noviembre 12, 2005

Su padre le puso Marco Cap.4


Lo despertó al mediodía don Cosme, el encargado del hotel, avisándole que si quería almorzar en diez minutos servirían la comida.
Se levantó, lavó la cara e hizo unos buches con jabón, le habían asegurado que el jabón era mejor que la Kolynos para los dientes y como le venía dando buen resultado y no le daba asco el gusto, había tomado ese hábito.
El comedor constaba de tres mesas con seis sillas cada una, en el salón eran pocos, con una mesa alcanzaba para todos.
Le trajeron el plato, repleto de bifes a la cacerola con papas y cebollas, estaba muy sabroso y más aún si lo amenizaba con vino tinto con soda.
Enfrentado a él almorzaba silencioso un hombre de unos cincuenta años, bastante gordo y con grandes bigotes. Estaba tan concentrado en la comida que casi no le prestó atención. Una vez que terminó su porción y luego de pasar el pan hasta dejar el plato brilloso, levanto la cabeza y reparó en Rodrigo.
-Buenas, ¿qué anda haciendo por estos pagos?
-De paso nomás-masculló Rodrigo-tengo que esperar el barco que viene de Paraguay y volver a Corrientes.
-¿Usted es el que perdió el bote?
-¿Cómo se enteró?
-¡Y! Pasan tan pocas cosas por estos pagos que un accidente de ese estilo corre como reguero de pólvora. ¿Qué va a hacer estos días?
-No sé, andaré a las vueltas por la ciudad, me aburriré un poco.
-Mire, yo me voy a Pirané en un rato y después tengo que retirar unas cosas en Fontana. Si quiere me acompaña y aunque sea charlamos y tomamos mate, calculo que a más tardar pasado mañana estamos de regreso.
-¿Qué opina?-¿Lo acompaño? Preguntó Rodrigo a dueño del hotel, no era cuestión de largarse con un desconocido hacia un lugar desconocido.
-Vaya tranquilo don, el hombre es cliente viejo del hotel y si dice que en dos días vuelve, seguro que va a volver.
-Si es así vamos nomás, pero sabrá que estoy pelado.
-No se preocupe, la empresa cubre todos los gastos.
Luego de un par de naranjas salieron a la ruta.
El Chevrolet 58 era silencioso y cómodo, en pocos metros lo clavó en ochenta. La ruta no estaba mala, era un buen afirmado y los pozos no se sentían demasiado.
José Manut se llamaba el conductor, oriundo de Paraguay pero residente desde hacía treinta años en Argentina. Se dedicaba al comercio, en la parte trasera del auto había muestras de alambres de púa, bolsas arpilleras, herramientas, clavos, mechas de taladros y otras cajas cerradas que no se sabía el contenido.
Conversador incansable José, solo se callaba cuando la bombilla le cerraba la boca, pero muy entretenido. El hombre había viajado por Salta, Jujuy, Bolivia y Paraguay. Siempre vendiendo cosas, casi siempre legales, aunque los Chesterfield con filtro que pasaba de Paraguay dejaban un margen mayor que los otros productos. El problema era que si lo paraba la policía debía dejar una caja y con ella se esfumaba la ganancia.
Rodrigo también habló un poco, contó algunos detalles de su vida y especialmente del hijo que crecía en Rosario.
Llegaron de noche a Pirané, un pueblo chico pero con movimiento, donde casa de por medio vendían vino y cerveza. Se instalaron en el hotel y fueron a comer a un bolichón donde siempre paraba José.
Los atendió la dueña con algarabía, señora muy gorda pero ágil que rápidamente hizo a Rodrigo sentirse cómodo.
Comieron una buena parrillada con ensalada, la dueña los acompañó y amenizó la velada.
-¡El hombre es guitarrero! Le dijo José a la dueña.
-¡Pero haberlo sabido antes! ¡Romanito! Traé la guitarra del difunto. ¿Se anima don?
-Pero como no, doña, yo vivo de esto.
Rodrigo se dedicó a tocar y a cantar durante más de dos horas, el bar se iba llenando de personas que se enteraban del concierto, la dueña no daba abasto con las mesas, el hijo la ayudaba. Corría cerveza, vino, ginebra, caña y gaseosas. Algunas muchachitas del pueblo se colocaban junto a la puerta y escuchaban embelesadas la música. A Rodrigo le gustó lo que veía y volcó su repertorio hacia milongas de amor y decepciones. La concurrencia aplaudía, ya eran mas los parados que los sentados en las mesas.
Una vez concluida la música, la gente empezó a retirarse lentamente, Rodrigo se había mirado bastante con una chica y se habían sonreído en varias ocasiones.
La dueña del bar no quiso cobrarles la comida e incluso le regaló un par de alpargatas a Rodrigo. Las recibió agradecido y se dirigió a la puerta. La chica estaba aun ahí.
-¿Cómo es tu nombre?
-Lucila. Estaba tímida. Linda la chica, a pesar de la oscuridad le calculó entre quince y dieciocho años, morocha, pelo largo, ojos negros y achinados y entrada en carnes aunque no mucho. El vestido floreado que llevaba dejaba a la imaginación unos pechos grandes y unas caderas pulposas.
Rodrigo la tomó de la mano y se sumergieron tras el bar que era una zona bien oscura. Sin mediar palabras la besó en la boca y la apretó fuerte contra su cuerpo. Sus manos la recorrieron comprobando la realidad de sus elevaciones, le gustó lo que tocaba. Desabrochó el vestido sin problemas, solo tenía botones por delante, no hizo falta sacarlo, comenzó a bajar sus besos por los pechos. Lucila gemía despacio, tímidamente, le dejaba hacer todo a Rodrigo, no tomaba iniciativas aunque se colocaba de las maneras más cómodas para saciar los impulsos del amante. La recostó sobre el pasto y retiró la bombacha con un poco de esfuerzo, Lucia clavaba las uñas en la espalda de Rodrigo, que lentamente fue ingresando en ella.
Quedaron tendidos en el pasto, agitados uno encima del otro. Lucila seguía muda y acariciaba el pecho del hombre a la vez que él jugaba con su ombligo. En pocos minutos la sesión volvió a tomar ritmo y los gemidos de Lucila se hacían más fuertes.
-Me tengo que ir. Susurró Lucila mientras sacudía el vestido y se ponía la bombacha.
-Gracias, me gustó mucho.
-A mí también Lucila, ¿Te veo mañana?
-Está bien así, hasta pronto.
Y quedó Rodrigo solo tras el bar, con los instintos saciados pero con una sensación de desconcierto. No estaba acostumbrado a que las cosas queden así, salvo con las putas, pero la sensación era distinta.
Llegó al hotel, José estaba leyendo, sabiamente no hizo preguntas, solo le extendió una revista y siguió en lo suyo.
Rodrigo leyó una hoja y se quedó dormido.

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