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diciembre 08, 2006

MANUAL DE COCINA DE UN MARIDO APURADO. (Recetas de cocina incluidas)

Cocinar para una familia es agradable, lo terrible es decidir que cocinar cada día. Hace tres años que pesa esto sobre mis espaldas y hasta el momento no veo signos de desnutrición.

Creo que los argentinos somos vagos en aspectos culinarios, ¿qué podemos esperar de un país donde el bife de chorizo o el asado son las comidas más famosas?

Hacer un bife no requiere demasiado, en todo caso le cedemos la responsabilidad al carnicero, o al productor ganadero que alimentó el bovino con los mejores pastos. Nuestro trabajo es cocinarlo bien aunque cocinar bien un bife no es una ciencia oculta para nadie, luego lo acompañamos con una ensaladita de lechuga y tomate que solo se trata de cortar, poner en la ensaladera y condimentar; o un puré o papas fritas; y listo; se acabó, la comida típica argentina está lista para el que la quiera saborear.

¿Y el asado? ¡Más ceremonia que arte! Que si se hace con carbón, con leña, que la costilla para arriba o para abajo, que las achuras, que lento, que rápido, que jugoso, que cocido. Y después, una vez más la ensalada, las papas y listo.

¿Y las milanesas? ¡Las milanesas, un ejemplo de elaboración! Carne cortada fina, huevo con algún condimento, la carne adentro y luego cubierta de pan rayado. Después a la sartén con aceite hirviendo o al horno si quieren hacerse los sanos y ya está, claro que no puede faltar la ensaladita, el puré o las papas fritas. ¡Pero que ricas!

Comida argentina. Algunos me dirán que el locro lleva elaboración, yo les contesto ¿quién come locro en estos días? ¿Y el puchero? El puchero es hervir carnes y verduras y condimentarlas un poco, no van a llamar a eso cocinar.

En Argentina la gente se conforma con un plato, puede servirse dos, tres o más veces, pero con un plato le es suficiente.

La sopa, imprescindible tiempo atrás como primer plato, ha perdido la popularidad, es una lástima porque una buena sopita despeja la ansiedad y permite disfrutar con parcimonia el plato principal. Además es muy fácil de hacer, solo se trata de... LEER COMPLETO

Cruz Joaquín Saubidet®


marzo 13, 2006

Decisiones que parecen pequeñas, pero no.


A pesar de no tener ganas de cocinar, me lo tomé como una obligación, al fin de cuentas algo había que poner en el estómago, y si ese algo era sabroso, mejor. Miré la heladera (por dentro, lógico). Daba pena la pobre: dos jarras de agua, 3 yogures de frutilla, leche, jugo de naranja, la lata del café, manteca, margarina, diferentes aderezos casi seguro vencidos, seis manzanas que me regalaron hace cuatro meses y no las tiré porque no tienen aspecto de podridas, medio morrón en una bolsita con zip, medio repollo, una planta de lechuga negra, una cebollita, un paquete semi abierto con jamón, un queso chedar sin abrir, tres huevos, nada mas.
En el freezer había seis cubeteras (la mayoría con la mitad de los hielos), un paquete de ravioles, un bife finito, media pechuga de pollo, una costilla de cerdo, salchichas, una caja de helado casi vacía, nada más.
La noche llegaba como siempre veloz, a pesar de que no eran más de las seis y media, un manto negro reflejaba la ventana. Hacia frío y el invierno, si bien suave, regalaba temperaturas bajo cero. Así y todo, la única alternativa era salir hasta el supermercado y dejar en manos de sus góndolas repletas de oportunidades la decisión sobre la cena. Quise evitarlo, busqué alguna pasta en la alacena pero solo quedaban fideos cabellos de ángel, mi última oportunidad había fracasado.
Luego de ponerme campera, bufanda, guantes y gorro de lana salí a la calle. El trecho a recorrer se oponía al viento y mis ojos desprendían lágrimas que corrían hasta desaparecer en la lana del gorro.
El supermercado es angosto e incómodo, los pasillos no soportan dos carros a la par, incluso si una señora entrada en carnes se aproxima es imprescindible recular hasta el comienzo para luego ingresar en ellos.
¡Hi Argentino!, me saludó el muchacho azul de la entrada a lo que le contesté con un ¡Hi franchute! Modismo que utilizo para con el amable inmigrante de origen en alguna colonia francesa de África. ¡Je ne sais pas que cuisiner! Le dije en mi francés de colegio secundario. Se rió y susurró algo como achète un poulet o parecido que creí entender como que me sugería que comprara un pollo. NONONO! ¡if I buy a chicken my daughter kills to me! Cambié de mal francés a mal inglés, luego ingresé al templo del consumo alimenticio. Pasé de largo los pollos y los pescados y centré mi atención en las carnes rojas, la decisión se tornaba complicada, cuanto más miraba menos me imaginaba. En el momento que perdía las esperanzas y a paso acelerado salía del sector sentí que me observaba una bandeja de carne picada, le aguanté la mirada, le sonreí y acaricié sus aristas con confianza antes de meterla en el canasto. Ya tenía la materia prima, solo me faltaba decidir el como y el con qué.
De la panadería me llevé una baguette recién horneada y en la segunda góndola que recorrí encontré aceitunas y fueron ellas las que me decidieron por el pastel de papas. ¿Había papas en casa? Esa aparente nimiedad era importante porque las papas vienen en bolsas de cinco libras y si compraba una y en casa llegaba a haber, era casi seguro que se terminarían pudriendo algunas. Decidí comprar igual, el futuro me daría la razón. También una cebolla grande, salsa de tomates, huevos, un pote de helado de oferta y ya que estaba, una botella de Sprite que aunque no me gusta demasiado es la única gaseosa en común que tenemos entre los miembros de mi familia.
Mientras me dirigía a la caja, escucho a mis espaldas “Croacia, croacia, Croacia”, giro y me encuentro frente a un empleado de rastas de aspecto jamaiquino pero de origen cubano que me tomaba el pelo por la derrota de Argentina frente a Croacia. Lo miré fijo y con una sonrisa le digo: “¡Andá a cagar, cubano de mierda! Cuando ganen a algo avisame”, ¡Eh argentino, no te enojes!, dijo mientras riéndose cargaba con yogures una heladera.
Había cola en las cajas, esperé diez minutos hasta que llegó mi turno. Atendía una chica latina que tiene la costumbre de no cobrarme una de mis opciones. No sé la razón, pero siempre se hace la distraída con un producto y sonríe. Supongo que debe ser el odio que siente por los jefes y supone una venganza al no cobrar algo. Yo la dejo hacer y la saludo amablemente. En esa ocasión la baguette no figuró en el ticket. Me volví para casa a paso lento, ya eran las siete.
En la mesa de la cocina el termo y el mate. Me cebé tres hasta que se calentó la yerba, prendí un cigarrillo y me abstraje del mundo. Fueron cinco minutos nirvánicos, un descanso entre una decisión importante y su resolución empírica.
Cebolla, perejil, orégano, morrón. Carne picada. Sal, pimienta, pimentón extra dulce, azúcar. Aceite, huevos, aceitunas, olla, papas, agua, sartén, cuchara de madera. Pisa puré. Manteca, leche. De la buena mezcla saldría, con suerte, un plato sabroso.
Cruz Joaquin Saubidet®