noviembre 04, 2006

Sobre valoración jesuítica de los pensamientos impuros.

Nunca me gustaron los extremos ni los excesos. La experiencia y la historia han demostrado que suelen provocar desastres.
Fui educado en un colegio Jesuita en un difícil momento del país, no fue una mala experiencia pero, de haber prendido en mí los pregones de aquellos sacerdotes, no sería la persona que soy hoy día. Quizás mejor, tal vez peor, nunca lo sabré.
Durante esos años los curas se esforzaban en quitar de nuestras cabezas los pensamientos impuros y su destino final, o sea el consabido y famoso acto onanístico al que solo unos elegidos lograban esquivar. ¿Estaba mal? Creo que no, al fin de cuentas, ese acto de amor propio ha acompañado a la raza humana a lo largo de su historia y no creo que sea un motivo de perjuicio. Incluso estoy convencido que ha ayudado a muchos a la hora de aflojar las tensiones y lograr ideas maravillosas.
Es posible que la insuflación de culpas fuera un método normal en la educación religiosa. A mí me molestó bastante, e incluso tuve que lidiar con ellas durante mucho tiempo.

El texto a continuación es un relato de mi adolescencia donde se pone de manifiesto el esfuerzo de nuestros educadores para alejarnos de aquellos hábitos.
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Cruz Joaquín Saubidet®

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