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marzo 05, 2019

El día que quise cubrir el cupo femenino. Parte I. (Fragmento de Una cosa lleva a la otra)

Mi empresa buscaba la permanente innovación, por eso decidí que era imprescindible incorporar mujeres. Fue difícil, no porque no hubiera chicas preparadas a delinquir, sino porque pocas de ellas estaban dispuestas a pertenecer a una organización compuesta sólo por hombres.
A Josefina la encontré un día de lluvia haciendo dedo en la autopista, al principio pensé que estaba trabajando, pero cuando me acerqué, evidencié que con ese aspecto rollinga no tenía tantas posibilidades de vender su cuerpo, o quizá sí, vaya a saber. Le decían “La china” tal vez por llamarse así o lo que fuera, el caso fue que no pude vencer la tentación de llevarla.
 -Gracia, loco, me estaba recagando de frío, son todos “una manga de caretas”, nadie levanta a nadie ya en este país, es una mierda. Pero con vos todo bien, sos del palo se ve.
-¿De qué palo?
-Quiero decir que no sos careta, que no la vas de “forro” y que tirás una mano de vez en cuando.
-Parece que sí. ¿Cómo te llamás?
-¿Vos no sos el Joaquín, de la villa? Sí, ¡qué loco! Para el Juliancito sos como un Dios.
-¿Sos amiga de Julián? -Si, curtimos a veces, pero el chabón labura demasiado, nunca tiene tiempo. Si no fuera del palo pintará para “careta” como ese Martín, el rubio ese que tiene al lado.
-¿Y Martín es careta? -Y…, el chabón quiere “pintarla” de villero, pero ni ahí, se le nota que viene de casa de material. Josefina hablaba mal y mucho, tenía diecisiete años y no era fea.
Su “onda” no me resultaba atractiva, pero es posible que para Julián fuera una diosa. Me cayó muy simpática y como iba para la oficina, la llevé hasta la villa.
-¿Vas al colegio?
- A veces, pero no mucho porque debo un montón de materias de tercero y cada vez que voy, los ortivas de los profesores me quieren llenar la cabeza con que estudie y que termine el secundario. Ni ahí, no va eso conmigo, mirá que yo leo mucho y escribo bien.
-¿Para qué escribís?
-Para los otros, muchos pibes no tienen idea de cómo hacer la “o” con un vaso y yo le escribo cartas. A mi mamá le leo las cartas de mi abuela que vive en Formosa y le contesto a la viejita.
-¿Fuiste a Formosa?
-No, a mi abuela no la conozco, pero le escribí como cien cartas.
-¿Cómo conseguís guita? -No tengo un cobre, nunca, ni para el bondi. Pero a veces “empujo” a las “caretitas” de la escuela parroquial, tranqui, hago unos manguitos pero no mucho, las pendejas andan “secas” como yo.
-¿Con quien te juntás?
-¡Que se yo! Yo conozco a todos en la villa, y buena onda. Pero más que nada con Julián y los amigos.
-¿Qué podrías hacer con nosotros? De laburo, digo.
-Puedo ser la secretaria de Julián. ¡Te imaginás!
-No jodas, el día que Julián necesite secretaria, yo me jubilo.
-Era Joda, ni idea que puedo hacer.
-Pensalo, estoy cansado de que todos seamos hombres. Cruz J. Saubidet®

octubre 23, 2018

“Apoyador integral de locuras ajenas”


Así como la mayoría de los días debo forzar mis sentidos para encontrar una historia, esta mañana hay dos que pujan por salir y aunque muy distintas entre sí, están conectadas en mi participación como “apoyador integral de locuras ajenas”. Porque si un amigo viene y me comenta sobre un emprendimiento tradicional (llamémosle poner un bar o fabricar medias para buzos de neopreno) mi reacción va a ser técnica y el apoyo no tan manifiesto. Sin embargo, cuando alguien me comenta una locura linda fuera de los parámetros establecidos, mi entusiasmo crecerá hasta el grado de convertirme en esa última gota necesaria en cada decisión. Tuve que tirar la moneda y la suerte se decidió por el Polaco.
Tomasz Nowak Cerrudo o el gringo Cerrudo o el polaco Tomi, allá en los albores de los noventas, era un hombre de treinta y pocos años, rubio, ojos claros, de aspecto de heladera antigua, dientes y orejas grandes y bigote estilo pizzero Italiano.  Andaba en una F100 nueva con unos cuernos texanos en el paragolpes, cosa que provocaba algunas burlas de los gauchescos y simpatía de mi parte. El polaco vivía con su madre en un campo sobre la ruta que va de San Cristóbal a Tostado, entre Santurce y La Cabral. Tierras malas y salinizas pero que bien manejadas pueden aguantar una vaca cada tres hectáreas. Claro que el polaco no estaba interesado en los bobinos y alquilaba sus seis mil quinientas hectáreas a su vecino. Su mundo eran el casco de la estancia y unas cien hectáreas alrededor.
El padre del Polaco tampoco era muy laburador, aunque la casa era una maravilla, no a la vista sino en innovaciones tecnológicas y mecánicas. Esa chispa estaba en su hijo que continuando la tradición siguió agregando elementos extraños e interesantes a su morada. El viejo Nowak se había matado en el 85 al estrellar su avioneta contra un molino mientras practicaba acrobacias para la fiesta del pueblo. Murió en su ley dijeron sus amigos del aeroclub quizás aliviados ante la posibilidad de poner en peligro a la población con piruetas aéreas demasiado osadas. El Polaco, ante la orfandad, decidió dejar la universidad de ciencias exactas en Córdoba e instalarse con su madre.
Una mañana, yendo yo para Aguará, paré a auxiliarlo de una pinchadura múltiple de ruedas. Cómo no tenía más ruedas de auxilio, lo llevé hasta su estancia. Ya me llamó la atención que tuviera un vaso térmico de café, aunque al ver su casa el vaso perdió magnitud. Había cuatro galpones diseminados alrededor de la casa y un tinglado gigante con dos avionetas.
En uno de los galpones estaba el taller mecánico, digno de envidia de cualquiera que yo conociera, con máquinas inexplicables y dos fosas impecables. Descansaban un Volvo rural viejo pero reluciente y un Jeep con ruedas desproporcionadas. En pocos minutos reparó las ruedas pinchadas y lo llevé de nuevo hasta la ruta. Al despedirnos me regaló el vaso-termo de café y me invitó a pasar cuando quisiera.
Así nos hicimos amigos, de encuentros de cervezas en la Shell de la entrada del pueblo, en el boliche y hasta compartiendo alguna pesca en el Salado. El Polaco siempre buscaba algo nuevo, había viajado mucho por el mundo y como sus finanzas estaban cubiertas ocupaba sus horas con inventos y teorías interesantes. Y así, tirada al azar, me comentó sobre la idea de crear el órgano de tubos más grande del mundo. El polaco había visitado el Boardwalk Hall en Atlantic City (yo estuve en 2007) y otro mega órgano en Filadelfia y sabía que no podía hacer algo así para superar el Guinness Record, pero, usando chapas de zinc y motores eléctricos quizás podría entrar a los record como el órgano de dos octavas con tubos más grandes y sonido más potente del mundo. Por supuesto que yo apoyé la idea y me comprometí a asistirlo en la construcción. La inversión era interesante aunque no dañaría las arcas de la familia Nowak Cerrudo, o no tanto ya que el polaco contrató a dos antenistas, un tornero, un chapista de autos, tres atorrantes del pueblo y al único afinador de pianos de la zona. Se colocaron ocho antenas de entre 115 y 80 metros separadas seis metros unas de otras, en cada una se insertaría dos o tres tubos de acuerdo a la escala musical. Yo pasaba un par de veces por semana para chequear los avances y cada visita me maravillaba la magnitud de la obra. Los tubos iban desde los 2 metros de diámetro hasta los sesenta centímetros y las alturas variaban aunque todos eran imponentes. Entre todas las opciones, el polaco había elegido hacer tubos labiales y durante meses el piso del tinglado estuvo cubierto de flautas gigantes que serían la última parte a instalar. Bajo cada antena, un compresor eléctrico proporcionaría el viento necesario para tres tubos. En un acoplado colocó el teclado y el panel eléctrico.
Desde la ruta podían apreciarse los tubos brillantes y varios curiosos se acercaron y tomaron fotos que a su vez vieron periodistas que también vinieron a observar la obra. Luego de dieciséis meses el órgano estaba listo y había que probarlo. Claro que ni el polaco ni yo sabíamos tocar mucho el piano, así que los primeros sonidos que escupió la estructura fue el cumpleaños feliz, básico, sin acordes, las notas nomás, que nos dejaron satisfechos aunque un poco sordos. El sonido era realmente potente.
El fin de semana de la fiesta del caballo en San Cristóbal, invitamos a todos los que quisieran a la inauguración, incluyendo choripanes, cerveza y música en vivo. Vinieron cerca de ochenta personas y las cámaras del canal local cuyo periodista estrella se empecinaba el llamarle piano al órgano. La mamá del Polaco fue la música invitada y se lució con la interpretación de “para Elisa” que sonaba raro en la potencia de los tubos. Hubo aplausos, video, periodistas y luego silencio.
A pesar de la repercusión en la prensa, las cartas y los llamados, la organización Guinness siquiera amagaba con venir a chequear el invento del Polaco. Alegaban que la distancia y el tiempo hacían imposible la visita y que la estaban programando para dentro de dos años. El polaco no se deprimió y siguió con nuevos proyectos. Yo me mudé y estuvimos desconectados unos años. Hasta que me llegó la invitación a su casamiento y esa fue mi última visita a su estancia. Los tubos seguían enhiestos e imponentes y la marcha nupcial fue ejecutada en el órgano. La última carta de Guinness postergaba un par de años más la visita.
Y la vida siguió…
Hasta anteayer, que mi hijo menor compró en una feria de libros usados los Guinness Records de 2008. Hojeando las cosas raras, allí estaba, el órgano con los tubos más grandes del mundo, acompañado de una vista aérea de la estancia del Polaco y esas ocho torres rodeadas de tubos. En la última foto estaba el Polaco de pie, con sus bigotes y menos pelo, sentada en el teclado junto a él, una adolescente apretaba las teclas, supongo que debe ser la hija de mi amigo. Masvaleasí.
Cruz J. Saubidet®

