enero 31, 2006

El invento de la soledad PARTE 3


Instalado en su nuevo mundo, la intención de José intención era, con el tiempo, sustituir todos los elementos ajenos por sus rústicas creaciones.
Una vez a la semana, enganchaba los caballos al carro e iba en busca de vetas con cobre, que apilaba junto a la casa.
Las tareas eran espinosas, se levantaba al alba y se acostaba con la puesta del sol, así y todo le faltaba tiempo. La fundición de cobre resultó mas complicada de lo pensado, su intención era lograr el alambre para reemplazar el existente en los límites de su tierra, pero por el momento solo había obtenido los utensilios de cocina, algunas herramientas de labranza y finos cables con los que generaría su propia electricidad.
La huerta y los animales le proveían buen alimento, e incluso el río le brindaba peces y tardes de meditación junto a la caña.
Pero su objetivo estaba muy lejano todavía, a pesar del aislamiento al que se sometía y las horas que ocupaba en sus inventos. No le alcanzaría la vida para prescindir de elementos foráneos. Muchas de sus herramientas no podían ser de cobre, no lograba la precisión necesaria en pequeños accesorios de sus máquinas y no le era posible crear las aleaciones para guardar suficiente energía, por lo que seguía utilizando su vieja batería.
Lo desvelaba el alambrado perimetral de sus tierras, el alambre de cobre no era demasiado fuerte y si lo engrosaba se tornaba inmanejable. Decidió hacerlo de palo a pique con los troncos de palma, pero era un trabajo muy grande para un solo hombre y las palmas se pudrían velozmente con la humedad. Logró seiscientos metros de palmas juntas clavadas casi un metro bajo tierra, pero desistió. Le quedaban por delante casi ocho mil metros y apenas daba abasto para reparar los troncos podridos.
Debió sembrar trigo, maíz y algodón, esquilar las ovejas, alimentar las aves, cuidar los caballos y los bueyes. El tiempo le rendía cada vez menos y la dedicación al cobre fue decayendo. Uno de sus mejores logros, fue lograr una pasta con el procesamiento de telas de araña y una resina, que luego podía hilar fácilmente y colocarla en el telar. Las telas salían resistentes y livianas.
Pero la contradicción lo agobiaba, era un inventor en busca de la auto supervivencia devenido en granjero parco y solitario incapaz de ser feliz con su nueva vida. Cada vez tenia menos tiempo para inventar y más obligaciones para con el campo, los viajes a la mina se espaciaron a una vez por mes y a pesar de ello, la pila de material crecía en forma acelerada.
En siete años su rebaño constaba de casi 80 ovejas, ya ni contaba las gallinas y los patos, pero eran muchos, había vendido seis vacas pues no pensaba comérselas, sembraba cinco hectáreas de algodón, cinco de maíz y luego cinco de trigo. Cosechaba a mano, pero más de una vez invitó a los vecinos a extraer un poco para ellos porque de lo contrario desperdiciaría injustamente.
Fabricaba harina de trigo con un molino a fuerza de bueyes, hilaba el algodón y con el maíz hacía aceite y alimentaba las aves.
Producía muy por encima de sus necesidades, pero no encontraba la forma de frenar la cadena productiva. Regalaba telas, aceite e incluso harina. A pesar de eso, la gente de la zona le tenía una especie de rechazo o miedo, le decían el loco, y pocos se acercaban por la casa.
Durante el invierno del quinto año decidió volver al cobre y se sumergió dos meses en las pruebas y fundiciones, sus logros fueron escasos. Su depresión fue mayor cuando descubrió que sin su atención, el establecimiento se venía abajo. Tardó más de un mes en poner todo en condiciones y ya no lo dejo decaer.
Cruz J. Saubidet®

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