por repartir más cajas de alimentos y frazadas que el opositor en las campañas. Entre otras cosas fue el dueño del único teléfono de la zona por muchos años, suerte que supo aprovechar cobrando exorbitancias por las llamadas. "Arbitro injusto" le decían: cobra lo que quiere y si no te gusta te echa.

Entrar al boliche, sin importar la hora, significaba sumergirse en un mundo lisérgico y abierto a las sorpresas. El mostrador ocupaba todo el largo del salón y en sus riveras se asentaban las destartaladas mesas con sus sillas de patas desparejas. Si estabas de suerte, el dueño te atendía, si se trataba de mucha suerte; la Mari (hija del dueño) traía las bebidas y se agachaba dejando a la luz de tus ojos esos pechos blancos.
Joaquín estaba de paso, y con sed. Era la tardecita y no dudó en entrar. Había tres mesas ocupadas.
En la primera estaba Don Sebastián, viejito y desdentado, casi mudo junto a Doña Pendo, su esposa, gigantesca, oscura y brillosa. Un par de nietos tomaban cocacola junto a Sebastián, su señora bebía ginebra a largos tragos y pedía ¡otra! Golpeando el vasito contra la mesa. Joaquín escuchó algo, una especie de saludo casi mudo de parte de Sebastián, respondió sin entender.
-¡Hablá juerte, viejo! ¡No te das cuenta que no se te entiende! ¡Buenas, don, a este viejo guampudo no se le entiende nada cuando habla! Fue el amable saludo de la doña.
-Buenas doña, como anda señor. Respondió mientras se alejaba.
En la otra mesa yacía un hombre transpirado y de piel casi negra, su cabeza parecía apoyada sobre el vaso de vino, los ojos los tenía casi cerrados.
-Buenas, ¿cómo es su gracia? Dijo secamente. ¿Qué lo trae por estos pagos?
Joaquín decidió no prestarle atención y siguió de largo.
-¡Conteste, señor! Increpó a la vez que se paraba y lo tomaba del hombro.
-No hablo con borrachos. Mintió Joaquín a la vez que se soltaba del brazo del ofensor. El bolichero se había puesto a su lado y agarraba al morocho dispuesto a pegarle al extraño.
-Calmate, Maidanita, explicale al señor que sos el comisario y seguro que te contesta.
-¡Usted se resiste a la autoridad y lo voy a tener que meter preso!
-Pero, de haber sabido que usted era el comisario no solamente lo saludaba sino que lo invitaba un vino, discúlpeme, Maidanita, mucho gusto, Joaquín Sobiles para servirle.
-Disculpado, venga, siéntese y páguese un tinto.
-¡Cómo no!, ¡Señor, un tinto y una cerveza bien fresca por favor!
Ahí terminó el diálogo, Joaquín se sentó junto al comisario a esperar la cerveza y el silencio se adueñó de lo que podría haber sido una conversación, Maidanita bajó nuevamente la cabeza y se sumergió en el vino.
En la última mesa ocupada había tres gauchos conversando y tomando cerveza, en cuanto Peccorari trajo el vino y la cerveza, el mayor de ellos lo invitó a sentarse con ellos:
-Siéntese acá, hombre, el comisario está muerto. Era un eufemismo muy bien utilizado.
El mayor de los gauchos, Héctor Severino Garréz, tenía la cara hinchada y roja, recorrida de un mapa hídrico de venas verdes y azules, que de finas, pasaban casi inadvertidas. Un pequeño bigote de indio pendía sobre su boca sonriente.
-Le presento: Aníbal Jorge Garréz (mi hermano) y Luis Bienvenido Paniagua, mi sobrino, más conocido como pan mojado. ¿Qué anda haciendo por La Tordilla?
-De paso para San Justo, me dijeron que por esta ruta me ahorro como 80 kilómetros.
-Tiene suerte que no llovió, si no iba terminar perdiendo un día.
-Menos mal. Dijo Joaquín mientras llenaba los cuatro vasos.
Joaquín dirigió la conversación con preguntas cortas y concisas, los tres gauchos (especialmente Héctor) no dudaron en contarles vida y obra de la zona, en especial del pueblo, al que venían de vez en cuando, ya que trabajaban en una estancia grande que distaba a 20 kilómetros.
-Otra cerveza, por favor. Pidió Joaquín.
-¡Uh! La va a traer la Mari. Los ojos de Luis Bienvenido se pusieron brillantes. -Cuándo se agache, mírele los pezones, ¡después me cuenta!
Y vino la Mari, se agachó sirviendo los vasos y la gravedad deslizó su camisa dejando los pechos al descubierto. Era una gringa linda, tendría 25 años, buen cuerpo, piel blanca, ojos celestes y no usaba corpiño. No pudo Joaquín evitar espiar esos pechos blancos como la leche que remataban en unos pezones grandes y negros como el carbón. Quedó unos minutos sin palabras, nunca había visto algo así, ni siquiera estaba seguro que le gustara, sin embargo le costó bastante tiempo borrar esa imagen de su mente, muchas veces quiso volver y verla de nuevo, pero los caminos son muchos y ya nunca regresó por ese caserío perdido en medio de la provincia de Santa Fe.


Cruz J. Saubidet®