agosto 20, 2018

Sobre tumbas de tuscas


En cuanto llegué a la casa encendí la radio y prendí fuego, los pelos del brazo se me erizaban en cada movimiento y no podía manejar mis sensaciones. Saqué el catre y me senté a fumar un armado. Iván se acercó y se me enrolló en el tobillo, sentí que se apretaba más que otras noches pero me hacía bien la presión. Tuve que prender otro cigarrillo con la brasa del primero, mis nervios lo exigían.
El fuego subía un par de metros, le seguí agregando leña. Me recosté con la radio en la oreja y la víbora en el tobillo, cerré los ojos y descansé un rato entre sueños.
Algo me despertó y no fue un ruido, el fuego seguía fuerte y la luna estaba comenzando a alumbrar. Miré a los lados y nada, Iván ya no estaba en mi tobillo y se oía el chisporrotear de la fogata.
Me dio miedo la soledad de la noche sin ruidos. Cerré los ojos y de nuevo algo me hizo abrirlos. Miré hacia la galería y vi claramente a alguien sentado en la silla. La boca se me petrificó y no me permitía hablar, se me erizaron los brazos y mis ojos querían cerrarse pero no podían.
Desde la galería me miraba, en silencio. Como pude armé un cigarrillo y lo prendí con una brasa, no me animaba a caminar hacia la penumbra, ni a salir corriendo. La linterna tenía poca pila y apenas alumbraba, apunté hacia el bulto pero la luz no llegaba, agregué mucha mas leña para hacer del fuego una gran antorcha. La señal de la radio se había perdido y se escuchaba estática, el dial no respondía, todo era mudo.
Preso del terror me icorporé y caminé despacio hacia el visitante. Ahí estaba, sentado, inmóvil, panzón y transpirado.
– ¿Agustín? ¿Dónde andaba?
–Por ahí, a las vueltas, no del todo bien.
–Lo estuvieron buscando por todo el campo.
–Los vi, pobre Jorgito, como loco andaba.
– ¿Por qué no les salio al cruce?
–Ellos no me veían ni oían, yo les gritaba, me ponía en el medio del camino, trataba de manotearle las riendas, no se que me pasó.
– ¿No se acuerda de nada?
–Alguito nomás, me recordé temprano los otros días, de noche era todavía, y me dolía mucho el pecho. Me asusté, nunca me había dolido tanto. Fui a agarrar caballo y no podía enfrenar el pingo, trataba de poner el freno pero el brazo se me venía abajo como sin fuerza, vio.
– ¿Y qué hizo entonces?
–Grité fuerte a ver si andaba algún indio a las vueltas, ¡nadie no había!, era oscuro, las cuatro y media capaz, el pecho me chusiaba de adentro. Entonce salí caminando pa los toldos, caminar me calmaba un poco. Tranquié un rato por el monte, casi sin ver. En un momento me desapareció el piso y me vine abajo, era como un resumidero, alguna cueva, no sé bien que era.
– ¿Cuánto estuvo ahí?
–Ni idea, pero cuando abrí los ojos ya no me dolía nada, me sentía demás bien, era raro eso, a mí siempre me duele algo. Empecé a caminar, en patas andaba y ni una espina me clavaba, era raro también. Fui hasta los toldos y nadie no me prestaba atención, era como que no me veían, yo sí los veía, pero ellos como si fuera un ánima, ni pelota. Pensé que se habían enojado, vio como son, así que me volví al rancho, despacio. Otra cosa rara era que no tenía ni hambre ni sed, pero que se yo. El tema es que erré el camino y aparecí en la orilla del Pilcomayo y como estaba casi seco lo crucé, pensé que los milicos que pasaron en un Jeep me dirían algo, pero ni me miraron y siguieron recorriendo.
– ¿Cuántos días anduvo por Paraguay?
–Ni idea, Joaquín, no sé como pasaban los días, me parece que me dormía de golpe y cuando me levantaba era otro día, andaba perdido y medio asustado.
– ¿Y entonces?
Yo nunca dejé de lado el susto, sabía que no era normal la aparición de Agustín en mi casa y menos a esas horas de la noche, pero quería enterarme de todo, por más que me asustara el cuento.
–Me volví al rancho, tardé bastante porque estaba lejos, me asusté cuando vi a Jorgito con dos milicos revisando el rancho, más me asusté cuando no me vieron llegar y me pasaban por al lado sin mirarme. Entonce me acordé que la mamá de Rolo un día nos contó como eran las ánimas de los muertos. Ahí me asusté mucho, me parecía que yo era un ánima. Entonce me fui pal pozo en que me había caido y estaba casi todo tapado por una tusca, pero me vi ahí, no me miré demasiado porque me daba miedo, pero ahí estaba yo, muerto.
– ¿Y por qué vino para acá?
–Por el vinal me parece. El fuego del vinal me gusta demás, de ahora nomás, antes no me gustaba. Y lo mejor es que usted me escucha, hasta ahora es el único que me oye.
– ¿Cómo lo ayudo, Agustín?, no sé nada de ánimas.
–Dígale a la Rosa y al Jorgito que no me busquen más.
–Me parece que lo mejor va a ser encontrar su cuerpo así lo entierran y no lo buscan más.
–Vaya usté con mi hermano, no quiero que el Jorgito me vea de golpe.
–Bueno, si prefiere, yo mañana voy con Vastides a primera hora, ¿Dónde está el pozo?
Me indicó el lugar con lujo de detalles, mi susto se evaporaba ante la ausencia de peligro, Además no estaba seguro si estaba dormido o despierto o soñando.
–Me voy, don Joaquín, lo dejo dormir, gracias.
– ¿Necesita algo más?
–Sabe que sí, le pido que le diga a la mamá de Rolo que la voy a visitar esta noche, que haga fuego con vinal.
–Le digo, no se preocupe.
–El problema es que no sé como salir de acá, ella siguro que sabe lo que hay que hacer.
–Ojalá que lo ayude, yo le digo, que ande bien.
Lo vi levantarse sin emitir sonido alguno, cruzó el patio y desapareció.

***Fragmento de Tierras Grises® CJSinCT®


marzo 28, 2018

Un perro en el camino

Hace muchos años, en uno de mis veranos indigentes pero felices en el sur de Argentina, conseguí un lugar para dormir en una tapera cerca de un arroyo. Era más que nada un techo protector sujetado por unos trocos finos que dejaban pasar el frío y la luz de la noche de tormenta. Noche medio inquietante, silenciosa y desprotegida. Alrededor de la medianoche unos ojos se posaron en la entrada, ojos brillantes y aterradores. Acto reflejo agarré mi cuchillo y esperé su primer movimiento. Los ojos no se movieron por veinte minutos, yo tampoco hasta que un relámpago dejó al descubierto la calidad de perro de mi visitante. Nos hicimos amigos y me siguió durante cuatro días en mis paseos andinos. 

