junio 06, 2017

“Se terminó la abuela”

“Se terminó la abuela” Fue la frase que quedó guardada en mis recuerdos. Podría haber sido se murió, falleció, pereció, expiró, etc. Pero no, las dos palabras que marcaron mi primera experiencia cercana con la muerte refirieron a un final real nunca mejor explicado. Ese día perdí oficialmente la fe; y no porque estuviera enojado con Dios por la muerte de mi abuela, menos porque la catequesis me llenara de miedos ni porque la misa me aburriese ni tampoco los curas de mi colegio fueron abusadores. Ese momento mágico cuándo ese hombre rústico y fabuloso que ya había tenido otras clases magistrales para conmigo como cuando me dijo “no es que te quiera enseñar, pero es para que aprendas” me anotició del deceso con un clarísimo “Se terminó” muchas de mis tradiciones culturales y sociales que me obligaban a sentir cosas que no sentía desaparecieron y me transformaron en un ser un poco más abierto pero mucho más vacío. A partir de allí fue todo cuesta arriba con mi espíritu pero mi razón por fin se puso de acuerdo con mis sentimientos. No me enorgullece ni un poquito mi falta de fe, es lo que es y quizás un día aparezca, no digo vuelva porque nunca la tuve ni me sentí reconfortado con la comunión ni creí en el poder de la oración.

El problema está en las bases o los fundamentos aunque mejor no partamos de ninguna base, porque al final del día nada de esto va a importar y todo se va a romper en millones de pedazos inutilizables. Partir de una base significaría darle entidad a pensamientos o teorías anteriores y, aunque me digan que debería ser más humilde prefiero no tener nada que ver con las bases. Es de suponer que las bases deberán soportar todo el peso posterior, pero generalmente, debido a la imposibilidad de perfección, tarde o temprano se rajan y tuercen llegando en muchos casos a dar por el suelo la historia de generaciones. Por otro lado, ignorar las bases es partir de la base de que todas estás erradas, afirmación que no podría comprobarse.
Ante la imposibilidad de bases firmes donde apoyarse, el género humano ha optado por cambiar la firmeza por lo intangible creando la institución de la Fe que, a pesar de no tenerla, me cuesta mucho menos aceptarla hacia un ser superior y creador que dirigida a un ciudadano de a pie. Quizás por eso respeto mucho más a los convencidos religiosos que a aquellos que le regalan su fe a un político cuya base de ideas casi seguro se derrumbe tarde o temprano. 
La fe admite lo absoluto, la razón solo acepta la evidencia y el problema es la falta de evidencias en este mundo que nos toca en suerte. 
A pesar de mi escepticismo, la sociedad me obliga a tener pequeñas dosis de fe dado que sin ellas sería imposible vivir medianamente tranquilo. Así que debo confiar en que mis hijos estarán a salvo en la escuela, que me pagarán el sueldo con regularidad, que algunos que dicen quererme realmente me quieren, que no todo está podrido, que seguirá habiendo buenos músicos, que el motor arrancará (en todos los sentidos), que la primavera será verde al igual que la yerba mate y que algún día escribiré algo que valga la pena. Lamentablemente la razón no me da para una Fe más grande que esa.