enero 25, 2016

La vida es simple

Dicen que lo vieron por el barrio, yo no creo que ande a las vueltas después de lo que dicen que hizo. Pero Juancho asegura que le vino a comprar unos Parisienes y un Fantoche triple glaseado. Sería muy de él. ¡Andá a saber si es cierto! No pasaron ni dos semanas. Claro que nunca salió del barrio, ojo, eso dicen algunos que aseguran conocerlo, pero una vez anduvimos por Capital y él conocía hasta dónde era mas fácil estacionar. Eso da por tierra la teoría sobre su apego e inmovilidad barrial. Tampoco es que quedarte siempre en un lugar te transforme en héroe. Yo creo que hace falta un poco más. Podría decirse que éramos cercanos, con respeto mutuo siempre. Amigos, para los de afuera puede haber parecido ya que lo ayudé en la mudanza y le presté la moto o el auto varias veces, pero todos saben que yo no tengo amigos. No es que no quiera tenerlos, pero debe haber algo en mí que genera desconfianza o intranquilidad. Pero no voy a escribir sobre mí, el tema en cuestión es él, Ramón de los Ángeles Uruinaga, o Moncho para los amigos, o Mochito para la familia o Macoco para las putas del puerto o Angelito para la Josefina, que aseguraba ser su novia desde el dos mil cuatro a pesar que nunca compartieron casa ni una noche completa. Para mí siempre fue Ramón, compañero del secundario en el comercial y amigo de la cancha los sábados con las cervezas correspondientes posteriores a la victoria o derrota de nuestro equipo. Desde hace veinte años que me voy y vuelvo al barrio de a ciclos, y cambian los negocios, los dirigentes del club, el cura, los colores de las casas, las putas se jubilan, los trapitos se hacen viejos y cambian de rubro, muchos se mueren y varios nacen, pero Ramón siempre está. Siempre acelerado haciendo cosas que nadie comprende para personas que no se lo piden. Hablando con unos y otros, vendiendo bicicletas, motos, lanchas y autos viejos que en el barrio parecen cero kilómetro y mudándose seguido, aunque siempre cerca. Yo tengo mis negocios que algunos conocen y muchos critican, Ramón nunca hizo comentarios al respecto pero tampoco quiso participar a pesar de haberlo invitado más de una vez es una movida de magnitud. “Todo bien”, me aseguraba, “pero yo soy de otro palo, papi, vos sabés que la plata me importa poco” Tan poco no le importaba, debo admitir que nunca tuvo demasiada ambición pero también es cierto que nunca lo vi seco. Lo de Ramón siempre fue la política, chiquitita, casi intrascendente pero con la conciencia y comodidad de formar parte del eslabón mas chico de la cadena. Tenía su gente, su piecita de reuniones con posters de Perón y Evita, otrora Menem ahora Néstor y Cristina y el que venga en el futuro. Siempre peronista y dispuesto a apoyar al pagador del alquiler de la unidad básica y su salario siempre con titulo distinto. Nunca jodió a nadie, tampoco fue de gran ayuda pero a veces su voz llegaba a algún concejal o hasta al intendente. Dieciséis años llevaba en el poder el intendente, Ramón me había comentado que ya habían bajado la orden de “bajarlo”, claro que yo pensé que lo bajarían del ejecutivo no que le clavarían tres balas entre los ojos. Igual era mal tipo, nunca fue fácil negociar con la intendencia y hasta yo pensé en asustarlo más de una vez, pero la balanza siempre favoreció al jefe comunal y negocios son negocios. El tema es que hace doce días, una semana después de las elecciones en las que nos hicimos de un nuevo intendente, a quince días del traspaso de mando, nuestro benemérito intendente apareció “fiambre” en la puerta de la intendencia y todas las pruebas apuntan a Ramón que está desaparecido desde entonces. Yo creo que ya va a aparecer y si lo encierran voy a ser el primero en llevarle Parisienes y Fantoches glaseados al penal donde lo confinen, seguro que como mucho le clavan un añito. Cruz J. Saubidet®

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