Después nos abandonamos, pero quedé en deuda y luego de veintipico de años decidí escribirle un cuentito. Su camino había sido dilatado, venía del norte quiero creer. Sin saber la razón, alguna fuerza desconocida lo incitó a correr. Mucho tiempo de ello, tal vez pasaron años.
Por algunas semanas su instinto le hubiera permitido el regreso pero no, esa fuerza oculta e inexplicable lo obligaba a seguir, siempre adelante. Unos días luego de su huida, recayó en un pueblito. Una gran ruta siempre transitada. Sin pedirlo siquiera, le dieron algo de comer en la puerta de un bar, no mucho, unos pedazos de carne cocida y bastante negra, comerlos le dio sed, salió corriendo y cruzó la ruta. Un estruendoso sonido agudo casi lo paraliza, saltó y en ese mismo instante vio una gran sombra que lo cubría. Ya podía estar inmóvil, temblaba quieto al costado del camino. Siguió su rumbo esa misma tarde, esquivando las rutas grises y buscando senderos terrosos que prometían mayor seguridad. ¿Dónde iba? No era una pregunta que se hacía. ¿Qué buscaba? Nada más que sosegar el instinto que lo regía, a veces contra su voluntad.
Durante meses caminó por caminos de tierra, varias veces estuvo tentado a asentarse en lugares donde era bien recibido y la comida no faltaba. En este país la comida no faltaría nunca, si no es en un plato, será cazada de una zanja en forma de cuis o perseguida en campos como liebre, perdiz, mulita, etc.
Pero su instinto lo condicionaba al ruedo de caminos, debía seguir. Los campos verdes y las estaciones transformaban el paisaje. Cruzó ríos por puentes o a nado, vagó por campos desérticos, por montes cerrados y por trigales brillantes.
Llegó el momento que su olfato ya no recordaba su procedencia, incluso su nómada vida no le permitía atesorar demasiados olores. Estos cambiaban día a día, mes a mes, año tras año.
 Los campos se habían tornado áridos, el clima ventoso y la caza complicada, no por falta de habilidad sino por la escasez de presas. Por eso, luego de casi dos años de caminar hacia el sur, cambió su rumbo hacia el poniente. Más de un mes hubo de seguir ese periplo para que la situación mejorase. Había adelgazado bastante y se tornaba difícil procurarse agua. A duras penas la conseguía y llegó a comer serpientes y bichos que no conocía.
Vio el lago de lejos y corrió a su encuentro, no esperaba tal frescura del agua, salió temblando de frío, el calor del sol volvió a templarlo. A su alrededor todo era verde, los árboles altos con sus ramas lejanas no dejaban de asombrarlo. Se acercó a una casa, afuera, bastante gente sentada comía sin prestarle atención. Un hombre lo observaba, lo vio flaco y le ofreció alimento. No se movió de su lado hasta quedar saciado. El hombre se levantó, saludó a sus condiscípulos, se dirigió hacia una camioneta y lo llamó. No entendió el llamado, los años lo volvieron parco. Volvió el hombre a llamarlo y él se acercó. Lo invitó a subir a la camioneta, de un salto trepó a la caja. El camino era extraño, la tierra y las piedras se elevaban y descendían abruptamente. Se durmió.
Despertó en una ciudad, las calles eran azules o grises. Llegaron a una casa. El hombre descendió y caminó hacia la entrada. Dudaba de bajar, no lo hizo hasta que el amigo se perdió tras la puerta. Bajo la camioneta el pasto era agradable. Era de noche. No tenía hambre ni sed. Se durmió.
Despertó antes que el Sol se asomara, caminó por el barrio, todo era silencio. Escuchó que lo llamaban, corrió hasta la camioneta y trepó otra vez, el hombre le dio algo de comida. El viaje fue largo y lo irregular del terreno lo volvía monótono. Era mediodía, llegaron a un sitio campestre. Salió un hombre de una vivienda y saludó al conductor con amabilidad. Bajó de la camioneta y se acercó a una de las construcciones. Un gruñido lo puso alerta. El perro ovejero lo miraba con desconfianza y emitió un ladrido. Era grande el enemigo. Corrió hacia la loma. El ovejero se aburrió de perseguirlo pero él siguió la carrera. Desde la altura observó el pasto que brillaba y a lo lejos una mancha negra.
No le gustó y caminó hacia su derecha. La sed lo llevó hasta un arroyo, tomó agua y siguió caminando por la orilla. El suelo se hacía pedregoso y encontró una tapera. Allí pasó la primera noche. Sus necesidades estaban cubiertas, consiguió algunas presas y había buena agua. Era el momento del reposo. Decidió asentarse, le gustó el lugar.
 Observó que alguien se acercaba. Entró a su casa. Esperaba que se fuera pronto, no sucedía. Llegó la noche, la persona prendió fuego. Percibió que el pájaro con el que convivía seguía adentro, decidió imitarlo. Se acercó a la entrada con sigilo. Apreció el temor del invasor, sabía que por miedo se pueden hacer locuras, así que no se acercó. Pasaron unos minutos y el hombre lo llamó, desconfiaba, a pesar de ello avanzó sigiloso. Ante el segundo llamado se puso a su lado. El hombre ya no le tenía miedo y le tocaba la cabeza. No recordaba cómo eran las caricias, gruñó sin pensarlo. Le gustaron, quería más, el hombre lo percibió y volvió a tocar su cabeza. Se sentía bien, ya no temía y apoyó su cabeza en los pies de su nuevo amigo.
Cruz J. Saubidet®

marzo 08, 2018

Un dolorcito menor


Se apartó un poco y se puso la camiseta. La abracé y se resistió. Noté que lloraba, supuse que no era de dolor. -¿Qué te pasa?- Seguía llorando.
Mi inexperiencia me hacía creer que le había hecho algo malo. La concepción machista nos ha convencido que las mujeres sufren más por amor que los hombres, ¡no es verdad!, Los hombres estamos obligados a no sufrir en esos casos, lo que es un doble trabajo ya que a pesar del dolor, tenemos que aparentar indiferencia. Esto hace más largas las agonías.
-Yo no quería que esto pasara. ¿Qué hicimos?
No hacía falta respuesta, el proceso químico de la atracción sexual había explotado en su caso y mi amor desmesurado sólo se había dejado llevar. En ningún momento me pareció que no quisiera.
-¡Qué vergüenza!
-¿Por qué?
-No sé, ¡ah qué vergüenza!, vamos, me siento muy rara.
-Yo estoy muy contento. Sin duda lo estaba, durante meses había soñado ese momento, no de esa forma, daba igual, la chica que amaba al fin había caído a mis brazos. Que inocente era, en realidad, estaba a punto de perder lo poco que tenía.
Traté de abrazarla mientras volvíamos. –Mejor no- me dijo. Y no me habló nunca más.

Cruz J. Saubidet®

julio 28, 2008

El momento justo

Nunca creí que fuera el mejor momento para hacerlo, pero como la situación lo ameritaba, decidí darle para adelante y hacer la prueba. Casi seguro de mi fracaso tomé el primer trago. Al contrario de lo que esperaba, no sentí nada extraño más que una inusual frescura recorriendo mi garganta, era como si pisara un mármol, pero mi garganta era mi pie descalzo. Tampoco sé si esa fue la sensación, porque comparar suele ser impropio de las almas escépticas como la mía. Así y todo, no puedo negar que mis esperanzas estaban bordeando la aventura, de la que suelo ser reacio.
Me habían asegurado que con un trago sería suficiente, pero como no sentía efectos, me tomé dos más. Ya no bajaban como mármol frío, ahora parecían almohadones de plumas que se negaban a superar el esófago, claro que yo ya no estaba ahí para contarlo.
Sentí como si mi cuerpo flotara y se me separasen las extremidades, no iban muy lejos, brazos y piernas flotaban a diez centímetros del cuerpo y sentía que mi cabeza también empezaba a alejarse del cuello. Lejos de asustarme, me maravillaba la sensación de poder mover los dedos aun estando desconectados de mi centro nervioso, incluso mi cerebro (y mi cabeza) ya se encontraban despegado de mi cuello. Hice unos experimentos, me cambié las piernas de lugar, puse un brazo pegado al cuello y posé la cabeza en mi mano y la hice girar cual pelota de basketball. Admito que eso me mareó un poco, pero a la vez me encantaba. Bajé mis piernas al piso y moví una y luego otra hasta que me pareció una distancia prudente, temía perder la conexión y que desaparecieran.
Mi cabeza dominaba los movimientos, quizás gracias a los ojos, la nariz y los oídos, o tal vez el cerebro, aunque la desconexión medular me hacía pensar que el poder del cerebro como amo y señor del ser humano era un mito y que hay algo invisible que dirige nuestras acciones.


El caso es que luego de quince minutos lúdicos comencé a extrañar mi cuerpo como una unidad y traté de juntarme. Lo hice, solo apoyaba a mi tronco los brazos y las piernas pero estos no se unían, solo quedaban donde les ordenaba. Algo estaba fallando y me empecé a preocupar. Me habían avisado que cada persona sentía algo diferente, pero nadie me comentó de un desmembramiento físico ni de la perdida de capacidades. Si bien había tomado tres cucharadas en lugar de una, los efectos deberían haberse terminado hacía varios minutos, sin embargo yo seguía descuartizado y sin descubrir como volver a la normalidad.
Mi tronco flotaba a un metro del suelo, sentía un poco de vértigo y por eso coloqué mis piernas debajo y las sostenía con las manos, pero, al ser las piernas mas pesadas que los brazos, cuando el tronco se movía (quizás por el viento) mis brazos quedaban sujetos a mis muslos y se separaban de mi cuerpo. Para mantener la cabeza sobre el cuello necesitaba mantener el cuerpo muy estático, pero una y otra vez el viento me movía y volvía a ser seis partes.
Si hubiera podido recostarme, me habría quedado así hasta que los efectos se fueran, pero era imposible, mi cuerpo nunca bajó de la altura de mis piernas.
Sentí ganas de vomitar, extrañas ganas de vomitar ya que la sensación estomacal buscaba una salida por la boca y esta no estaba conectada. Las arcadas subían hasta encontrar el tope del cuello y volvían al estómago. Respiraba bien, si bien el aire no llegaba a los pulmones, me daba la tranquilidad de que no iba a morir al menos por un rato. Las nauseas llenaron mi frente de un sudor frío y pegajoso que cubrió mis ojos, quedé ciego. Traté de limpiarme los ojos con una mano, pero cada pasada los empeoraba, ahora me dolían y los oídos me zumbaban. Perdí noción de la realidad, sentía que mis piernas y brazos volaban por los aires y se golpeaban entre sí, a veces pegaban contra mi cabeza, pero no podía ver hacia donde me disparaban. En un momento estaba muy lejos del cuerpo, eso creía porque mis sentidos estaban amulados. Quise gritar, pero las cuerdas vocales habían quedado en la parte del cuello, quise moverme pero era inútil, quise llorar pero mis ojos estaban demasiado irritados, quise morirme, pero no supe como.
Me encontraron dos días después, deshidratado y con la cara hinchada. Hace dos meses que estoy en una clínica, pero no recupero la movilidad de mi cuerpo. Mis ojos fueron sanados, pero mi cuerpo sigue ausente.
Ayer vino la enfermera con la botellita que encontraron junto a mí, me ofreció una cucharada pero me negué.
“Tome un poco”, me insistió, “un poco de ginebra no puede hacerle mal”
Cruz J. Saubidet®

noviembre 30, 2007

noviembre 19, 2007

Una cosa lleva a la otra. (Parte 1)

Siempre pienso que he llegado tarde a este mundo que me ha tocado, yo debería haber nacido hace miles de años y de esa manera habría disfrutado de mi anarquía. Porque yo soy anárquico. Aunque comprendo con claridad los controles gubernamentales y a la policía como males necesarios, nunca voy a terminar de aceptar que instituciones poderosas mantenidas con los impuestos limiten mi deambular por este mundo que me ha tocado en suerte. Sé con claridad que los controles y las leyes son imprescindibles, pero no por ello dejan de incomodarme.
Hace seis o siete años, invadió la Argentina una epidemia de ladrones. Siempre hubo ladrones; y mi país ostenta, casi con orgullo, un lugar de privilegio en esos aspectos. Pero la dolencia de esos tiempos fue significativa porque, si en la época “menemista” muchos que se quedaban sin trabajo ponían un kiosko, con De la Rua y los subsiguientes las opciones se acotaron a cartoneros y “chorros”.
De los primeros se han realizado miles de estudios, escrito ensayos diversos y, cualquier periodista con ansias de “progre”, realizaba un programa sobre ellos viajando en los trenes que cada tarde los llevaban del conurbano a Buenos Aires en busca de lo que tiran los que aun tienen algo que tirar. Por eso no hablaré de ese grupo y sí del segundo. Leer Más...

