mayo 31, 2018

Sobre frases simples que cambian la vida


Debo aclarar mis reparos para con el gauchismo.
Cada vez que me dicen gaucho respondo: “No, mi hermano es el gaucho, o mi viejo, yo tengo un concepto sarmientino” 
Entonces me replican: “vos te criaste en el campo y conocés de los trabajos y la idiosincrasia”
Y yo: “Por eso, el gauchismo y las almas como la mía no se llevan bien” Aseguro antes de un sapucay.
Pero no estoy acá para criticar la tradición argentina ni disgustar una vez más a mi padre sino para relatar un detalle gauchesco que me ayudó en momentos difíciles de mi vida. El proveedor de la revelación fue Héctor Torrez o Pitín, en algún verano de mi primera adolescencia.
Debo aclarar que a mi padre le molestaba muchísimo que yo pasara el verano ocioso disfrutando de mates y pileta como hacían mis hermanas. Yo debía trabajar y, a pesar de mi desagrado, madrugaba, agarraba caballo y salía al campo con la peonada a la vez que era mandado por el capataz. Me dirán muchos que está bueno y yo diré que si te gusta debe estarlo, si no  te gusta es una tortura más aun cuando tus hermanas duermen hasta las diez y disfrutan de sus vacaciones. Cosas de los padres de campo y sus hijos varones.
Campos de montes aquellos. A la hora de sacar la hacienda había que internarse entre las ramas y gritar tratando de no rasparse mucho ni perderse. Luego de la primera pasada, había que hacer una segunda ya que nunca salían todos los animales, así es que Cruz Joaquín debía quedarse cuidando que el rodeo no volviera al monte mientras el resto del personal retomaba la búsqueda. Ese tiempo ahí parado era interminable, muchas veces dejaba que se escapara alguna para alcanzarla al galope y traerla de nuevo, pero era peligroso porque a veces esos bichos se siguen y se terminan escapando todos. Esas horas “atajando” eran la peor parte del trabajo. Y ahora entra Pitín en la historia, dándole un giro a mi tedio.
Estaba una mañana de calor extremo cuidando un rodeo. Habían pasado casi dos horas  desde que me habían dejado y se empezaba a escuchar el griterío del capataz que estaba volviendo con algunas vacas más. Al llegar junto a mí, Pitín me mira con tristeza y me dice: “Debe haber sido aburrido, Mincho; ¿Cuántas te hiciste? Esa frase cambió mi vida.


CJSinCT® Twitter: @cruzjoaquin BLOG: http://cruzsaubidet.blogspot.com/

mayo 07, 2018

LA FORMULA IMPRECISA PERO CORRECTA (quizás)

Es muy complicado determinar cuándo un salario es justo o injusto.
Es sabido que los empresarios y las corporaciones son bastante herejes a la hora de los salarios y la brecha entre directivos y empleados termina siendo vergonzosa. Y esa maña no es exclusiva de las corporaciones, también los pequeños empresarios son golosos con las ganancias y no sienten culpa al pagar sueldos de hambre a sus empleados. Por suerte no todos los empresarios son así y, sobre muchos que cumplían la norma a rajatabla, me tocó trabajar un tiempo con un hombre bondadoso siempre atormentado con la idea de ser injusto en la repartija de sus ganancias.
La empresa era próspera y los márgenes sustanciosos.
En ese tiempo yo estudiaba administración y quizás por eso o por otras afinidades mi jefe me propuso generar una fórmula para pagar salarios justos sin poner en peligro la salud financiera de la empresa. Se me ocurrió la fórmula de dividir el 25 porciento la ganancia neta anual por la cantidad de empleados y ofrecerla como un bono de fin de año proporcional a cada salario. Mi jefe no estaba en desacuerdo con la idea, pero como no quería pecar de injusto y consideraba que un premio no debería tener escalafones ni diferencias de estatus entre el personal me pidió que elaborara una formula equitativa para la distribución de la cuarta parte de las ganancias.
 Mis primeras propuestas fueron auto rechazadas antes de presentarlas, hasta que decidí pensar literariamente, algo loco y fuera de los parámetros establecidos. Mi jefe se rió cuando le expuse mi idea y la supuse descartada, pero luego de dos semanas me pidió que elaborara una hoja de cálculo semanal con los ingresos del año fiscal anterior.
 Hecho eso, la empresa licenció con goce de sueldo a un empleado cada semana. Éramos veinte contando al jefe por lo que el experimento se concluyó en menos de un semestre. Una vez finalizada la rotación, hicimos una concienzuda comparación de ingresos y determinamos el porcentaje de pérdida/ganancia que a la empresa le significaba cada empleado.
 Fue así que la mayor tajada se la llevó el cobrador, seguido por los repartidores y los vendedores y la secretaria administrativa. Lo empleados de planta ocuparon el quinto lugar y yo, que había tenido la brillante idea, quedé último y cómodo.
 Al poco tiempo partí a nuevos horizontes y no sé si el sistema se seguirá utilizando, pero fue una de mis experiencias laborales más gratificantes y aunque no estoy seguro si la formula era precisa, creo que al menos era un pequeño acto de justicia entre tanto sorete a las vueltas.

 Cruz J. Saubidet®