Un día apareció por la estancia un cura de esos que giran por los campos tratando de cristianizar con bautismos al por mayor, casamientos innecesarios y extremaunciones tardías.
Luego de la misa celebrada en el galpón el sacerdote juntó a las parejas no consagradas en matrimonio y cometió el grave error de hablar antes con los hombres, siempre más propensos a la aceptación que las mujeres. Rodrigo, aceptó casarse con La Romi; no era algo que deseara con desesperación pero tener a su lado a la más linda de la zona era interesante y si el hijo que estaba a punto de nacer le pertenecía, él quería hacerse cargo.
Luego, el sacerdote habló con las mujeres que acataron la decisión de sus hombres, pero La Romi en ese momento estaba conversando con una amiga y no se preocupó de entender la situación ni las consecuencias.
Al rato el cura armó todos sus petates para la celebración. Rodrigo llamó a La Romi y la chica se acercó sin dejar de conversar.
-¿Qué querés, Rodrigo?
-Nada, Romi, vení que el cura dice que nos va a casar.
-¡Estás loco, vos! Yo no me quiero casar.
-Dale, Romi, si no el cura se pone como loco.
-Que se ponga loco, yo no me voy a casar porque el cura me pida.
-¡Pero el nene es mío!
-Más vale, ¿Qué te pensás que soy yo?
-Entonces tenemos que casarnos.
-¡Casate vos si querés, yo no me voy a casar!
-¿Pero, no me queré Romi?
-Más o menos, yo me quedo con el tío y los abuelos.
-Entonce andá vo y decile al cura que no queré.
-Si vos le dijiste que te querías casar andá vos a decirle al cura que yo no quiero.
-¡Cámo so, Romi! ¡Después no me andes pidiendo plata para el nene, eh!
-Bueno, pero vos no me pidas de verlo entonces.
Ignorando a Rodrigo, la Romi siguió conversando con su amiga como si nada hubiera pasado.
Las amigas de La Romi estaban amancebadas con muchachos de la zona y tenían algún hijo a cuestas. Ella continuaba virgen a los quince años por una única razón: no le interesaba el sexo. Sus amigas se lo describían como algo que “había que hacer para dejar tranquilos a los muchachos” pero que para ellas no significaba gran cosa. Ante esa expectativa, La Romi se mostraba desinteresada. Hasta que llegó una prima del pueblo de visita y le relató sus juegos con lujo de detalles. La Romi registró cada movimiento que le describía su parienta y decidió llevarlos a la práctica.
Rodrigo vivía en una pieza junto al galpón, se había mudado ahí luego de que su mujer se fuera de la casita del monte harta de tanta soledad. Él la dejó partir, no tenía nada mejor que ofrecerle y, al quedar solo, se instaló con sus pocas pertenencias en una pieza con cocina atrás del galpón.
Rodrigo es un ser primitivo, habla muy mal, es bruto y no mide las consecuencias de sus actos durante el trabajo. De vez en cuando resulta herido por caídas del caballo, topetazos de vacas o toros o algún corte con alambres. El capataz le exigía más cuidado pero no había caso, al final, lo elegía para las tareas menos riesgosas, no porque fuese incapaz, en realidad era muy buen empleado, pero prefería mantenerlo sano que estropeado.
Rodrigo era tímido con las mujeres, nadie entendía como había conseguido a su primera esposa, él nunca lo explicaba. La Romi lo eligió una noche durante un asado, no se dirigieron la palabra y cada vez que ella lo miraba, el muchacho bajaba la cabeza o tomaba un trago de vino fresco de la jarra.
La Romi lo eligió porque Rodrigo le parecía lindo, y es un lindo muchacho, quizás un poco desprolijo, pero mide un metro setenta y cinco, es flaco y, aunque esquivos, sus ojos son bonitos. También influyó el nombre, llamarse igual que su artista favorito era un importante punto a favor del muchacho.
A Segunda parte
A Segunda parte
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