Cruz J. Saubidet®



Blogalaxia:


Technorati:

junio 20, 2007

De un lugar a otro

-Esta mina me va a traer problemas- dijo Julián mientras ponía en marcha la cafetera del estudio.
-¿Vas a negar que está buenísima?- Contesté al tiempo que abría la cajita con facturas que cada mañana comíamos como un ritual antes de empezar a trabajar.
-Buena está, y es muy capaz en su trabajo, pero... no sé, tengo un rara sensación que ojalá se me pase pronto.
-Vos tenes miedo, cuando tu mujer conozca a la persona que contratamos para suplantarme se te va a armar fiera.
-Eso por un lado, pero es manejable, bueno, no me des bola, vamos a laburar que te queda poco tiempo.
-¿Seguro que querés que sigamos socios aunque me vaya?
-Si boludo, seguro, aparte no tengo la guita para comprar tu parte.
-Si querés te la presto, ja, sería como prestarme plata a mí, dejá nomás.
-Por otro lado estoy seguro que volvés en menos de un año.

-Esas cosas no tendrían que decir los amigos.
-Es que no entiendo por que mierda se te metió en la cabeza irte.
-¿Te acordás cuando te casaste? Yo tampoco entendí eso.
-No es lo mismo.
-Imaginate que me caso y me voy de luna de miel, el avión se cae y quedo varado en una isla tipo “Lost” pero con buena gente e Internet.
-Está bien, al fin de cuentas no vas a modificar la decisión.
-De ninguna manera, el jueves a la tarde me despido y me tomo el avión.
-Te voy a extrañar loco.
-Yo también, pero te dejo en buenas manos, Lucrecia va a saber ocupar su lugar acá.
-Lucrecia me va a traer problemas.
-Por lo menos está buenísima.
-Por lo menos eso, si me trae problemas al menos van a estar buenos.
Hace tres años que no veo a Julián, hace dos compró mi parte del estudio. Nos comunicamos cada vez menos. Lucrecia le trajo problemas, viven juntos en un departamento en Las Cañitas.
Yo sigo a las vueltas, abandonando socios por el mundo, el jueves sale mi avión, me voy a Sudáfrica, a Capetown, dicen que el clima es parecido al de Buenos Aires.

Cruz Saubidet®
Blogalaxia:
Technorati:

marzo 01, 2007

Blanco y negro.

La polvareda dejaba ciego a quien se atreviera a caminar por las calles en las siestas cálidas y vacías.La Tordilla se llamaba el caserío, los lugareños le decían pueblo, pero los considero demasiado generosos, se trataba a mi entender de un conjunto de construcciones que se emplazaban al margen de una vía casi muerta.

Una escuela, una iglesia con cura los domingos sin lluvia, carnicería, comisaría, club, diez casas y el boliche de Peccorari, que hacía a la vez de almacén y tienda.
Peccorari era un señor grandote y de cara siempre colorada, malhumorado natural y muy mal comerciante. A pesar de ello, su boliche contaba con la presencia de la crema y nata del paraje, sordos ellos a los malos tratos del dueño y ávidos de una bebida con alta graduación alcohólica. Además de bolichero, desde el 83 hasta el 2000, Peccorari ejerció el cargo de Jefe comuna o intendente de la zona, cargo que le valió calificativos de nepotista y atorrante. Lo criticaban pero luego lo votaban, la mayoría de las veces por ser lista única y otras por repartir más cajas de alimentos y frazadas que el opositor en las campañas. Entre otras cosas fue el dueño del único teléfono de la zona por muchos años, suerte que supo aprovechar cobrando exorbitancias por las llamadas. "Arbitro injusto" le decían: cobra lo que quiere y si no te gusta te echa.

Entrar al boliche, sin importar la hora, significaba sumergirse en un mundo lisérgico y abierto a las sorpresas. El mostrador ocupaba todo el largo del salón y en sus riveras se asentaban las destartaladas mesas con sus sillas de patas desparejas. Si estabas de suerte, el dueño te atendía, si se trataba de mucha suerte; la Mari (hija del dueño) traía las bebidas y se agachaba dejando a la luz de tus ojos esos pechos blancos.
Joaquín estaba de paso, y con sed. Era la tardecita y no dudó en entrar. Había tres mesas ocupadas.
En la primera estaba Don Sebastián, viejito y desdentado, casi mudo junto a Doña Pendo, su esposa, gigantesca, oscura y brillosa. Un par de nietos tomaban cocacola junto a Sebastián, su señora bebía ginebra a largos tragos y pedía ¡otra! Golpeando el vasito contra la mesa. Joaquín escuchó algo, una especie de saludo casi mudo de parte de Sebastián, respondió sin entender.
-¡Hablá juerte, viejo! ¡No te das cuenta que no se te entiende! ¡Buenas, don, a este viejo guampudo no se le entiende nada cuando habla! Fue el amable saludo de la doña.
-Buenas doña, como anda señor. Respondió mientras se alejaba.
En la otra mesa yacía un hombre transpirado y de piel casi negra, su cabeza parecía apoyada sobre el vaso de vino, los ojos los tenía casi cerrados.
-Buenas, ¿cómo es su gracia? Dijo secamente. ¿Qué lo trae por estos pagos?
Joaquín decidió no prestarle atención y siguió de largo.
-¡Conteste, señor! Increpó a la vez que se paraba y lo tomaba del hombro.
-No hablo con borrachos. Mintió Joaquín a la vez que se soltaba del brazo del ofensor. El bolichero se había puesto a su lado y agarraba al morocho dispuesto a pegarle al extraño.
-Calmate, Maidanita, explicale al señor que sos el comisario y seguro que te contesta.
-¡Usted se resiste a la autoridad y lo voy a tener que meter preso!
-Pero, de haber sabido que usted era el comisario no solamente lo saludaba sino que lo invitaba un vino, discúlpeme, Maidanita, mucho gusto, Joaquín Sobiles para servirle.
-Disculpado, venga, siéntese y páguese un tinto.
-¡Cómo no!, ¡Señor, un tinto y una cerveza bien fresca por favor!
Ahí terminó el diálogo, Joaquín se sentó junto al comisario a esperar la cerveza y el silencio se adueñó de lo que podría haber sido una conversación, Maidanita bajó nuevamente la cabeza y se sumergió en el vino.
En la última mesa ocupada había tres gauchos conversando y tomando cerveza, en cuanto Peccorari trajo el vino y la cerveza, el mayor de ellos lo invitó a sentarse con ellos:
-Siéntese acá, hombre, el comisario está muerto. Era un eufemismo muy bien utilizado.
El mayor de los gauchos, Héctor Severino Garréz, tenía la cara hinchada y roja, recorrida de un mapa hídrico de venas verdes y azules, que de finas, pasaban casi inadvertidas. Un pequeño bigote de indio pendía sobre su boca sonriente.
-Le presento: Aníbal Jorge Garréz (mi hermano) y Luis Bienvenido Paniagua, mi sobrino, más conocido como pan mojado. ¿Qué anda haciendo por La Tordilla?
-De paso para San Justo, me dijeron que por esta ruta me ahorro como 80 kilómetros.
-Tiene suerte que no llovió, si no iba terminar perdiendo un día.
-Menos mal. Dijo Joaquín mientras llenaba los cuatro vasos.
Joaquín dirigió la conversación con preguntas cortas y concisas, los tres gauchos (especialmente Héctor) no dudaron en contarles vida y obra de la zona, en especial del pueblo, al que venían de vez en cuando, ya que trabajaban en una estancia grande que distaba a 20 kilómetros.
-Otra cerveza, por favor. Pidió Joaquín.
-¡Uh! La va a traer la Mari. Los ojos de Luis Bienvenido se pusieron brillantes. -Cuándo se agache, mírele los pezones, ¡después me cuenta!
Y vino la Mari, se agachó sirviendo los vasos y la gravedad deslizó su camisa dejando los pechos al descubierto. Era una gringa linda, tendría 25 años, buen cuerpo, piel blanca, ojos celestes y no usaba corpiño. No pudo Joaquín evitar espiar esos pechos blancos como la leche que remataban en unos pezones grandes y negros como el carbón. Quedó unos minutos sin palabras, nunca había visto algo así, ni siquiera estaba seguro que le gustara, sin embargo le costó bastante tiempo borrar esa imagen de su mente, muchas veces quiso volver y verla de nuevo, pero los caminos son muchos y ya nunca regresó por ese caserío perdido en medio de la provincia de Santa Fe.


