marzo 13, 2006

Decisiones que parecen pequeñas, pero no.


A pesar de no tener ganas de cocinar, me lo tomé como una obligación, al fin de cuentas algo había que poner en el estómago, y si ese algo era sabroso, mejor. Miré la heladera (por dentro, lógico). Daba pena la pobre: dos jarras de agua, 3 yogures de frutilla, leche, jugo de naranja, la lata del café, manteca, margarina, diferentes aderezos casi seguro vencidos, seis manzanas que me regalaron hace cuatro meses y no las tiré porque no tienen aspecto de podridas, medio morrón en una bolsita con zip, medio repollo, una planta de lechuga negra, una cebollita, un paquete semi abierto con jamón, un queso chedar sin abrir, tres huevos, nada mas.
En el freezer había seis cubeteras (la mayoría con la mitad de los hielos), un paquete de ravioles, un bife finito, media pechuga de pollo, una costilla de cerdo, salchichas, una caja de helado casi vacía, nada más.
La noche llegaba como siempre veloz, a pesar de que no eran más de las seis y media, un manto negro reflejaba la ventana. Hacia frío y el invierno, si bien suave, regalaba temperaturas bajo cero. Así y todo, la única alternativa era salir hasta el supermercado y dejar en manos de sus góndolas repletas de oportunidades la decisión sobre la cena. Quise evitarlo, busqué alguna pasta en la alacena pero solo quedaban fideos cabellos de ángel, mi última oportunidad había fracasado.
Luego de ponerme campera, bufanda, guantes y gorro de lana salí a la calle. El trecho a recorrer se oponía al viento y mis ojos desprendían lágrimas que corrían hasta desaparecer en la lana del gorro.
El supermercado es angosto e incómodo, los pasillos no soportan dos carros a la par, incluso si una señora entrada en carnes se aproxima es imprescindible recular hasta el comienzo para luego ingresar en ellos.
¡Hi Argentino!, me saludó el muchacho azul de la entrada a lo que le contesté con un ¡Hi franchute! Modismo que utilizo para con el amable inmigrante de origen en alguna colonia francesa de África. ¡Je ne sais pas que cuisiner! Le dije en mi francés de colegio secundario. Se rió y susurró algo como achète un poulet o parecido que creí entender como que me sugería que comprara un pollo. NONONO! ¡if I buy a chicken my daughter kills to me! Cambié de mal francés a mal inglés, luego ingresé al templo del consumo alimenticio. Pasé de largo los pollos y los pescados y centré mi atención en las carnes rojas, la decisión se tornaba complicada, cuanto más miraba menos me imaginaba. En el momento que perdía las esperanzas y a paso acelerado salía del sector sentí que me observaba una bandeja de carne picada, le aguanté la mirada, le sonreí y acaricié sus aristas con confianza antes de meterla en el canasto. Ya tenía la materia prima, solo me faltaba decidir el como y el con qué.
De la panadería me llevé una baguette recién horneada y en la segunda góndola que recorrí encontré aceitunas y fueron ellas las que me decidieron por el pastel de papas. ¿Había papas en casa? Esa aparente nimiedad era importante porque las papas vienen en bolsas de cinco libras y si compraba una y en casa llegaba a haber, era casi seguro que se terminarían pudriendo algunas. Decidí comprar igual, el futuro me daría la razón. También una cebolla grande, salsa de tomates, huevos, un pote de helado de oferta y ya que estaba, una botella de Sprite que aunque no me gusta demasiado es la única gaseosa en común que tenemos entre los miembros de mi familia.
Mientras me dirigía a la caja, escucho a mis espaldas “Croacia, croacia, Croacia”, giro y me encuentro frente a un empleado de rastas de aspecto jamaiquino pero de origen cubano que me tomaba el pelo por la derrota de Argentina frente a Croacia. Lo miré fijo y con una sonrisa le digo: “¡Andá a cagar, cubano de mierda! Cuando ganen a algo avisame”, ¡Eh argentino, no te enojes!, dijo mientras riéndose cargaba con yogures una heladera.
Había cola en las cajas, esperé diez minutos hasta que llegó mi turno. Atendía una chica latina que tiene la costumbre de no cobrarme una de mis opciones. No sé la razón, pero siempre se hace la distraída con un producto y sonríe. Supongo que debe ser el odio que siente por los jefes y supone una venganza al no cobrar algo. Yo la dejo hacer y la saludo amablemente. En esa ocasión la baguette no figuró en el ticket. Me volví para casa a paso lento, ya eran las siete.
En la mesa de la cocina el termo y el mate. Me cebé tres hasta que se calentó la yerba, prendí un cigarrillo y me abstraje del mundo. Fueron cinco minutos nirvánicos, un descanso entre una decisión importante y su resolución empírica.
Cebolla, perejil, orégano, morrón. Carne picada. Sal, pimienta, pimentón extra dulce, azúcar. Aceite, huevos, aceitunas, olla, papas, agua, sartén, cuchara de madera. Pisa puré. Manteca, leche. De la buena mezcla saldría, con suerte, un plato sabroso.
Cruz Joaquin Saubidet®

2 comentarios:

Ayi dijo...

Impresionante cómo retienes lo que obtienes en el mercado.. lo que soy yo, a los cinco minutos de pasar por una góndola, debo volver a chequear si ya he tomado el producto jejeje....

Que bien que tuviste un final delicioso...

Saludos

Daniel Anguiano Orozco dijo...

agradezco tus comentarios y consejos... también me he llevado link... saludos!!