abril 22, 2008

Reciclaje de mejunjes azules (V)

Un jefe amarrete y un empleado disgustado pueden chocar en discusiones interesantes.

La ciudad de la infidelidad es un recinto donde las relaciones duran demasiado poco.

La esquina de las despedidas está enfrente al rincón de las bienvenidas. Calle de por medio pasará la vida de nuestros personajes.

No te abandono, mi amor, solo te reemplazo.

Aníbal no puede cortar el cordón. Es un gigante bondadoso y trabajador que a los 45 años sigue dependiendo de la aprobación materna en cada aspecto de su vida.

Ahora debe partir hacia un mejor trabajo, alejado y solitario. Quiere llevar a su madre pero la situación y la vejez de la señora no se lo permitirán. Aníbal no quiere estar solo, entonces, por primera vez en su vida, piensa en formar una familia.

Sus meditaciones lo sumergen en las posibilidades:

Mujer conocida y con hijos,

Jovencita, y por lo tanto de cascos blandos.

Señora viuda pero mayor.

Etc.

En el fondo de su alma, Aníbal no quiere una mujer, solo escapa de la soledad.

Todo daba a entender que su camino al éxito era seguro, sus ideas eran maravillosas, se construía una casa de cuento, su trabajo no paraba de darle satisfacciones, iba a casarse con una mujer increíble, viajaba sin descanso, cantaba bien, publicaba artículos en varios medios, era respetado y joven.

Pero se murió antes de que sus huellas estuvieran bien afirmadas. Fue olvidado.

¿A que se dedicarán las señoras que no aprendieron a bordar, tejer o masturbarse a diario y que no les gustan los deportes en televisión?

Y pensar que decían que enseñar manualidades era innecesario.

Charla de lavandería con la empleada mientras la tele mostraba imágenes de la visita del papa a Nueva York.

-¿Usted creé en el Papa?

-¿En lo que dice? Más o menos.

-No, en eso de que el papa es el enviado de Dios en el mundo.

-¿Quién dice eso?

-Todos.

-Entonces no, no creo en el Papa.

Cruz J. Saubidet®

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