Cruz J. Saubidet®

febrero 15, 2007

Diálogo sobre sexo, virginidad, machismo y culpas.

Este diálogo surgió en un ómnibus de larga distancia, teníamos 18 años entonces y no sabíamos mucho de la vida, pero queríamos aprender.

CJS:-Lo que pasa es que somos un producto, lo queramos o no, de la educación jesuita, los forros estos, nos han creado una gran facilidad para la culpa, incluso nos sentimos culpables de situaciones que no lo merecen.
EL LOCO:-Tal vez.
CJS:-A ver ¿por qué no cogemos con todas nuestras novias o al menos nos da tanto trabajo?
EL LOCO:-Porque ellas no quieren entregarse, no quieren perder su virginidad.
CJS:-¿Qué no van a querer? Desde que se agarran la primera calentura y se les moja un poquito, lo único que quieren es que se la metan, como nosotros clavarla.
EL FILÓSOFO:-Tal vez, pero tienen muchas represiones que se lo impiden, no te olvides de los padres, la religión.
CJS:-Disculpame, ¡nosotros también!, Hace años que nos vienen diciendo que la paja y las relaciones prematrimoniales son un pecado. Pero no hacemos caso, salvo contadas e improbables excepciones, todos nos hacemos la paja y ninguno se plantea llegar virgen al matrimonio.
EL LOCO:-O sea que los hombres le damos menos bola a las represiones que las minas.
CJS:-O sea que los hombres le damos menos bola a las represiones.

FERNANDA, una chica mendocina, se acercó y se sentó a mi lado.
FERNANDA: -¿De que hablan? Preguntó.
CJS:-De sexo y represiones, nos viene bien que estés. ¿Nos explicás en que consisten las represiones femeninas y por que razón su virginidad es más importante que la nuestra?
FERNANDA: -No sé, ¡fue hace tanto!
EL LOCO:-¿A que edad?

FERNANDA:-diecisiete, un primero de enero.
CJS:-¿Y cuanto tiempo de calentura te aguantaste?
FERNANDA:-Desde la primera vez que me apoyaron el que te dije por los alrededores de la que te dije. Los primeros besos de lengua, tendría quince.
CJS:-¿Y por que tardaste dos años en fifar?
FERNANDA:-Miedo.

EL FILÓSOFO:-¿Miedo a que? Leer completo.........

Cruz J. Saubidet®


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enero 14, 2007

Amigos inolvidables... y lejanos

Decidí usar el ciclomotor para el velorio de Rodrigo. Podría haber ido en auto, en taxi o caminando, pero no, preferí llegar haciendo ruido pero con la humildad de un vehículo herrumbrado y barato.

La casa Artigas se encontraba en una de las esquinas de la plaza principal de la ciudad donde aún vivía. Más que una funeraria parecía un salón de fiestas con sus tres pisos, su entrada californiana y el anuncio de mármol con letras de piedra blanca. Allí legué con mi motito y el ruido agudo correspondiente. El empleado de seguridad me miró con bronca, hasta que me reconoció y esbozó una sonrisa.

A pesar de vivir ahí, sentía que cada vez conocía a menos gente, que el lugar ya no me pertenecía como años atrás si bien pasaba casi todas mis noches en él. Lo cierto es que viajaba a diario tantos kilómetros por nostalgia, había algo en el barrio que me aseguraba que este era el mejor lugar para vivir. Pero salía poco, llegaba de noche, los fines de semana me iba para otros lugares y mis amigos no estaban por la zona. Sin embargo, en el corto trayecto hacia la sala “6” debí detenerme varias veces a saludar a unos y otros. Un cartel de pie anunciaba el nombre del difunto y espié hacia dentro.

Reconocí a las hermanas de Rodrigo, a la madre, a algunos amigos en común de siglos atrás, al viejo cura. Un chiquito corría, por unos segundos lo supuse huérfano pero era sobrino, Rodrigo no había dejado descendencia.

Calculé que no veía a esa gente desde hacía muchos años, siete u ocho, cuando Rodrigo cambió su vida gracias a su familia, la religión, los amigos “buenos” y una esposa cariñosa a la que nunca conocí pero que había visto algunas fotos.

Cada uno de los presentes se consideraba parte del encauzamiento de Rodrigo, yo suponía la verdad, pero no se la transmitiría a los deudos, ¿para que?

Conocí a Rodrigo en la universidad, en comunicación, a principio de los noventas. Nos hicimos amigos al instante, no podía ser de otra manera, compartíamos la rapada a cero, la falta de aseo diaria, la guitarra, los sobretodos largos, la procedencia y el amor por las noches de mate y cigarrillos prohibidos.

Yo vivía solo, él con sus padres aunque las trasnochadas lo obligaban a pasar varias noches en mi sofá. Nuestra vida disipada hacía creer a todos que nunca nos recibiríamos, no fue así, terminamos la carrera en tiempo y forma a pesar de trabajar y llevar una vida de fiesta.

Conseguimos buenos trabajos casi al mismo tiempo, yo de columnista en radio y él en la sección espectáculos en un diario vespertino. Nos iba bien y éramos buenos, no teníamos mucha plata pero la suficiente para disfrutar de la vida.

A pesar de su madre, Rodrigo alquiló un mono ambiente en el centro. Allí se deschavetó y empezó con la coca y otras pastillas. Nos empezamos a ver menos aunque los jueves a la noche siguieron siendo sagrados y solo en dos ocasiones hicimos una salida de parejas, porque nuestra amistad no permitía extraños que adjudicaran a mis pedos un olor distinto al huevo duro y a los de él a choclo recién hervido.

Muchos viernes llegué a la radio sin dormir y alcoholizado, aunque saturado de café y pastillas de miel, pero él seguía de largo y faltaba al trabajo. Al tiempo lo despidieron del diario pero consiguió por un amigo un puesto en una revista semanal, ahora trabajaba en su casa, hacía algunos reportajes y se drogaba cada vez más.

-Si me querés de verdad, no me hinches las bolas hasta que me veas muriendo, yo estoy bien, loco, ¡no sabes como estoy escribiendo! Me tomo una “pastita” de vez en cuando pero no soy un exagerado, vos me conocés, no me hinchés las pelotas.

La madre estaba preocupada por las indefinidas ausencias del hijo, las hermanas me llamaban para putearme por considerarme culpable, el cura me escribió una carta pidiéndome sosiego. En ese momento me enojé mucho y mandé a todos a la mierda, después comprendí que Rodrigo se había tornado inaccesible y necesitaban alguien que sí reaccionara a quien culpar de todos los males.

En julio de 1998, Rodrigo se pasó de la raya y tuvieron que internarlo. No sé que le pasó durante la rehabilitación, pero su cerebro comenzó a trabajar despacio. Nos veíamos a escondidas porque me tenían prohibida la entrada a la casa, pero ya no era lo mismo, las drogas o las anti drogas le habían robado la chispa, lo habían amansado, eso me puso triste y no supe como manejarlo. Me alejé despacio, sin siquiera darme cuenta, los encuentros se estiraron y pasaron años sin compartir mates y guitarras. Cuando se casó yo estaba fuera del país y no quise adelantar mi regreso aunque podía hacerlo, no me resultaba fácil quererlo tanto y a la vez no soportar estar juntos.

Yo heredé la casa de una tía y me instalé allí, a seis cuadras de la suya. Eso no sirvió de mucho, los encuentros siguieron espaciados, su esposa también lo protegía de mí, aunque ya no era necesario.

No dije una palabra en el velorio, solo saludé a todos y me paré junto al cajón, Rodrigo estaba serio, de traje, peinado para atrás.

No lloré, más bien insulté, me insulté y me sentí el peor de los amigos del mundo, lo había dejado solo mientras los demás le manejaban la vida.

Se me acercó la viuda y me agarró con fuerza el antebrazo. Me miró a los ojos con su mirada seca, eso humedeció la mía.

-Vos fuiste su gran amigo, se sentía muy culpable de haberte abandonado.

Me fui pensando que la vida era una mierda. De un plumazo se me borró lo que llamaba nostalgia por el barrio, vendí la casa y me mudé cerca del trabajo. Ya no tenía nadie a quien cuidar en mi ciudad, de eso me acabo de dar cuenta.

Cruz Joaquín Saubidet®

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noviembre 22, 2006

THANKSGIVING, ACCION DE GRACIAS U OTRAS COSAS MAS (los últimos días de noviembre, reedición 2006)

Como algunos saben, mi personalidad es de contrera. Todo lo que pueda ser criticado lo será y allí se centra mi diversión.
Y el tema que me trae hoy es la celebración del Día de Acción de Gracias o Thanksgiving como le dicen por aquí, indudablemente el festejo más importante para los norteamericanos, en el cual conmemoran el agradecimiento de los peregrinos a los indios por haberles ayudado a proveerse para el segundo invierno en estas tierras. El tema es contradictorio desde el vamos. Luego de agradecerle a los indios y festejar con ellos la acción de gracias, dedicaron los años venideros a sacárselos de encima. Y vaya si lo lograron.

Pero no voy a criticar demasiado la conquista y la extinción o achicamiento poblacional de los indios americanos. El estado se ha librado del problema de una sabia manera: los pocos que quedan, NO PAGAN IMPUESTOS. Esto provoca el silencio de ellos y el resentimiento del resto de la población. Pero como ya dije, no voy a hablar demasiado de ellos, solo voy a recurrir a algunas metáforas alimenticias. Entre nosotros; creo que la única razón por la que se come pavo es porque rinde mucho, pero en casa, como somos tres, nos vamos a comer un pollito, pero no se lo digan a nadie. Aqui les dejo un cuentito que me pareció divertido escribir en honor al feriado.

