La risa es la reafirmación de estar
pasándola bien. Cagarse de risa es reírse con liviandad estomacal, sin
molestias gastrointestinales, sin apuro tal vez. A su vez es algo
incontrolable, accidental, que deja oscuras secuelas y necesita de una pronta
limpieza.
Es muy complicado determinar si cagarse de
risa es algo positivo o negativo, aunque en mi caso suele tender a lo segundo.
Una vez, le dije a mi mujer después de una
reunión con amigos, que hacia años que no me cagaba tanto de risa. Lo que fue
un comentario inocente fue tomado como una agresión hacia ella; “Claro, conmigo
te aburrís, te hubieras casado con Malena Pichot si querías reírte sin parar,
no sé qué haces conmigo si ni siquiera te hago reír” y sigue y sigue “Debe ser
horrible vivir con alguien tan apagado, ¿no?, tan embolante como yo, etc, etc….
Esos comentarios suelen dejarme en un
callejón sin salida, de tres posibles reacciones y todas ellas erróneas. Puedo
guardar silencio y ella dirá: “Ves que tengo razón”; puedo negar punto por
punto y sonar poco creíble o puedo afirmar sus declaraciones y generar una
pelea que nos mantendría enojados por varios días. ¡Ninguna sirve! Todas las
posibles reacciones son una mierda, todas excepto tirarme un pedo bien fuerte y
en lo posible muy oloroso y con eso cambiar el foco de atención hacia reproches
mucho más sostenibles. Porque un pedo causa enojo, pero dada su esencia efímera
se diluye rápidamente. Quince años de
matrimonio me han enseñado que la única forma de evitar peleas intrascendentes
es tirarme pedos fuertes y olorosos. Por suerte, como buen macho que soy,
siempre tengo un gas a las vueltas esperando salir y que internamente me hace
cagar de risa y me libra del pecado.