enero 11, 2021

Pensamientos desordenados y livianos volumen XXII:

 

Hace tiempo que escribo enojado y prefiero no compartirlo, ayer me pasó lo mismo pero decidí compartirlo, porque mal que mal, es lo que anda por mi cabeza en estos días de frio y encierro y ha generado esta serie de pensamientos:

La realidad está demasiado complicada. A pesar de las predicciones de un mundo mejor pos-pandemia, son pocas las cosas positivas que dejó el 2020 e incluso parece que la pos-plaga está bastante lejos todavía. Fue el año pasado el que emparejó a algunos germofóbicos con la gente de bien, incluso Poncio Pilatos dejó de ser estigmatizado ante la generalización del fregado de manos. Muchos comenzaron la cuarentena con cierta ilusión de cambio real y profundo, pero quizá por la baja mortalidad del virus o vaya a saber qué, nada cambió y el mundo sigue igual de complicado pero con barbijo.

Aquí y allá.

Y es que trato de combinar dos mundos siendo el de Argentina el que vive en mi cabeza mucho tiempo y el de estos pagos, el que trato de vivir en carne y hueso y enfrentar los problemas cotidianos como mejor me sale. Quiero creer que todo el mundo tiene al menos dos lugares en su cabeza y que se retroalimentan el uno con el otro dejando un sabor amargo y dulce a la vez. No importa mucho la distancia entre ellos, no siempre es eso lo que los separa aunque la posibilidad de unirlos se complica un poquito cada mil kilómetros.

 

Me gusta pensar que vienen años felices, ojalá sea cierto, porque si bien ya no seré un deportista de elite ni un físico nuclear, si la salud me acompaña y el sentimiento de libertad sigue creciendo tal vez, quien sabe.

El pasado me ha regalado maravillosas personas y con muy pocas he estado de acuerdo. En los albores de la pandemia me comuniqué con amigos lejanos en el tiempo. Eso los primeros tres meses, en mayo abandoné casi todo y mis amigos alejados se ve que también porque casi no recibí llamados. A veces sigo siendo naif pero ya se me va a pasar.

Me gusta valorar la diferencia y discutir sin el peligro del enojo, o si hubiere enojo, sin el temor a la enemistad. Tengo que admitir que hay gente que no me gusta sin razón, pero lo más terrible es que hay gente que me cae bien sin ningún sentido. Supongo que puedo percibir sensaciones gatunas y eso me acerca o me aleja de las personas.

Como hombre de poca fe, mi vida interior es un poco menos atractiva que mi belleza física. No se trata de religión solamente, aunque también, sino de la mayoría de las cosas. Nunca tuve fe en los gobernantes. Soy receloso de la política ideológica porque no creo que los que la lideran conserven la ideología de sus seguidores. Respeto a los jóvenes idealistas y si manifiestan en pelotas me parece fantástico. A los más grandecitos ya los miro con un poco de prejuicio, especialmente cuando no modifican sus conceptos a pesar de los fracasos comprobados. Entonces me aseguran que no fracasaron sino que los hicieron naufragar las grandes potencias, y yo que la corrupción ayudó bastante y que está a ojos vista, y ellos ya me saltan con que soy gorila (la fácil) y yo que si algo no soy es gorila pero que la cagaron con el comentario y bueh.

No hay forma de cambiar las cosas en profundidad sino de forma consecuente. Y ahí, las ideologías de cualquier extremo suelen cagarla, fundamentalmente por priorizar la politiquería y la falsa épica con la realidad. ¿Cuál es la realidad? No estoy seguro, pero una distribución mas justa de la riqueza y la justicia sería un buen comienzo. ¿Cómo? Ayudaría mucho que hubiera gente honrada a cargo, cosa que sería revolucionaria y épica de verdad.

Siempre he caminado con personas con las que no comparto filosofías ni ideales, pienso que es mejor así, nunca necesité compartir más que momentos, siempre trabajé solo y nunca formé parte por mucho tiempo de un grupo político, cultural, filosófico o social. Porque hay lugares comunes que no ameritan ni una charla, La Libertad por ejemplo, ¿Quién va a ser tan hijoeputa para pretender coartar libertades? Después de pensar un rato, descubrí que hay muchos.

Pensamos, creemos que somos libres y criticamos a los que supuestamente nos quitan la libertad a la vez que elogiamos a los que aparentemente nos la proporcionan.

A veces pienso que la libertad está más emparentada con la soledad que con la felicidad.

Pensar en libertad como la capacidad de trasladarte sin que te controlen es algo, pero sabe a poco.

El mundo nunca tuvo en cuenta la libertad como bien esencial, desde que la gente se empezó a organizar, la base del poder fue quitar libertades y así con la obediencia alcanzar prosperidad y de paso hacerse rico y, ya que pinta, conquistar a los vecinos.

Tampoco la libertad de máxima pureza es para cualquiera, es una falacia creer que la mayoría la pretende, yo creo que son pocos los que se animan a ejercerla.

Muchos se sienten más seguros si otro se hace cargo de sus problemas sin que les importe una mierda que ese detalle le saca libertades. Incluso muchas de las libertades robadas permiten vivir con cierta dignidad. Nadie crea ser libre, es una utopía más preocupante que la felicidad plena.

Suena feo, pero perder la libertad no siempre es terrible, basta con mirar gente que se enamora, o que trabaja para otros, que paga una hipoteca, que tiene un auto o tiene hijos que es el mayor porcentaje posible de pérdida.

Por eso no creo a quienes luchan por las libertades desde un lugar de mayor libertad.

A todos nos gustaría que nuestras propias reglas rigieran cada vez que nos hacen falta. Pero no. Casi siempre jugamos con reglas de otros, o leyes o tradiciones. Al momento de jugar, aceptamos las reglas. Podemos no aceptarlas y no jugar, o tratar de cambiar las normas, pero al rebelarnos debemos tener en cuenta que una revolución, hasta que triunfa, juega con las reglas del sistema anterior. Muchas revoluciones fueron imprescindibles, otras tantas impresentables y la historia se encargó (o se encargará) de ponerlas en su lugar.

Mientras tanto, en este mundo desgastado a lijazos de soberbia y con las soluciones cada vez más alejadas, sólo me queda esperar el retorno de una cualidad que alguna vez el mundo tuvo y que se está perdiendo: La sutileza. La vara ha descendido tanto que ya nadie pretende siquiera un buen uso de las palabras a la hora de mentirnos. Antes era más lindo y factible compartir las grandes diferencias con otros, pero estos tiempos es casi imposible exponer ideas sin recibir una agresión. Lo que lamento es que se ha perdido la sutileza y que hoy en día el insulto sea la respuesta más factible. ¡Váyanse a la mierda, pelotudes! De onda lo digo. Debe ser que es más liberador denostar un pensamiento que acomodarlo y digerirlo en una charla. Parte de mi deconstrucción 2020 fue convencerme de que no hay muchas verdades, hay muchos puntos de vista.

Y esto no es argentino solamente, en el país donde vivo terminó la presidencia menos sutil en mucho tiempo y el que viene no se destaca por su discurso. Porque una cualidad con la que los políticos contaban era la sutileza, no siempre sensible, pero al menos agradable de oír. Aquella cualidad que sin necesidad de ser buena o mala cumplía una función imprescindible para las almas como la mía: embellecía.

 CRUZ J. SAUBIDET®


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