LOS ULTIMOS DIAS DE NOVIEMBRE (CUENTITO)

Qué fue lo que hicimos para merecer este destino? ¿Por qué nos persiguen y nos matan? No tengo idea. Si alguno de nosotros se hubiese encargado de plasmar nuestra historia en estas tierras, tal vez lo entenderíamos. Pero pocos de los nuestros han llegado a viejos y la tradición oral en nuestra raza está plagada de errores. Esta tierra, dicen, nos perteneció hace muchos siglos. Entonces llegaron ellos.
Con los lugareños anteriores manteníamos una relación cordial. Asesinatos hubo siempre. Es la naturaleza humana y no voy a discutir sobre ello. El verdadero inconveniente comenzó con la llegada de aquel barco. ¿Quién iba a pensar que ese grupo de personas blancas, extrañamente vestidas, sucias y muertas de hambre se iba a dar maña para quedarse con todo?
Al principio hasta nos daban lástima. Pero con el tiempo, este grupo antaño religioso, se convirtió en un verdadero peligro para los habitantes autóctonos. Y con el paso de las cosechas consideraron innecesaria la presencia indígena en "sus tierras" y minuciosamente lograron desplazarlos a sitios menos agradables.
Resultaron mansos los locales. O pocos, o menos inteligentes, o menos armados, o menos políticos. El tema es que cada vez fueron quedando menos nativos y a su vez llegaron más cristianos del otro lado del mar. Por suerte o por desgracia, nos permitieron quedarnos. Total, no molestábamos demasiado y éramos de gran utilidad. Cada tanto asesinaban a alguno de los nuestros, pero así y todo de cierta manera nos protegían.
A medida que crecían en número, algunos se desplazaban hacia otros puntos. Y cada expansión territorial contaba con nuestra presencia, hasta que llegó el momento en que cada recodo de esta tierra, abrigaba a alguno de los nuestros.
¿Cuantas familias desmembradas habrá dejado esa expansión? No podría hablar de números, pero cifras de siete dígitos me quedan cortas. Los pocos que regresaron, trajeron consigo cuentos del otro lado. De otro océano. De meses y meses de marcha. La historia se repetía en todas partes, con nosotros siempre presentes, testigos silenciosos de esa conquista.
Luego de dos siglos desde el pálido arribo y a pesar de los muchos sacrificios, nuestra raza aún seguía fuerte. Antiguamente entre indios, ahora entre blancos. Entonces apareció esa mujer, señora empecinada y testaruda. Sarah, creo se llamaba. Su terquedad y su empuje fueron la causa del comienzo de las masacres y de nuestra esclavitud. Siglos habíamos estado, siglos habíamos sufrido y siglos nos habían perseguido. Pero a esta altura de la historia y después de casi un siglo y medio desde aquel día, me pregunto si vale la pena seguir. Mi pregunta es la de todos, pero nadie la responde. Todos agachan la cabeza y se resignan y me siento solo en esta lucha.
Hace casi ciento cincuenta años que estamos encerrados. Nuestra suerte fue echada aquel día nefasto en que Abraham Lincoln, haciendo lugar al petitorio de Sarah, declaró como oficial la festividad de Thanksgiving, o Día de Acción de Gracias. A partir de allí pasamos a ser una razón de estado, a pesar que este solo quería eliminarnos.
Los hombres armaron jaulas y nos tiraron dentro. Inventaron comidas nutritivas que tuvimos que aprender a ingerir. Nos quitaron los hijos al nacer y nos mataron. Cientos, miles a diario iban al verdugo, cada vez menos violento, pero más fulminante. Cada año, el mes de noviembre se acerca más deprisa. Cada año nuestra muerte se percibe en el aire. Evito comer demasiado y así me mantengo con vida pero creo que en los últimos meses me excedí un poco.
Cada año son más, y cuando se leen las estadísticas, los cínicos se regodean con la realidad de los millones que se agregan a la celebración. Dicen que hasta los latinos se han acoplado al festejo. Siempre detesté a los latinos, nada más que por el nombre que nos dieron. ¿Qué necesidad de llamarnos "pavos"?
¿Era necesario herirnos también con nuestro nombre? Al menos acá nos llaman "turkey" y no "stupid". Varias veces me pregunté que fue lo que los llevó a sustantivarnos con el nombre de un país. Espero que no se haya tratado de racismo, aunque no lo sé.
Discúlpenme, debo retirarme. Se acercan personas y aparentemente abrirán mi jaula. El año pasado fueron sesenta millones a las mesas. Este año, dicen, serán más. Incluso me enteré de que muchos hermanos ahora llegan congelados desde distintos puntos de América Latina. Pero dentro de pocos minutos ya nada importará. Solo me resta pensar a que lugar de este país llegaré y que familia me servirá en la noche de un jueves; pero ya no estaré para contarlo. ♦

Cruz Joaquín Saubidet®


noviembre 01, 2006

El tedio de ser policía.

La comisaría del paraje La Tordilla dejaba mucho que desear, contaba con un calabozo sucio y vacío y otro ambiente más grande donde se asentaban dos escritorios. En una esquina, una cocinita a gas calentaba el agua para el mate.
La vida era aburrida para el suboficial Romero. Ya llevaba seis años ahí y no lograba acostumbrarse.
El pueblo no superaba las diez casas, la iglesia, el club y el bar. En este último Romero se sumergía todas las tardes a perderse en un vaso de vino tinto sin hielo, luego otro y luego otro.
Solo un error cometió, al menos solo uno grande, hacía ocho años que lo habían castigado por él y lo dejaron olvidado junto a una estación vía muerta en la zona mas aburrida del norte santafesino.
El suboficial Romero se recibió de policía porque prefirió que su arma fuese legal a diferencia de las de sus amigos y parientes. Creció en el barrio Yapeyú, la punta norte y olvidada de la ciudad de Santa Fe.
De tez oscura y mirada esquiva, era temido por los débiles del barrio, los fuertes lo ignoraban y quizás fue por eso que decidió ser policía. No estaba a la altura de los “bravos” de Yapeyú y como sabía que nunca lo estaría se cambió de vereda.
Pero en la policía le pasó lo mismo, los bravos de adentro lo ignoraban, tenía mucha fuerza pero sin duda le faltaba un poco de viveza o inteligencia. Era nada más que un arma de choque, sus superiores conocían sus capacidades y a la vez su debilidad a la hora de decidir el mejor camino entre dos opciones.
Solían mandarlo al estadio de fútbol los sábados o domingos, a patrullar de noche por los barrios oscuros y peligrosos y, las peores veces, a dirigir el tránsito cuando alguien daba aviso de un semáforo roto en una calle transitada.
Romero no se casó, tuvo una novia pero lo dejó luego de un tiempo harta de las promesas de pobreza. Era policía, de forma legal nunca conseguiría salir de pobre.
En junio de 1998 Romero fue invitado a una “fiesta de 15 años” en su barrio, la homenajeada era su sobrina. Allí se juntó la crema y nata de Yapeyú y el exceso de cerveza y las bromas de los amigos pusieron de mal humor al muchacho. Al ritmo de la cumbia, de la mano de una señora, Romero movía sus caderas. Las parejas se chocaban y pisaban, el suboficial estaba molesto. En la otra punta del patio Rubén Sosa jugueteaba con el cuello de una quinceañera que sonreía. Rubén Sosa siempre había ignorado a Romero. Rubén Sosa era uno de los personajes respetados en el barrio.
-¡Che vos Rubén! Me parece que a Sivita le molesta que le andes encima.
-¡Cerrá el orto Romerito! No te metas en lo que no te importa.
-¿Cómo me dijiste?
-Dije ¡cerrá el orto!
-¡A mí hablame mejor la puta que te parió!
Rubén se levantó y se puso cara a cara con el policía, con fuerza lo tomó de las solapas y lo elevó diez centímetros del suelo.
Romero llevó su mano a la cintura, sacó la reglamentaria y sin decir palabra disparó dos veces contra el pecho de Rubén. Dos muchachos quisieron sujetarlo y también les disparó antes de perderse a la carrera en las calles del barrio.
Rubén murió en el acto, tenía 29 años; uno de los heridos sobrevivió el otro agonizó cuatro días pero ya no pudo resistir.
Romero se escondió durante dos semanas, sus colegas lo buscaron sin éxito, pero su gente también le daba cara vuelta.
Una mañana fría de julio se entregó en la comisaría de Primera Junta y 25 de mayo, en el centro de la ciudad, donde pocos lo conocían. Fue detenido y enviado a la cárcel.
Dos años después el comisario lo sacó, pero lo mandó castigado a La Tordilla.
De vez en cuando encerraba a algún borracho peleador, si estaba con suerte lo visitaba la esposa de algún peón de los campos de la zona y descargaba las tensiones. Pero el tedio había cumplido seis años.
A las ocho de la mañana del 28 de octubre de 2006 lo encontraron ahorcado de un algarrobo grande que da sombra a patio trasero de la comisaría. No hubo cartas, despedidas ni llantos de amigos.
Queselevacer.
Cruz Joaquín Saubidet®

septiembre 22, 2006

El que busca significados encuentra historias.

