No hagan ruido a
la siesta decía mi padre. Y uno quería hacer ruido, incluso la voz salía
inconscientemente un poco más potente que lo normal y las puertas golpeaban con
mayor intensidad.
Vaya a saber por
qué el silencio forzado resulta tan complicado, casi como el juego de quién se
ríe primero dónde la necesidad de reír surge de evitarla. Será que nacemos con
espíritu desafiante y las reglas y prohibiciones son el combustible con el que
cargamos nuestros tanques.
Muchas veces el
silencio es confusión y angustia y el simple ruido es la mejor forma de paz que
podemos encontrar.
Ante grandes
problemas o tristezas, el silencio suele ser tortura y muchas veces el ruido es
la única manera de tener la mente en calma y relajada.
El mundo de hoy
es un gran proveedor de ruido. La radio, la televisión e Internet nos regalan tiempo
completo de ruidos capaces de mantenernos la cabeza ocupada y liviana para atenuar
los conflictos internos.
No es bueno ni
malo, es así, y aunque los problemas no se van a resolver con ruido tampoco está
demostrado que el silencio cure las penas, aunque sí el tiempo y todos sabemos
que una hora de silencio equivale a tres horas de ruido, cosa que calculé
durante mi infancia cuando mi padre dormía la siesta.
Cruz J. Saubidet®