agosto 24, 2020

Un paraíso profano

Así y todo, la historia me venía demostrando mi falta de capacidad para tomar buenas decisiones, desde ser de Unión, la música que ocupó mis años mozos, no ser peronista, algunos amigos, la carrera universitaria y puedo seguir pero me voy de tema. También hubo algunas decisiones inamovibles que me cagaron la vida y no supe luchar contra ellas especialmente el descreimiento hacia lo popular y espontáneo, nunca me salió y eso que en la escuela me enseñaron eso de que donde haya dos o más en mi nombre ahí estaré yo. Y no es que no haya creído en Dios, no soy tan soberbio, lo que siempre pensé es que no le importamos, así como a mí no me importan los cangrejos fantasmas. Y de tanto joder y amargarme por huevadas, un día me agarró un achaque que al final era jodido y me cagué muriendo sin más esperanza que descansar, pero ahí empezaron los problemas propiamente espirituales. Y esto es literal porque desprovisto de carne y huesos me encontré con una realidad inesperada, llena de incógnitas y, lo que es peor, de decisiones que tomar. ¡No van a creer que existe el paraíso! Lo que sí existe es el purgatorio, que es el lugar donde uno se aloja mientras toma una decisión. Es tan aburrido que varias veces me he apurado con tal de salir un poco y esa medida apresurada me ha hecho regresar una y otra vez. Tampoco está Dios a las vueltas, un ente de baja categoría te recibe, te da las pautas a cumplir y te abandona a tu suerte. La opción para salir del purgatorio es elegir una persona viva para acompañarla hasta la muerte con una mínima capacidad de ayudarla y la obligación de guiarla en la transición pos mortem. Ya de entrada me desilusionó mi espíritu de compañía, no van a creer que algún abuelo, tío, madre o amigo me había elegido. Al morirme me encontré con un espíritu antiguo y solitario que me eligió porque sabía que me quedaba poco. Incluso me guió con mala onda y desgano. El problema es que tenía que optar por una persona y al momento de mi muerte yo tenía cuatro hijos y una esposa. Fue una decisión jodida. La lógica hubiera sido quedarme con mi esposa y luego de su muerte dividirnos hacia nuestros hijos y así cubrir la mayor cantidad de afectos posibles. Pero no estaba seguro de querer compartir sus posibles nuevos amores. Pensé en mi padre pero tampoco estaba seguro de su voluntad de acompañar a alguno de mis hijos. Así fue que pasé mucho tiempo en el purgatorio. Y elegí a una de mis hermanas, que como tía comprometida y adorada por mis hijos me aseguró un buen contacto con ellos. Claro que cuando murió ella se fue con su hijo y ahí ya pude optar por el más desprotegido de los míos, sufriendo sus malas decisiones hasta su muerte, luego de la cual me comunicó la bronca que siempre me tuvo. La muerte te da sorpresas. Y no es gran cosa ni muy diferente a la vida en la tierra, uno sigue eligiendo y separándose. Cada tanto coincido en el purgatorio con algún ser querido, incluso paso tiempo ahí a la espera de que alguno de ellos aparezca, pero muchas veces el tedio del lugar me obliga a escapar y andar a la par de alguna persona. Trato de favorecer a descendientes, pero ninguno se acuerda de mí y eso me pone un poco triste. A veces tengo alegrías, hace un tiempo un tataranieto encontró una de mis novelas y la leyó. No le gustó mucho pero fue agradable. Dicen, en esas intermitentes y esporádicas charlas de purgatorio, que después de esta muerte viene una espectacular, pero yo pienso en el paraíso prometido en la Tierra en el que muchos creían y me suena a más de lo mismo. Queselevacer Cruz J. Saubidet®

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