El 17 de enero de 1939, nació en un lugar cercano a lo que hoy es Montañita, Ecuador, el filósofo Rodolfo Martín Gómez y Zapata.
Poco se ha dicho de este hombre, incluso colocando su nombre en Google nada aparece, pero fue él el inventor de la teoría de la relatividad a escala humana.
Es cierto que Einstein ya había teorizado sobre el tema, e incluso se mandó sus buenas cagadas con lo “relativa” que suponía la bomba atómica, pero Paco Gómez sin quererlo siquiera consiguió que su teoría traspasase más fronteras que las de Albert y que llegara a oídos de las mentes menos avezadas.
Como buscador del origen de las frases, me encontraba tres meses atrás en Quito inspeccionando una frase en latín descubierta en la Catedral de la ciudad, aunque escondida detrás de un matafuego, la cita decía: “non-cogerum-previum-casorium” y la supuse el onceavo mandamiento. Al no encontrar ayuda al respecto en la curia ecuatoriana, decidí viajar al Vaticano, no sin antes recorrer la ciudad y conocer un poco a su gente. Como sabrán, la economía de este pequeño país está dolarizada; de la misma manera, los graffitis de las paredes suelen estar escritos en inglés. Eso me dio mucha tristeza, hasta que descubrí que se trataba de un grupo de graffiteros europeos instalados en la ciudad de Montañita, que luego de haber sido deportados de USA por escribir leyendas en los trenes de Nueva York, descubrieron que era Quito la única ciudad latinoamericana en donde escribir en las paredes no estaba penado por la ley. Eso me lo contó una vendedora ambulante en la plaza de la Independencia que solía venderles sándwiches cuando venían de excursión a la capital. Ella me aseguró que las iniciales correspondían al jefe de la organización.
El grupo en cuestión hace dibujos interesantes rematados con una frase. Y lo firman “RMGyZ” Me llamó la atención una que decía “Always, some ass will bleed. RMGyZ”
Yo conocía esa frase, en un principio solo me sonaba en el subconsciente, pero al rato recordé que solía usarla en muchas ocasiones, no igual, pero de un significado equivalente. Sin dudarlo un instante me fui hacia Montañita en busca del inventor de aquella maravilla y, ya que estaba, de los propagadores de aquellas ideas.
Me instalé en un hotelito y dediqué el primer día a recorrer las preciosas playas, había en ese momento un campeonato de surf y me sentí un poquito en California.
Al día siguiente pregunté a media ciudad si conocían a un grupo de europeos, todos me afirmaban que había muchos grupos de europeos, algunos tenían hoteles, restoranes o cantinas en la playa, pero nadie conocía las iniciales. Cuando estaba por desertar e irme a Guayaquil, observé en un paredón las iniciales y una flecha indicando el sur. Hacia allí caminé hasta una casa antigua rodeada de mesas y sillas. El restorán se llamaba RMGyZ y era atendido por europeos rubios y flacos. Sin dudarlo me senté y pedí una cerveza. Ante mi consulta, el europeo, me dijo: son las iniciales de don Paco, un escritor y pensador que vive aquí.
Pedí verlo y al rato un señor desaliñado, con barba de días y ropa de hilo se sentó junto a mí. Le expliqué el motivo de mi visita y me dijo: Nos necesitamos el uno al otro, yo invento las frases y luego tú las estudias. Me contó que sus frases trascendían las fronteras y que el boca a boca era el método más efectivo. El había inventado la famosa “este año mato mil” en referencia a los dictadores latinos pero se había popularizado en los ochenta como referente al éxito. “Deberá pasar mucho agua bajo el puente” fue en referencia a una obra proyectada que demoró tanto que el arroyo por sobre el que se construía el puente se secó antes de inaugurarla. Luego fue usada de diferentes formas. Me nombró varias frases conocidas y cada una de ellas estaba distante de la metáfora.
-Todo puede transformarse en metáfora amigo, solo hay que dejar que el tiempo y las situaciones se encarguen, uno puede decir: “cada árbol depende de su raíz” y la simpleza de esa frase de naturaleza empírica puede tomar matices hasta filosóficos, la inducción y la deducción fueron creadas para eso.
Charlamos hasta entrada la noche y llegó el momento de hablar de la primera frase que había leído en inglés, confirmé que la traducción era: “De algún culo va a salir sangre” Le pregunté si la había creado pensando que en la vida, que los problemas siempre suelen tener una solución y solo se trataba de encontrarla. Entre risas me dijo que sí, más o menos significaba eso, pero la frase era de su madre cuando cocinaba más picante que lo normal.
Cruz Joaquín Saubidet®


junio 20, 2006

Un cuento sin moraleja, pero que poco nos deja (Chiste modificado)

En un pequeño pueblo del norte de Estados Unidos vivía Melany, una jovencita muy pero muy bonita.
Criada en el seno de una familia de arraigadas costumbres religiosas y republicanas, había pasado la adolescencia con una idea en la cabeza: mantener su virginidad hasta el matrimonio.

Tenía un novio, Mark, que como muchos jóvenes del pueblo comulgaba con esa idea, por ello la relación nunca vivió discusiones por ese carnal motivo. Así y todo, nada les impedía vivir momentos fogosos, y vaya que los vivían, lo único que procuraban era mantener intacto el himen de ella.

Pasó el tiempo y llegó el ansiado día de la boda, la fiesta fue espectacular y la noche de bodas justificó toda la espera. Durante dos días con sus noches no salieron del hotel bostoniano desde donde partirían hacia la luna de miel en Bahamas.

Todo fue maravilloso, volvieron del caribe, se instalaron en una bonita casa con jardín y se reencontraron con familia y amigos ansiosos de historias.

Pero una noche, mientras Melany se movía encima del marido y una sonrisa en las caras anunciaba un pronto desenlace, Mark sintió un dolor en el pecho, sus gestos no alarmaron a Melany pues su esposo solía hacer pantomimas cómicas mientras le susurraba que un día lo mataría de amor, y siguió subiendo y bajando al ritmo que el cuerpo le pedía.

Los ojos de Mark ya no se abrieron, estaba muerto.
Desesperada, Melany llamó a Carol, su mejor amiga que llegó a su casa en menos de cinco minutos. Carol era la más experimentada del grupo de amistades de Melany y cuando miró a Mark boca arriba, desnudo, muerto y erecto aun se le ocurrió una idea que cambiaría el rumbo de los acontecimientos.
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marzo 15, 2006

Pensar en nada


El río de la Plata estaba sereno, era un manto oscuro que se abría un par de kilómetros hacia el sur. El velero iba por el Luján con las velas apenas hinchadas por un viento casi efímero pero que en la magnitud de la tela lograba condensarse y hacer de motor natural a la embarcación.
Al costado derecho el poderío económico de algunas personas del país quedaba a la vista en las marinas de los clubes náuticos. Veleros imponentes, yates altísimos, lanchas veloces, jet esquíes, motos de agua, e incluso algunos niños que, a bordo de optimist, hacían sus primeros pasos para en un futuro manejar con maestría los barcos familiares.
El barco era pequeño y antiguo. También era liviano y por eso se desplazaba con comodidad a pesar del poco viento. Pero lo que importaba realmente era el silencio. Por eso debería ganar las aguas del río ancho y oscuro.
Lo primordial era encontrarse con la soledad, ya que si bien estaba solo en el barco, el entorno y el ruido entorpecían la sensación buscada.
En una hora recorrió la distancia y desembocó en el casi mar, puso rumbo al sudeste y aseguró las sogas de las velas.
Todavía se divisaban algunas embarcaciones, pero la distancia las hacía insignificantes y ya no interferían. Era el mediodía de un martes de otoño, un poco fresco, pero la soledad debe ser un poco fría para ser cierta.
Se recostó en un banco junto al timón y miró el cielo. Las pocas nubes estaban muy altas y no parecían otra cosa que nubes ya que el sol no ejercía poder sobre ellas ni estaban arrimadas entre sí como para transformarse en alguna forma.
Los pensamientos se aletargaban, solo unas lejanas ganas de tomar mate impulsaban a su mente a controlar ese impulso. Ahora sí había silencio. Iba lento y el ruidito del casco contra el agua era una musiquita que lo alegraba.
Siguió mirando el cielo y solo pensaba en el barco, en las velas, en el timón afirmado hacia el sudeste y en lo bien que le hacía ese momento.
No siempre podía salir, incluso no siempre lograba salir solo, pero ese martes decidió no trabajar mientras el resto de su familia continuaba con su rutina de colegios y trabajos.
Él no salía a aclarar sus pensamientos, su objetivo era olvidarlos, relajarse y dejar que la cabeza revoloteara sobre cosas intrascendentes por algunas horas. Casi siempre lo lograba, al menos no pensaba en el trabajo, ni en las deudas, ni en el auto, ni en los viajes. Solo dejaba entrar imágenes de sus amigos, de sus hijos, de su mujer. Pero imágenes cortas, situaciones simpáticas. En cuanto le surgía algo violento o triste pensaba fuertemente en el silencio y el esfuerzo por escucharlo era un remedio efectivo.
Al final se hizo unos mates y se sentó en la proa a disfrutarlos. El vaivén se sentía más desde allí, incluso el ruido del agua contra el casco. El horizonte era horizonte, era agua y más agua que desaparecía en la curvatura de la tierra. Puntos oscuros serían quizás barcos pesqueros, ferrys que marchaban hacia o desde Uruguay o alguna boya dejada ahí para anunciar algún peligro. Nadie cerca, nada cerca, solo agua, solo él.
Prendió un cigarrillo para acompañar los mates y luego orinó hacia el agua corriendo un mínimo riesgo de caerse.
Volvió a la popa junto al timón, miró para atrás, Buenos Aires era una mancha lejana. Eran las cinco de la tarde, decidió volver. Con pericia hizo girar el barco y movió las velas para avanzar un poco más rápido. La tardecita regalaba más viento, extendió el spí con buena respuesta. El barco avanzaba rápido, era el momento de complacer sus artes de timonel. La ciudad se fue acercando, el barco se escoraba y él disfrutaba cada movimiento. Llegó al río Lujan antes de las siete, arrió el spí y encendió el motor.
Ahora solo pensaba en la navegación y en llegar a la marina de donde había partido.
Debió amarrar casi a ciegas, pero el día había salido perfecto.
No le había pasado nada, para eso estaban el resto de los días.
Cruz Joaquin Saubidet®

