enero 30, 2006

El invento de la soledad PARTE 2


La relación conyugal de José se transformó en una amistad, resignada su esposa a no poder cambiarlo y él a convencerla de las bondades de su nueva vida. Se divertían más que antes, se contaban sus novedades a diario, pero el amor que los había unido y llevado al altar, había mutado, ya no se necesitaban mucho y cada cual había rehecho su individualidad lo mejor posible.
La economía marchaba bien, algunas patentes seguían generando divisas y de vez en cuando diseñaba algún pedido. Las presentaciones habían cambiado, ya no usaba computadora. Sus diseños eran realizados a mano, así y todo, seguían siendo muy buenos y cotizados. Su esposa trabajaba y se abastecía, por lo que la cuenta del banco crecía rápido debido a la disminución en los retiros.
El telar fue su obra maestra, no era muy grande pero lograba telas de buena calidad. Con ellas comenzó a hacerse la ropa, al principio rústica y recta. Con el tiempo y gracias a su habilidad práctica se fabricó un traje a medida, que sorprendió gratamente a su mujer aunque dudaba que su marido llegara a usarlo algún día.
José seguía estudiando, los metales se convirtieron en la barrera a franquear, necesitaba extraerlos por su cuenta. Ya había probado algunos métodos de fundición con una fragua casera, pero aun faltaba perfeccionarla. Debía elegir un metal con el que trabajar, sus dudas estaban entre el aluminio y el cobre. En el caso del primero se veía obligado a utilizar métodos ya inventados, con el segundo podría probar.
Con la ayuda de su esposa-amiga, investigaron en que lugar del país había mas cobre, hallaron por casualidad una zona de minas abandonadas y supuestamente agotadas. Hacia allí marchó y grata fue la sorpresa al descubrir que quedaba suficiente para sus necesidades. La decisión estaba tomada, se iría lejos con sus cosas para no molestar ni ser molestado.
Luego de meses de gestiones logró comprar cuarenta hectáreas de la ex mina, un terreno casi desértico y sin agua potable. No podría vivir allí por lo que debió invertir en una parcela de treinta hectáreas a varios kilómetros de la mina. La zona era de palmas y cerca de un río, había un aljibe con buena agua y buen pasto, elemento imprescindible si quería vivir de su cerebro y la naturaleza.
Tardó once meses en transformar el lugar en suyo, construyó la casa de troncos de palma y la recubrió con una mezcla de barro, pasto y cal. El ambiente era bastante grande, tendría su taller bajo techo.
Durante el tiempo de preparación regresaba a su casa cada uno o dos meses y volvía con su camioneta cargada de máquinas y materiales imprescindibles.
Compró dos caballos y un carro, once ovejas, un carnero, una vaca con un ternero, veinticinco gallinas y un gallo, catorce patos y una yunta de bueyes.
Cuando todo estuvo listo, vendió la camioneta y se despidió de su esposa aceptando una invitación a cenar en lo que había sido su casa. No hubo lágrimas ni pasiones, solo un “hasta pronto”
Cruz J. Saubidet®

(I) (III) (IV)

1 comentario:

Terminus dijo...

Con treinta hectáreas al lado de un río, una granja y hasta una mina propia... uno empieza a envidiar a José.
Si no fuera porque el sexo también será solitario, estaría en el Edén.
Saludos, Cruz.
Buen relato.