julio 28, 2008

El momento justo

Nunca creí que fuera el mejor momento para hacerlo, pero como la situación lo ameritaba, decidí darle para adelante y hacer la prueba. Casi seguro de mi fracaso tomé el primer trago. Al contrario de lo que esperaba, no sentí nada extraño más que una inusual frescura recorriendo mi garganta, era como si pisara un mármol, pero mi garganta era mi pie descalzo. Tampoco sé si esa fue la sensación, porque comparar suele ser impropio de las almas escépticas como la mía. Así y todo, no puedo negar que mis esperanzas estaban bordeando la aventura, de la que suelo ser reacio.
Me habían asegurado que con un trago sería suficiente, pero como no sentía efectos, me tomé dos más. Ya no bajaban como mármol frío, ahora parecían almohadones de plumas que se negaban a superar el esófago, claro que yo ya no estaba ahí para contarlo.
Sentí como si mi cuerpo flotara y se me separasen las extremidades, no iban muy lejos, brazos y piernas flotaban a diez centímetros del cuerpo y sentía que mi cabeza también empezaba a alejarse del cuello. Lejos de asustarme, me maravillaba la sensación de poder mover los dedos aun estando desconectados de mi centro nervioso, incluso mi cerebro (y mi cabeza) ya se encontraban despegado de mi cuello. Hice unos experimentos, me cambié las piernas de lugar, puse un brazo pegado al cuello y posé la cabeza en mi mano y la hice girar cual pelota de basketball. Admito que eso me mareó un poco, pero a la vez me encantaba. Bajé mis piernas al piso y moví una y luego otra hasta que me pareció una distancia prudente, temía perder la conexión y que desaparecieran.
Mi cabeza dominaba los movimientos, quizás gracias a los ojos, la nariz y los oídos, o tal vez el cerebro, aunque la desconexión medular me hacía pensar que el poder del cerebro como amo y señor del ser humano era un mito y que hay algo invisible que dirige nuestras acciones.


El caso es que luego de quince minutos lúdicos comencé a extrañar mi cuerpo como una unidad y traté de juntarme. Lo hice, solo apoyaba a mi tronco los brazos y las piernas pero estos no se unían, solo quedaban donde les ordenaba. Algo estaba fallando y me empecé a preocupar. Me habían avisado que cada persona sentía algo diferente, pero nadie me comentó de un desmembramiento físico ni de la perdida de capacidades. Si bien había tomado tres cucharadas en lugar de una, los efectos deberían haberse terminado hacía varios minutos, sin embargo yo seguía descuartizado y sin descubrir como volver a la normalidad.
Mi tronco flotaba a un metro del suelo, sentía un poco de vértigo y por eso coloqué mis piernas debajo y las sostenía con las manos, pero, al ser las piernas mas pesadas que los brazos, cuando el tronco se movía (quizás por el viento) mis brazos quedaban sujetos a mis muslos y se separaban de mi cuerpo. Para mantener la cabeza sobre el cuello necesitaba mantener el cuerpo muy estático, pero una y otra vez el viento me movía y volvía a ser seis partes.
Si hubiera podido recostarme, me habría quedado así hasta que los efectos se fueran, pero era imposible, mi cuerpo nunca bajó de la altura de mis piernas.
Sentí ganas de vomitar, extrañas ganas de vomitar ya que la sensación estomacal buscaba una salida por la boca y esta no estaba conectada. Las arcadas subían hasta encontrar el tope del cuello y volvían al estómago. Respiraba bien, si bien el aire no llegaba a los pulmones, me daba la tranquilidad de que no iba a morir al menos por un rato. Las nauseas llenaron mi frente de un sudor frío y pegajoso que cubrió mis ojos, quedé ciego. Traté de limpiarme los ojos con una mano, pero cada pasada los empeoraba, ahora me dolían y los oídos me zumbaban. Perdí noción de la realidad, sentía que mis piernas y brazos volaban por los aires y se golpeaban entre sí, a veces pegaban contra mi cabeza, pero no podía ver hacia donde me disparaban. En un momento estaba muy lejos del cuerpo, eso creía porque mis sentidos estaban amulados. Quise gritar, pero las cuerdas vocales habían quedado en la parte del cuello, quise moverme pero era inútil, quise llorar pero mis ojos estaban demasiado irritados, quise morirme, pero no supe como.
Me encontraron dos días después, deshidratado y con la cara hinchada. Hace dos meses que estoy en una clínica, pero no recupero la movilidad de mi cuerpo. Mis ojos fueron sanados, pero mi cuerpo sigue ausente.
Ayer vino la enfermera con la botellita que encontraron junto a mí, me ofreció una cucharada pero me negué.
“Tome un poco”, me insistió, “un poco de ginebra no puede hacerle mal”
Cruz J. Saubidet®