febrero 28, 2006

Dejar de fumar es fácil


Todo empezó como un juego. Tendría diez años cuando hurté a mi padre un cigarrillo y con inocencia infantil lo prendí en el baño. No tenía mucha gracia, chupaba y escupía el humo de manera sistemática y no me divertía en lo absoluto.
Ansioso por descubrir las bondades que hacían a mis padres depender de dicho elemento, se me ocurrió absorber una bocanada y tragarla. Por supuesto que sin la técnica es imposible, mi idea era tragar el humo cuan pedazo de pan. Pero luego de varios intentos truncos opté por mantener el humo en la boca y empujarlo con un trago de agua. Fue el acabose, tosí de manera incontrolada por más de media hora, mi garganta raspaba y como broche de oro mis padres me descubrieron.Pero el hombre es hombre y comete errores, cinco años después volví a intentarlo. Me sentía importante con un cigarrillo en la boca, no tragaba el humo pero el placer radicaba en tenerlo entre los dedos.Ya fuera de la soledad del baño, no faltó un amigo experimentado que me enseño la técnica de tragar el humo, de la posibilidad de sacarlo por la nariz, de hablar con él en los pulmones y, lo que tal vez fue mi perdición, la habilidad de hacer argollitas de humo.A los quince años considero que me transformé en un dependiente del cigarrillo. Mi padre me dejaba fumar delante de él y mi madre lo mismo, eso sí, si estaban los dos no lo hacía.A finales del colegio secundario todavía controlaba mis impulsos y no pasaba de los cinco cigarrillos diarios pero con la universidad y las noches de estudio ascendí a un paquete diario. Mi mentalidad austera me impidió superar esa barrera, me parecía un exceso fumar más de 20 cigarrillos en un día, pocas veces lo he hecho. Pero también me ha costado mucho fumar menos de 20, por lo que, según los estadistas, estoy dentro de los que fuman un paquete por día.Mis primeros diez años de fumador no fueron malos. Por ese entonces podía hacer cosas que hoy el cuerpo me niega. Aguantaba más de un minuto bajo el agua, nadaba distancias importantes sin cansarme, jugaba dos horas al fútbol o al tenis o a lo que sea. No sólo física era mi libertad, por ese entonces tampoco me molestaba la dependencia y ni siquiera me planteaba la posibilidad de dejarlo.Pero luego de más o menos 73000 cigarrillos en mi pecho, el cuerpo comenzó a resentirse. Primero fue la agitación e hiperventilación posterior a una corrida, luego demoraba cada vez más en cambiar el aire al hacer deporte. Un día en la pileta un dolor en el pecho me impidió seguir nadando y llegar a los dos largos bajo el agua. Otra noche me arremetió una taquicardia impresionante y una sensación que solo se calmaba subiendo el brazo izquierdo sobre la cabeza.Así y todo seguí fumando, sintiendo que estaba mal lo que hacía pero convencido de mi debilidad para dejarlo, de mi incapacidad de tranquilidad sin él y sin definir jamás que es lo sabroso que tiene.Pasaron 51000 cigarrillos más, el dolor en el pecho se hizo crónico, me costaba correr hasta la parada del colectivo y la acidez que provocaba en mi esófago era cada vez menos soportable. Entonces apareció la úlcera y los remedios y la orden del médico de abandonarlo.Mi mujer me propuso que recurriera a los parches de nicotina o a las pastillas inhibidoras. Me negué rotundamente, es mental, le decía, tengo que poder controlar mi ansiedad.Decidí esperar a terminar el último paquete existente en casa y luego renunciar. Este último vivió tres días. Deseé que nunca se acabara, pero se terminó y listo.Los primeros tiempos fueron durísimos, al levantarme solo pensaba en no fumar y me torturaba de deseo controlado. La necesidad de sentir el humo en la garganta no puede ser suplida con alimento alguno y me invadía una sensación de insaciedad constante.Mi humor también cambió, mi irritabilidad me volvió hosco y silencioso, mi mujer e hija dudaban antes de hablarme seguras de una mala contestación.Mis dedos fueron masticados, uñas, cutículas y piel fueron cercenadas, pero la ansiedad seguía firme cuan rulo de estatua. No quería salir, aunque necesitaba imperiosamente la soledad y el aire fresco en mi cara, suponía que las reuniones me generarían más deseo.La música me daba ganas de fumar, leer me daba ganas de fumar y escribir era imposible sin el cigarrillo. Realmente me sentía estúpido, ¿cómo era posible que abandonar algo que me dañaba tanto me costara tal esfuerzo? Recordé una novia de la adolescencia, pero no era momento de hacer analogías.El cuerpo también lo sentía, ante la falta de nicotina volvieron las palpitaciones a la hora de dormir, los movimientos bruscos y despertadas innecesarias. La sed me atormentaba por las noches y la tos, suponía que dejarlo me la sacaría, pero solo se incrementó. Envejecí varios años, convirtiéndome en un viejo cascarrabias que prefiere no hacer el amor pues el cigarrillo posterior resultaría obligatorio.No es nada fácil, en este momento el deseo me carcome las entrañas, no sé si podré soportarlo más. No, no podré. Me voy al kiosco en busca de tabaco, estas 60 horas sin fumar fueron, indudablemente, las más largas de mi vida.
Cruz J. Saubidet®
Publicado en "El Nuevo Cojo"

febrero 27, 2006

Su padre le puso Marco Cap. 6


Los caminos de Rodrigo fueron siempre río arriba, desde que tuvo poder de decisión el Paraná lo trasladó a contracorriente, a fuerza de motor.
Las conclusiones de don Cosme ahondaron en el ánimo del padre de Marco, cayó en la cuenta que estaba demasiado al oeste de su río y sintió una extraña desprotección a la vez de una libertad desconocida. No le gustaba Formosa, era una zona gris dentro de un país que él creía verde. Pero la realidad era que el concepto de patria casi no existía en Rodrigo, la pertenencia tenía más que ver con puertos, bares y amigos, no importaba mucho que se tratara de Argentina, Brasil o Uruguay. En el fondo, él sabía que sus caminos desconocerían fronteras.
Cada tanto leía diarios, tenía conciencia de que un tal Perón mandaba en el país, pero que estaba viejito por lo que a la brevedad su señora (que se llamaba María Estela pero le decían Isabel) iba a quedar al mando. Poco le importaba, su padre lo había convencido que los políticos nunca fueron ni serán trigo limpio y que lo más sano era vivir alejado de los vaivenes del poder. Sin embargo, en Corrientes había tocado la guitarra en varios actos políticos. Si bien se trataba de negocios, era imposible hacerse el sordo ante las denuncias de pobreza, desprotección y prepotencia que enumeraban los candidatos, muchos de ellos amigos de noches de fiesta en los bares del puerto.
Miró la hora al mismo tiempo que José entraba al bar. Se sentó junto a los viejos conocidos y conversaron un rato.
Pasada la siesta salieron rumbo a Fontana y allí pasaron la noche. No repitieron la velada de Pirané, solo cenaron en silencio y se fueron a dormir.
Rodrigo estaba meditabundo, casi no durmió esa noche agobiado por imágenes de su pasado que lo llamaban a la vez que rechazaban su acercamiento. Su hijo, la italianita, la imagen difusa de su padre, la idea de algo parecido a su madre, sus tías, los puertos, la guitarra siempre, los amigos muertos, el capitán, Joaquín y muchos otros hacían fila para un repaso efímero de vivencias que la mente de Rodrigo retenía unos segundos.
Desayunó junto a José y el día sucedió sin contratiempos entre mates, el motor del auto y las bajadas de José con sus productos.
Llegaron tarde a Formosa, comieron en el hotel y en la soledad del cuarto se puso a pensar en el futuro. Veinticinco años le parecieron suficientes para hacer un plan. Debía volver a Corrientes y aclarar sus asuntos. Luego quizás se conchabara en el barco por un tiempo y con el dinero ganado y su guitarra al hombro encararía lo más al norte que le dieran los pies. No sabía por que, pero tenía una necesidad de norte que lo agobiaba y debía obedecerle.
Al mediodía siguiente se acercó al puerto, el barco estaba amarrado y subió a saludar al capitán. La propuesta seguía en pie y la aceptó, no era mucho dinero pero tampoco mucho trabajo y se aseguraba casa y comida por el tiempo que durara el trabajo.
Zarparon e hicieron parada en Corrientes donde Rodrigo y el capitán declararon por el incidente del bote. Luego juntó sus cosas y, sin saludar, se despidió de la ciudad desde la popa de su nuevo hogar.
Unos días más tarde Buenos Aires se presentó ante sus ojos, tendría cuatro días antes de zarpar. Junto a Joaquín conoció los principales puntos de la ciudad aunque con su guitarra a cuestas prefirió el puerto con sus bares y sus putas. De madrugada volvía al barco y dormía hasta altas horas. Caminó la ciudad, fue a los cines de Lavalle y tomó un sinnúmero de cafés en los bares de Corrientes. Pero había algo raro en el aire, a diferencia de Corrientes, la gente era reacia a conversar demasiado. Así y todo hizo varios amigos de la mano de la música; aunque nunca lo invitaron a sus casas.

Cruz Joaquin Saubidet®