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noviembre 03, 2017

Mis respetos, señor

Mis recuerdos de Juan datan de fines de los ochenta, pescando moncholos en un arroyo ancho de la zona de Aguará Grande, al norte de San Cristóbal. No fuimos grandes amigos, pero, a diferencia de sus cinco hermanos, el tipo pensaba distinto y como yo nunca tuve un pensamiento globalizado, las escuetas charlas que teníamos junto al arroyo muchas veces eran reveladoras. No coincidíamos en mucho más que en lo innecesario de madrugar y la exacerbación del gauchismo. Discutíamos sobre la posibilidad de utilizar cuatriciclos para recorrer, la maleabilidad de la soga en lugar del lazo de cuero y la poca calidad de los recitados del chamamé. Ambos teníamos esa dualidad entre lo rural y lo citadino que nos torturaba y que resolveríamos más tarde o más temprano.
Juancito era muy flaco pero ágil para trepar árboles, especialmente eucaliptos grandes. Nos perdimos el rastro por muchísimos años hasta que un día nostálgico buscando alguna raíz por Internet, me encuentro con el primer festival de poesía y micro relatos de San Cristóbal, auspiciado por la Cámara de Comercio y coordinado por Juancito. Sin dudarlo lo agregué al Messenger y nos pusimos al día.
Al terminar el secundario, Juancito estudió magisterio y luego emigró a Los Amores a ocupar una posición vacante en la escuela Juana Arzurduy. Ahí, en sus horas libres comenzó a plantearse la posibilidad de convertirse en el Roque Nosetto del norte Santafesino, aunque definitivamente no estaba destinado a escribir para niños. Trató de hacerlo, pero sus alumnos no comprendían el poder de la metáfora ni valoraban el vocabulario florido de sus escritos. Hubiera sido fácil cambiar un “cri-cri dice el grillito” por un “cro-cro sugirió la rana” pero el plagio no estaba en sus genes. Así y todo en las largas tardes de calor y soledad generó poesía para varios libros, siempre buscando la diferencia y la belleza hasta entonces desconocida por el mundo.
Fueron ocho años aletargados en Los Amores paradójicamente solitarios, tuvo una novia de Vera, también maestra, pero “por tanto ir y venir la relación fue perdiendo envión hasta desintegrarse”sic.
A principio de los dos mil, Juancito reacondicionó una casita en el campo de sus padres y comenzó una nueva vida lejos de la enseñanza y de la gente en general. Había decidido vivir con pocas pertenencias y distracciones y dedicarse de lleno a la literatura y a la crianza de gallinas y pavos. En dos años escribió mil trescientas páginas de versos insensibles con metáforas cargadas de realismo y dureza, de desinterés por el amor, de búsqueda de sabiduría y de desprecio por el mundo tanto urbano como rural. “Mi poesía busca apagar corazones y despertarlos de la sinrazón de que las mariposas son bonitas”
Con la aparición de Internet decidió mudarse a San Cristóbal, ocupando una casita familiar sobre la avenida trabajadores ferroviarios. Ya conectado a la red pocos lograban verlo, aunque algunos de sus escritos engalanaban las páginas culturales de “El departamental”, “La opinión” y “Castellanos”. Su columna “El Odioso” era cita obligada apenas por debajo de los avisos fúnebres.
Cuando le anuncié mi visita me pidió que no fuera un jueves, porque es el día de la semana que lava la ropa y anda desnudo. Así que fui un domingo a la mañana. Fue una experiencia minimalista y envidiable, Juancito ha logrado ser “él mismo”, un buscador de algo, que en su camino se ha ido despojando de todo para lograrlo. Yo creo que es un triunfador, quizás un poco extremista para mi gusto, que conserva un buen soplido para apagar las luces de corazones melosos.
Mis respetos, Juancito. Nos vemos pronto.
Cruz J. Saubidet®

mayo 31, 2007

Un coleccionista frustrado (Diálogos conmigo mismo)

