En cuanto llegué a la casa encendí
la radio y prendí fuego, los pelos del brazo se me erizaban en cada movimiento
y no podía manejar mis sensaciones. Saqué el catre y me senté a fumar un armado.
Iván se acercó y se me enrolló en el tobillo, sentí que se apretaba más que
otras noches pero me hacía bien la presión. Tuve que prender otro cigarrillo
con la brasa del primero, mis nervios lo exigían.
El fuego subía un par de metros, le
seguí agregando leña. Me recosté con la radio en la oreja y la víbora en el
tobillo, cerré los ojos y descansé un rato entre sueños.
Algo me despertó y no fue un ruido,
el fuego seguía fuerte y la luna estaba comenzando a alumbrar. Miré a los lados
y nada, Iván ya no estaba en mi tobillo y se oía el chisporrotear de la fogata.
Me dio miedo la soledad de la noche
sin ruidos. Cerré los ojos y de nuevo algo me hizo abrirlos. Miré hacia la
galería y vi claramente a alguien sentado en la silla. La boca se me petrificó
y no me permitía hablar, se me erizaron los brazos y mis ojos querían cerrarse
pero no podían.
Desde la galería me miraba, en
silencio. Como pude armé un cigarrillo y lo prendí con una brasa, no me animaba
a caminar hacia la penumbra, ni a salir corriendo. La linterna tenía poca pila
y apenas alumbraba, apunté hacia el bulto pero la luz no llegaba, agregué mucha
mas leña para hacer del fuego una gran antorcha. La señal de la radio se había
perdido y se escuchaba estática, el dial no respondía, todo era mudo.
Preso del terror me icorporé y
caminé despacio hacia el visitante. Ahí estaba, sentado, inmóvil, panzón y
transpirado.
– ¿Agustín? ¿Dónde andaba?
–Por ahí, a las vueltas, no del todo
bien.
–Lo estuvieron buscando por todo el
campo.
–Los vi, pobre Jorgito, como loco
andaba.
– ¿Por qué no les salio al cruce?
–Ellos no me veían ni oían, yo les
gritaba, me ponía en el medio del camino, trataba de manotearle las riendas, no
se que me pasó.
– ¿No se acuerda de nada?
–Alguito nomás, me recordé temprano
los otros días, de noche era todavía, y me dolía mucho el pecho. Me asusté,
nunca me había dolido tanto. Fui a agarrar caballo y no podía enfrenar el
pingo, trataba de poner el freno pero el brazo se me venía abajo como sin
fuerza, vio.
– ¿Y qué hizo entonces?
–Grité fuerte a ver si andaba algún
indio a las vueltas, ¡nadie no había!, era oscuro, las cuatro y media capaz, el
pecho me chusiaba de adentro. Entonce salí caminando pa los toldos, caminar me
calmaba un poco. Tranquié un rato por el monte, casi sin ver. En un momento me
desapareció el piso y me vine abajo, era como un resumidero, alguna cueva, no
sé bien que era.
– ¿Cuánto estuvo ahí?
–Ni idea, pero cuando abrí los ojos
ya no me dolía nada, me sentía demás bien, era raro eso, a mí siempre me duele
algo. Empecé a caminar, en patas andaba y ni una espina me clavaba, era raro
también. Fui hasta los toldos y nadie no me prestaba atención, era como que no
me veían, yo sí los veía, pero ellos como si fuera un ánima, ni pelota. Pensé
que se habían enojado, vio como son, así que me volví al rancho, despacio. Otra
cosa rara era que no tenía ni hambre ni sed, pero que se yo. El tema es que
erré el camino y aparecí en la orilla del Pilcomayo y como estaba casi seco lo
crucé, pensé que los milicos que pasaron en un Jeep me dirían algo, pero ni me
miraron y siguieron recorriendo.
– ¿Cuántos días anduvo por Paraguay?
–Ni idea, Joaquín, no sé como
pasaban los días, me parece que me dormía de golpe y cuando me levantaba era
otro día, andaba perdido y medio asustado.
– ¿Y entonces?
Yo nunca dejé de lado el susto,
sabía que no era normal la aparición de Agustín en mi casa y menos a esas horas
de la noche, pero quería enterarme de todo, por más que me asustara el cuento.
–Me volví al rancho, tardé bastante
porque estaba lejos, me asusté cuando vi a Jorgito con dos milicos revisando el
rancho, más me asusté cuando no me vieron llegar y me pasaban por al lado sin
mirarme. Entonce me acordé que la mamá de Rolo un día nos contó como eran las
ánimas de los muertos. Ahí me asusté mucho, me parecía que yo era un ánima.
Entonce me fui pal pozo en que me había caido y estaba casi todo tapado por una
tusca, pero me vi ahí, no me miré demasiado porque me daba miedo, pero ahí
estaba yo, muerto.
– ¿Y por qué vino para acá?
–Por el vinal me parece. El fuego
del vinal me gusta demás, de ahora nomás, antes no me gustaba. Y lo mejor es
que usted me escucha, hasta ahora es el único que me oye.
– ¿Cómo lo ayudo, Agustín?, no sé
nada de ánimas.
–Dígale a la Rosa y al Jorgito que
no me busquen más.
–Me parece que lo mejor va a ser
encontrar su cuerpo así lo entierran y no lo buscan más.
–Vaya usté con mi hermano, no quiero
que el Jorgito me vea de golpe.
–Bueno, si prefiere, yo mañana voy
con Vastides a primera hora, ¿Dónde está el pozo?
Me indicó el lugar con lujo de
detalles, mi susto se evaporaba ante la ausencia de peligro, Además no estaba
seguro si estaba dormido o despierto o soñando.
–Me voy, don Joaquín, lo dejo
dormir, gracias.
– ¿Necesita algo más?
–Sabe que sí, le pido que le diga a
la mamá de Rolo que la voy a visitar esta noche, que haga fuego con vinal.
–Le digo, no se preocupe.
–El problema es que no sé como salir
de acá, ella siguro que sabe lo que hay que hacer.
–Ojalá que lo ayude, yo le digo, que
ande bien.
Lo vi levantarse sin emitir sonido
alguno, cruzó el patio y desapareció.
***Fragmento de Tierras Grises® CJSinCT®
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