septiembre 25, 2017

Sobre siestas y ruidos

No hagan ruido a la siesta decía mi padre. Y uno quería hacer ruido, incluso la voz salía inconscientemente un poco más potente que lo normal y las puertas golpeaban con mayor intensidad.
Vaya a saber por qué el silencio forzado resulta tan complicado, casi como el juego de quién se ríe primero dónde la necesidad de reír surge de evitarla. Será que nacemos con espíritu desafiante y las reglas y prohibiciones son el combustible con el que cargamos nuestros tanques.
Muchas veces el silencio es confusión y angustia y el simple ruido es la mejor forma de paz que podemos encontrar.
Ante grandes problemas o tristezas, el silencio suele ser tortura y muchas veces el ruido es la única manera de tener la mente en calma y relajada.
El mundo de hoy es un gran proveedor de ruido. La radio, la televisión e Internet nos regalan tiempo completo de ruidos capaces de mantenernos la cabeza ocupada y liviana para atenuar los conflictos internos.
No es bueno ni malo, es así, y aunque los problemas no se van a resolver con ruido tampoco está demostrado que el silencio cure las penas, aunque sí el tiempo y todos sabemos que una hora de silencio equivale a tres horas de ruido, cosa que calculé durante mi infancia cuando mi padre dormía la siesta.

Cruz J. Saubidet®