Decidí usar el ciclomotor para el velorio de Rodrigo. Podría haber ido en auto, en taxi o caminando, pero no, preferí llegar haciendo ruido pero con la humildad de un vehículo herrumbrado y barato.
La casa Artigas se encontraba en una de las esquinas de la plaza principal de la ciudad donde aún vivía. Más que una funeraria parecía un salón de fiestas con sus tres pisos, su entrada californiana y el anuncio de mármol con letras de piedra blanca. Allí legué con mi motito y el ruido agudo correspondiente. El empleado de seguridad me miró con bronca, hasta que me reconoció y esbozó una sonrisa.
A pesar de vivir ahí, sentía que cada vez conocía a menos gente, que el lugar ya no me pertenecía como años atrás si bien pasaba casi todas mis noches en él. Lo cierto es que viajaba a diario tantos kilómetros por nostalgia, había algo en el barrio que me aseguraba que este era el mejor lugar para vivir. Pero salía poco, llegaba de noche, los fines de semana me iba para otros lugares y mis amigos no estaban por la zona. Sin embargo, en el corto trayecto hacia la sala “6” debí detenerme varias veces a saludar a unos y otros. Un cartel de pie anunciaba el nombre del difunto y espié hacia dentro.
Reconocí a las hermanas de Rodrigo, a la madre, a algunos amigos en común de siglos atrás, al viejo cura. Un chiquito corría, por unos segundos lo supuse huérfano pero era sobrino, Rodrigo no había dejado descendencia.
Calculé que no veía a esa gente desde hacía muchos años, siete u ocho, cuando Rodrigo cambió su vida gracias a su familia, la religión, los amigos “buenos” y una esposa cariñosa a la que nunca conocí pero que había visto algunas fotos.
Cada uno de los presentes se consideraba parte del encauzamiento de Rodrigo, yo suponía la verdad, pero no se la transmitiría a los deudos, ¿para que?
Conocí a Rodrigo en la universidad, en comunicación, a principio de los noventas. Nos hicimos amigos al instante, no podía ser de otra manera, compartíamos la rapada a cero, la falta de aseo diaria, la guitarra, los sobretodos largos, la procedencia y el amor por las noches de mate y cigarrillos prohibidos.
Yo vivía solo, él con sus padres aunque las trasnochadas lo obligaban a pasar varias noches en mi sofá. Nuestra vida disipada hacía creer a todos que nunca nos recibiríamos, no fue así, terminamos la carrera en tiempo y forma a pesar de trabajar y llevar una vida de fiesta.
Conseguimos buenos trabajos casi al mismo tiempo, yo de columnista en radio y él en la sección espectáculos en un diario vespertino. Nos iba bien y éramos buenos, no teníamos mucha plata pero la suficiente para disfrutar de la vida.
A pesar de su madre, Rodrigo alquiló un mono ambiente en el centro. Allí se deschavetó y empezó con la coca y otras pastillas. Nos empezamos a ver menos aunque los jueves a la noche siguieron siendo sagrados y solo en dos ocasiones hicimos una salida de parejas, porque nuestra amistad no permitía extraños que adjudicaran a mis pedos un olor distinto al huevo duro y a los de él a choclo recién hervido.
Muchos viernes llegué a la radio sin dormir y alcoholizado, aunque saturado de café y pastillas de miel, pero él seguía de largo y faltaba al trabajo. Al tiempo lo despidieron del diario pero consiguió por un amigo un puesto en una revista semanal, ahora trabajaba en su casa, hacía algunos reportajes y se drogaba cada vez más.
-Si me querés de verdad, no me hinches las bolas hasta que me veas muriendo, yo estoy bien, loco, ¡no sabes como estoy escribiendo! Me tomo una “pastita” de vez en cuando pero no soy un exagerado, vos me conocés, no me hinchés las pelotas.
La madre estaba preocupada por las indefinidas ausencias del hijo, las hermanas me llamaban para putearme por considerarme culpable, el cura me escribió una carta pidiéndome sosiego. En ese momento me enojé mucho y mandé a todos a la mierda, después comprendí que Rodrigo se había tornado inaccesible y necesitaban alguien que sí reaccionara a quien culpar de todos los males.
En julio de 1998, Rodrigo se pasó de la raya y tuvieron que internarlo. No sé que le pasó durante la rehabilitación, pero su cerebro comenzó a trabajar despacio. Nos veíamos a escondidas porque me tenían prohibida la entrada a la casa, pero ya no era lo mismo, las drogas o las anti drogas le habían robado la chispa, lo habían amansado, eso me puso triste y no supe como manejarlo. Me alejé despacio, sin siquiera darme cuenta, los encuentros se estiraron y pasaron años sin compartir mates y guitarras. Cuando se casó yo estaba fuera del país y no quise adelantar mi regreso aunque podía hacerlo, no me resultaba fácil quererlo tanto y a la vez no soportar estar juntos.
Yo heredé la casa de una tía y me instalé allí, a seis cuadras de la suya. Eso no sirvió de mucho, los encuentros siguieron espaciados, su esposa también lo protegía de mí, aunque ya no era necesario.
No dije una palabra en el velorio, solo saludé a todos y me paré junto al cajón, Rodrigo estaba serio, de traje, peinado para atrás.
No lloré, más bien insulté, me insulté y me sentí el peor de los amigos del mundo, lo había dejado solo mientras los demás le manejaban la vida.
Se me acercó la viuda y me agarró con fuerza el antebrazo. Me miró a los ojos con su mirada seca, eso humedeció la mía.
-Vos fuiste su gran amigo, se sentía muy culpable de haberte abandonado.
Me fui pensando que la vida era una mierda. De un plumazo se me borró lo que llamaba nostalgia por el barrio, vendí la casa y me mudé cerca del trabajo. Ya no tenía nadie a quien cuidar en mi ciudad, de eso me acabo de dar cuenta.
Cruz Joaquín Saubidet®
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9 comentarios:
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Hola Cruz!!
Que buena la historia, me atrapó totalmente.
Ahora me pregunto, será verdad?
Bueno, eso no importa.
Estoy de cumple-blog
Qué tal!!
Un abrazo.
Anita.
Mmm... esta historia transmite de verdad, así que forzosamente tiene que tener parte de realidad. ¡Espero que no sea literal!
Un saludo.
Sin duda en la vida todos hemos tenido alguna triste pérdida. Cuando parte una amigo se nos desgarra el alma; pero el mejor homenaje que se le puede hacer es continuar viviendo para poder hacerle honor a su amistad recordándolo.Un gran saludo.
Hola, muy calida historia.
Como alguien antes que yo, me preguntos si será cierta?
En realidad eso no importa, la ternura y la nostalgia que sentí, son reales.
Un abrazo.
Tienes mucho talento...
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Hola asi es la vida uno solo se da cuenta de cuanto añora el vivirla y no el sobre vivir la cuando pierde a un amigo sobre todo por el hecho de que usualmente son contemporaneos con la edad de uno mismo la vida es corta mejor vivirla que recordarla no te parece sin mas que decir execto un feliz año se despide una guara media loca o medio cuerda.
Muy buena historia. Es curioso, pero hoy pensaba en como la muerte se va metiendo en la vida. Historias de ficción o reales nos hablan de muerte. Algunas nos asustan.Otras nos hacen mirar hacia adentro y mirar que el tiempo nos pasa.
besos
y
Excelente narracion sobre los amigos...
" a mis amigos legare cuando me muera, mi devocion es un acorde de guitarra, y entre los versos olvidados de un poema, mi pobre alma incorregible de cigarra.."Un abrazo.
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