enero 11, 2016

Sobre los dolores del cuerpo y el alma

Debo padecer lo contrario al Asperger, si las cosas salen como espero que salgan me empiezo a preocupar. Tampoco pataleo demasiado, pero me intranquilizo un poquito, así como cuando me duele una parte del cuerpo por primera vez. Yo tengo una gran memoria de dolores, aunque creo suponer que al igual que Los Ángeles con el Terremoto, yo estoy esperando el gran dolor, ese dónde la opción de morir sea la más agradecida. Esperando, lo que se dice esperando, no. Espero que no llegue, pero uno nunca sabe lo que el cuerpo depara y sigue fumando, comiendo con sal y tomando alcohol. Los cuarentas son por un lado la plenitud en muchos aspectos del ser humano, pero también traen consigo la desaparición del sentido de inmortalidad. Después del cuarto muñeco de nuestra edad (y en mejor estado físico) que vemos caer, comienza una sensación de que quizás un chequeo no sea una mala idea, o largar el pucho o comer sano o empezar a hacer yoga ya como algo extremo. Claro, que para tomar conciencia real quizás necesite de un “sustito” como le llaman los mayores que dan consejos. Entonces comienza el planteo sobre la intensidad del sustito que necesito para cambiar. Ese dolor en el pecho es raro, pero debe ser muscular ya que se intensifica cuando trabo las pectorales. El brazo izquierdo siempre me molestó un poquito así que no puedo confiar en eso como indicador del infarto. También puede ser que mi cuerpo venga soportando infartos recurrentes desde hace quince años, no puede ser, eso era la úlcera pero ya se curó. Ese dolor en el bajo vientre no es definitivamente apendicitis pero puede ser un cáncer estomacal que me va a liquidar pronto. Claro que es el mismo dolor que tuve el año pasado y que luego de chequeos computarizados de pecho, estomago, vejiga llena y después vacía, exámenes de sangre, orina y hasta materia fecal el Doctor Jaremko confirmó su primera teoría: veinticinco porciento muscular y el resto de la azotea. Y puede ser, la terraza se me debilita para la época de las fiestas y el cuerpo somatiza con dolores extraños nuevos y viejos. Pero el tema de la muerte ronda mucho más que antes, tal vez a los cincuenta desaparezca o es posible que vaya ganando naturalidad. Ya veré, si llego a la quinta década. La única cagada de morir tan pronto es no haber hecho algo realmente groso, me dirán que los hijos, la familia, los amigos; es verdad, pero ustedes entienden, haber logrado algo por encima del común de la gente, algo que me trascienda de una buena forma, un escrito maravilloso por ejemplo. También puede ser que quiera saltar “más alto que el culo” y que mi destino sea el de un tipo normal con ansias de escapar de eso, un poco triste aunque realista. Lo que sí puedo dar por realizado es haber sentido el amor más grande posible que es por los mis hijos, eso sí, y he compartido muchísimo tiempo con ellos. Eso es algo que debería llenar mi espíritu, pero no, queselevacer, soy difícil de complacer. El otro día miré la película “The book of life” y creo haber entendido que la belleza o no de la muerte depende de un sólo factor: ser recordado. No me quedó claro si aquellos que son recordados por cosas espantosas también pasan una muerte llena de alegría, pero debe ser así porque el infierno era la tierra de los olvidados. Entonces me agarró terror de ser olvidado y me puse a escribir huevadas, que aunque de pobre factura al menos son muchas. Si me van a olvidar al menos que se demoren.

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