Por razones incomprensibles para un despojado como yo, muchísima gente ocupa su tiempo en el arte de coleccionar elementos de todo tipo y color.
En concordancia con su poder adquisitivo (o no en casos patológicos), el ser humano a lo largo de los años se ha dedicado a recopilar una enorme cantidad de cosas en función de satisfacer un ansia acaparadora o quizás por lisa y llana fanfarronería.
Desde estampillas postales hasta autos lujosos pasando por juguetes, trenes a escala, libros antiguos, billetes de todos los países, pasajes de avión, colectivo o subterráneo, ollas y sartenes, obras de arte, descubrimientos arqueológicos, fotos de paisajes o de mujeres desnudas, tapas de gaseosas, latas de galletitas, velas, fósforos, mates, cuchillos, discos, perfumes, pelucas, trofeos, etiquetas de cigarrillos, etc.; todo lo que pueda ser juntado, guardado, cuidado y mostrado es digno de alguna colección.
Y no solo las personas, las instituciones coleccionan sus logros en forma de placas recordatorias o trofeos conquistados y los países compilan en sus páginas de historia (o en sus territorios) una buena recopilación de triunfos y conquistas por sobre otros.

Yo carezco de paciencia y por eso mi mente no está preparada para esperar la llegada de nuevos elementos a reunir en un grupo homogéneo.

-Parece que venimos sin muchas ideas Saubidet, mire que ponerse a escribir sobre colecciones justamente usted.
-¿Cuál es el problema? Puedo hacerlo, lo que no puedo es hacer empatía con los coleccionistas.
-¿Nunca coleccionó alguna cosita?
-Una vez, de chico, empecé una colección de etiquetas de cigarrillos, pero al segundo día me aburrí de caminar las calles juntando paquetes, peor aún, descubrí que de esa manera nunca iba a lograr las difíciles, esas que decían “made in USA”, así que abandoné.
-¿No tiene nada guardado de su paso por este mundo?
-Me queda mi hija, pero no existen pruebas de mi paso por el colegio, ni apuntes de la universidad, ni siquiera tengo muchas fotos de amigos o chicas que desvelaron mis días.
-Podría empezar como Umberto Eco, a juntar escritos con un tema referencial como la niebla.
-Me aburre, muchas veces cuando cierro un libro pienso en transcribir algo, pero el tiempo destruye la idea.
-O sea que usted es vago, coleccione algo, como aquel conocido nuestro que juntaba imágenes de clítoris, ¿se acuerda? Esa sí que era una buena colección, las cosas que descubrimos del sexo con esas fotos escondidas.
-También recuerdo al médico kenyano que coleccionaba en tarritos de vidrio los clítoris que extirpaba cada día.
-No me invente, no creo que exista alguien así.
-Usted no se imagine, absolutamente todo, cualquier pavada que exista, va a encontrar alguien dispuesto a coleccionarla.
-Y
ebay para conectar a los fanáticos.
-En muchos casos, la llegada de la Internet y la accesibilidad a todo y a todos, le quitó heroísmo al hecho de encontrar nuevos elementos de colección. Nuestro amigo, recuerda, cuando Internet comenzó a mostrar clítoris a diestra y siniestra, perdió el entusiasmo y no estoy seguro que siga juntando las fotitos.
-Pero al menos en la cabeza debe guardar una colección de recuerdos.
-Eso sí, incluso en la computadora también guardo muchos escritos, pero tanto el cerebro como el disco de la PC pueden sorprenderme una mañana y aparecer en blanco, puedo hacer back up de la PC, pero no del cerebro.
-Ya lo van a inventar, no se preocupe.
-Si el cerebro tuviese un buscador podría ordenar y coleccionar los recuerdos, un día coleccionaría todos los asados y guitarreadas con amigos, otro los amores que hicieron cosquillas en el pecho, otro las charlas de madrugada con el mate en la mano, otro las mejores frases de mi hija, otro los paisajes fabulosos, otro las mejores escenas sexuales de mi vida y así podría seguir hasta mañana.
-¿Por qué no lo hace? Ordene todo eso y escríbalo.
-Ya le dije, mi memoria es desordenada y tengo que escribir de otras cosas, aunque si se fija bien, es posible que entre tanta ficción encuentre algún pedacito de mis colecciones.

Cruz J. Saubidet®

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