octubre 07, 2005

Su padre le puso Marco Cap. 1


Marco le pusieron. No crean los buscadores de sentidos ocultos que se trató de una inspiración de sus padres, simplemente, días antes de su alumbramiento, un tornado arrasó las aberturas de la casa.
El día que nació, su papá había conseguido a muy bajo costo unos marcos de madera lustrada y fue tal la emoción que decidieron llamarlo Marco, convencidos que el niño traería buenaventura a la familia. Ilusos ellos.
Familia nómade desde su conformación. El padre de Marco, Rodrigo, era de origen brasilero, había nacido en Santa Catarina, en las afueras de Florianópolis. De pequeño se trasladó con su padre a Sao Paulo luego de que su madre optara por acurrucarse en brazos más protectores y billeteras más abultadas. Del destino de la abuela paterna de Marco poco se sabe, hubo un par de cartas con promesas de reencuentros, pero quedaron en la nada y los años se ocuparon del resto. En cambio el abuelo cumplió la función de padre hasta los catorce años de su hijo, momento en que se le ocurrió morirse de un infarto en un apasionado encuentro sexual con dos primas uruguayas que bien podrían haber evitado la tragedia de no haber exigido tanto. El orgullo de macho brasileño del abuelo fue sobrepasado por las exigencias seudo ninfomaníacas de las primas y en la tercera embestida, luego de dos mas que dignas actuaciones, quedó seco.
Dichas primas, tal vez por sentirse culpables del deceso, se ocuparon del muchacho y se lo llevaron a un pueblo llamado Carmelo, en Uruguay. En poco tiempo Rodrigo aprendió el idioma español a la perfección y con eso vinieron costumbres poco morales que incorporó de los trabajadores del puerto de la ciudad. A demás de guitarrero, se convirtió en un gran jugador de truco y siete y medio, lo llamaron tramposo alguna vez, yo prefiero creer que su suerte le llenó los bolsillos.
Esa misma suerte fue la que lo hizo huir una noche serena, sin ser visto. Recaló en el delta gigantesco que forman la desembocadura del río Paraná y el Uruguay en el Río de la Plata. Estaba en Argentina.
Desistió de instalarse en Buenos Aires, por lo que emprendió un viaje Paraná arriba en una chata cargada de materiales de construcción. El viaje se le volvió tedioso, por lo que agradeció a todos y descendió en las costas de Victoria, provincia de Entre Ríos. Tenía diecisiete años.
Quiso allí probar cosas nuevas y se buscó un trabajo. A los pocos días se encontró llenando bolsas de semillas en una cerealera, pagaban poco pero le daban una pieza y dos comidas diarias. Cuando cumplió dieciocho, armó una fiesta con sus nuevos amigos, se divirtió tanto que faltó a trabajar al siguiente día y por las dudas se tomó para sí el sábado pues había concretado un encuentro con una muchacha.
De más está decir que el lunes era un desocupado más de la lista, pero no le preocupaba demasiado. Tenía buen dinero en el bolsillo y ansias de seguir subiendo hacia el norte.
Cruzó en balsa hasta la ciudad de Rosario y en el puerto volvió a sentirse en casa. Con su guitarra tenía asegurada la comida y la bebida en los bares y gracias a su habilidad con las cartas sus vicios quedaban cubiertos. No eran tantos sus vicios; cigarrillos, prostitutas y revistas. Era un gran lector, a pesar de haber hecho la escuela a los ponchazos, manejaba bien el idioma e incluso escribía cartas muy bonitas, capacidad que supo aprovechar y vendió su arte a sus amigos del puerto, siempre enamorados de putas que nada hacían sin recibir el pago correspondiente.
Tanto le gustó el puerto de Rosario que lo retuvo cinco años. Con su oficio de guitarrero y su habilidad con los naipes logró una vida tranquila rodeado de buenos amigos y cariñosas mujeres. Logró cierta fama, incluso fue contratado por bares del centro y llegó a tocar y cantar en una radio. Pero el padre de Marco no buscaba el éxito, solo quería estar contento.
Durante el quinto año rosarino, se enamoró perdidamente. La chica en cuestión era la hija del dueño de un bar donde solía tocar. El padre, un italiano grandote y malhablado; la chica una quinceañera carnosa y educada que le regalaba sonrisas mientras servía las mesas.
La pasión se concretó en una lancha pesquera, concertó con su amada un horario y hacia allí fueron. Fue tal la entrega que pasados cinco meses de ese encuentro, la panza se notaba.
El tano estaba furioso y prometió matar al desgraciado entre “porca madonnas y masscalzonnes”
Quiso Rodrigo pedir la mano de su amada, pero la negativa fue rotunda y el tiro que casi le vuela la cabeza fue suficiente para decidir cambiar de ciudad.
Debió permanecer escondido hasta que zarpase el barco que lo llevara a algún lugar remoto, su suegro había jurado matarlo. Su tía le había avisado: “Ojo con los tanos, no los hagas enojar”.

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