julio 02, 2008

Termino, luego empiezo

A veces, es bueno temer los desenlaces porque de ellos dependerán los futuros comienzos.
Terminar algo significa mucho más que dar por concluido un asunto, implica casi siempre un nuevo comienzo cargado de adrenalina e indefiniciones.
Es como el cuento del huevo y la gallina, nunca sabremos si la intención primera fue empezar algo o terminarlo. Me dirán que para terminar algo hay que empezarlo, es verdad, aunque también podemos terminar cosas que ya fueron empezadas. Asimismo es cierto que comenzamos muchas cosas que nunca terminamos y eso nos transforma en mediocres, pero a no preocuparse, desde la mediocridad suelen surgir algunas cosas interesantes.
El problema de dejar proyectos inconclusos es que debemos encontrar de forma no natural la energía necesaria para un nuevo propósito. Porque la fuerza de lo nuevo está en su esplendor en lo finalizado anteriormente.
Mantener el orden en el hogar suele ser un ejemplo práctico. Nuestro plan es tender las camas, lavar y secar los platos y limpiar el inodoro todos los días. Por un tiempo venimos bien y hacemos la tarea con decisión; pero un día no la hacemos por cualquier motivo, a partir de ese día, retomar el hábito nos dará mucho trabajo, porque nos faltará la energía que nos brinda el trabajo terminado el día anterior.
El trabajo periodístico me ha deparado una suerte parecida, mientras las notas que hacía llegaban a buen fin, encontraba de ellas el impulso para la siguiente, mas un día me trabé con una y no pude terminarla, a partir de allí me ha costado muchísimo encontrar nuevas ideas de las cuales investigar y contar algo, estoy luchando con eso, pero para seguir haciendo reportajes debo sacar energía de donde no la tengo.
Terminar cualquier cosa significa casi siempre una sensación agradable. Si lo que hacíamos nos gustaba, a pesar de la nostalgia, sentiremos que hicimos algo bueno; y si era desagradable, el placer radicará en el alivio de no tener que hacerlo más.
Creo que en la política pasa lo mismo, pero en este caso es un efecto contraproducente. La política es un lugar en donde las personas “luchan” por ser los hacedores de los cambios positivos para la población. Los políticos necesitan tener en su CV una cantidad de acciones concluidas para aspirar a nuevos cargos, y eso es un gran error.
Los políticos deberían diferenciar correctamente que las obras que propician no les pertenecen, ni ellos las harán. Será un trabajo del sistema. Y será el sistema político (y no ellos) el que se fortalezca con cada obra terminada.
Los políticos tendrían que considerar a sus proyectos como obras terminadas y no a las obras propiamente dichas, ellas ya no les pertenecen, son de la gente. Cuando el político quiere inaugurar para sentir “propia” la obra, se genera un gran problema. Las obras propuestas, serán a corto plazo o mal hechas y sobre todo estarán cargadas de egoísmo.
La política como sistema de gobierno, en cambio, se verá fortalecida con cada proyecto concluido y estará preparada y enérgica para nuevos desafíos.
Tal vez debería prohibírseles a los políticos inaugurar y de esa manera mataríamos dos pájaros de un tiro: Las obras serían realizadas sin ansiedad ni egoísmo; y los políticos contarían con mejor energía para presentar proyectos que valgan la pena.
Pero es, al igual que limpiar el inodoro a diario, otra utopía.

Cruz J. Saubidet®